RUPERTA
Los cohetes encendidos nadaban en la noche como una multitud de peces de color.
La gente de la aldea se arracimaba junto a la iglesia, como un enjambre rumoroso. Sus caras
obscuras se coloreaban con el chaparrón de los fuegos artificiales.
—Van a quemar el toro...
Y el toro bramador dibujó sus líneas de relámpago en el aire. La pólvora le hacía
zapatear y dar vueltas en todas direcciones. Pronto se hizo pedazos en su furia de fuego y
estallidos.
—Agora que salga el diablo...
Y un satán de caña hueca, erizado de cohetillos, fue clavado en una cruz, frente a la
capilla, y encendido por la cola. Apenas lo tocó la mecha ardiendo, empezó a dar brincos y a
lanzar chisguetazos de fuego. Reventaba como un verdadero diablo hasta que, por
último, desapareció entre una nube de humo con olor a azufre.
—Y agora las flores del cielo...
Las "flores del cielo" eran unos cohetes especiales, como enredaderas de luz que iban
creciendo cielo arriba, hasta reventar en una cascada de flores ígneas.
Pero a los chicos que tocaban las campanas se les ocurrió tirar las "flores del cielo" al
revés, es decir, derramarlas desde la torre sobre la multitud. Y así fue como una
tempestad de cohetes bajó bramando sobre los aldeanos, quemando ponchos y
sombreros. A esta ocurrencia los chicos de abajo respondieron enfilando su puntería
hacia las campanas. Y pronto el campanario estaba loco de luces y sonidos.
Ésta era la fiesta más alegre del pueblo y los niños la esperaban todo el año. La
alegría se hizo más ruidosa cuando se largaron los globos de papel, que se iban dando
vueltas por el cielo, como planetas llameantes.
Pero, allá lejos, en una choza de paja brava, con su ventana amarilla de lumbre, que
apenas se miraba desde la torre, estaba la "sucha" Ruperta, sola como siempre y con las
piernas paralizadas. Todos los de su casa habían ido a la fiesta y ella se quedó a cuidar a
su hermanito menor que dormía en un "cañizo" colgado del techo.
Hacía tres años que la "sucha" Ruperta no se movía, desde la tarde en que por andar
tras una oveja perdida cayó en un despeñadero, ¿A qué hora irían a volver su madre y
sus hermanos? Cuánto hubiera deseado ir con ellos a ver la fiesta. Pero siempre la
dejaban... Lanzó un suspiro y cerró los ojos.
A eso de la medianoche despertó sobresaltada. La habitación estaba llena de humo y
una luz colorada caía del techo de paja. Era que un globo acababa de descender sobre la
choza. ¿Iba a producirse un incendio? Las llamas ya entraban por la ventana, agitándose
como banderas. La enferma temblaba como una hoja y clavaba las pupilas en el niño. Éste,
ajeno a todo peligro, continuaba durmiendo.
De pronto un gran pedazo de techo cayó ardiendo en media choza. De allí
saltaron varias llamaradas, como gatos rojos, y se fueron acercando a la cama de la
inválida. Silenciosamente se arrastraban por el suelo. Después se prendieron a las cobijas
y empezaron a trepar. Una llamarada ya le mordía los pies paralizados.
Crujió todo el techo y se vino abajo. El "cañizo" en que dormía el niño cayó rebotando.
Entonces las llamas se lanzaron sobre el muchacho y lo cubrieron.
La "sucha" Ruperta dio un grito y se tiró sobre el niño.
Por el camino apareció la familia, volviendo de la fiesta. Nadie daba crédito a sus
ojos. La choza ardía por los cuatro costados y la pobre paralítica corría hacia ellos, con el
niño salvado.
Cuando el incendio fue vencido, recién la "sucha" Ruperta se dio cuenta de que
podía caminar.
"Sucha" = inválida. "Cañizo" = estera.
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