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miércoles, 14 de mayo de 2008

E L P A T I T O F E O -- HANS CRISTIAN ANDERSON


E L P A T I T O F E O
H A N S C H R I S T I A N
A N D E R S E N

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E L P A T I T O F E O
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Era verano, y la región tenía su aspecto más
amable del año. El trigo estaba dorado ya, la avena
verde todavía. El heno había sido apilado en parvas
sobre las fértiles praderas, por las que ambulaba la
cigüeña con sus rojas patas, parloteando en egipcio,
único idioma que su madre le había enseñado.
En torno del campo y las praderas se veían
grandes bosques, en cuyo centro había profundos
lagos. Y en el lugar más asolado de la comarca se
erguía una antigua mansión rodeada por un
profundo foso. Entre éste y los muros crecían
plantas de grandes hojas, algunas lo bastante
amplias como para que un niño pudiera estar de pie
bajo ella. Y allí entre las hojas, tan retirada y
escondida como en lo profundo de una selva, estaba
una pata empollando.
Los patitos tenían que salir dentro de muy poco,
pero la madre se sentía muy cansada, pues la tarea
duraba ya demasiado tiempo. Para empeorar las
cosas, sólo recibía muy contadas visitas, pues sus
congéneres preferían nadar en el foso más bien que
ir moviendo la cola hacia el nido de mamá pata para
charlar con ella.
Por último, uno tras otro, los huevos empezaron
a crujir suavemente. “Chuí, chuí” dijeron. Toda la
cría acababa de venir al mundo y estaba asomando
sus cabecitas.
-Cuá, cuá -dijo la pata, y al oírla los patitos
respondieron a coro con sus más fuertes voces y
miraron a su alrededor por entre las hojas verdes.
Su madre los dejaba hacer, pues el verde es bueno
para la vista.
-¡Qué grande es el mundo! -dijeron todos los
pequeños. Ciertamente ahora tenían más espacio
para moverse que en el interior de sus cascarones.
-¿Se imaginan ustedes que esto es todo el
mundo? -dijo la madre-. Pues el mundo se extiende
hasta bastante más allá del jardín, por el campo del
párroco, aunque en verdad yo nunca me he
aventurado tan lejos. Pero, a propósito, ¿están ya
todos ustedes? -La pata se levantó y miró
alrededor-. No, por cierto que no están todos aún.
Queda por abrir todavía el huevo más grande.
¿Cuánto tiempo tardará? -se preguntó, volviéndose
a echar en el nido.
-¡Hola! ¿Cómo va eso? -interrogó en ese instante
una vieja pata que se había llegado de visita.
-Hay un huevo que está tardando mucho tiempo
-respondió la pata que empollaba. Esa cáscara no se
quiere romper. Pero, ¡mira los otros! Son los más
preciosos patitos que he visto en mi vida. Tienen
todos la mismísima cara de su padre, el gran pillo
que ni siquiera se da una vuelta por aquí a verme.
-Déjame ver ese huevo que tarda en romperse -dijo
la pata vieja-. Puedes estar segura que no es un
huevo de nuestra especie, sino de pava. A mí me
engañaron así una vez, y no puedo decirte el trabajo
y la preocupación que me dieron aquellos chicos,
porque te diré que tienen miedo del agua. Nunca
conseguí hacerlos meter en ella. Sí, es un huevo de
pava. Déjalo donde está, y dedícate a enseñar a
nadar a esas criaturas.
-No; me quedaré echada otro poco. He
esperado tanto que ya no me costaría nada
quedarme hasta la feria del verano.
-Pues, haz tu gusto -respondió la pata vieja, y se
alejó.
Por último el huevo que tardaba en abrirse
empezó a crujir.
-Chip, chip -dijo el recién nacido, y salió del
cascarón tambaleándose. ¡Qué grandote y qué feo
era! La pata lo miró con disgusto.
“Para pato es de un tamaño monstruoso -dijo-.
¿Será acaso un pichón de pavo? Bueno, no
tardaremos mucho en saberlo. Al agua irá, aunque
tenga yo misma que arrojarlo de un puntapié”.
El día siguiente amaneció espléndido; mamá
pata se fue a la orilla, y se zampó en el agua. “¡Cuac,
cuac!” chilló, y uno tras otro los patitos se zambulleron
detrás de ella. El agua los cubrió hasta la
cabeza, pero ellos volvieron a salir a flote y se sostuvieron
perfectamente. Las patas se les movieron
solas... y ya estaba. Hasta aquel grandote, gris y feo
nadó también con ellos.
-“No; no es un pavo” -reflexionó la pata-. Hay
que ver qué bien se maneja con las patas y qué derecho
se sostiene. Es mi propio pollo, después de
todo, y no tan mal parecido si se lo mira bien.
¡Cuac, cuac! Vengan conmigo ahora y los sacaré al
mundo y los introduciré en el corral. Pero quédense
bien cerca de mí, no sea que alguien vaya a pisarlos.
¡Y tengan cuidado con el gato!
Se fueron todos al corral, donde encontraron un
espantoso alboroto provocado por dos pollos que
estaban peleando por la cabeza de un pescado. Al
final terció en la discusión el gato y se llevó para sí
la cabeza.
-Así ocurren las cosas en el mundo -comentó la
madre pata. Y se lamió el pico, pues ella también
deseaba aquella cabeza de pescado.
-Ahora aprendan a usar las patas -dijo luego- y
saluden con la cabeza a ese pato viejo que está allí.
Es el más importante de todos nosotros. Tiene
sangre española en las venas, y esa es la explicación
de su tamaño. ¿Ven ese trapo rojo que tiene en la
pata? Eso es algo extraordinario, la más elevada
señal de distinción que pueda alcanzar nunca un
pato. ¡Vamos ahora! ¡Cuac, cuac! ¡No pongan los
dedos para adentro! Un pato bien educado tiene
siempre las patas bien abiertas; así, eso es. Ahora inclinen
la cabeza y digan: “¡Cuac!”
Los patitos hacían cuanto se les ordenaba; pero
los otros patos del corral los miraban diciendo en
voz alta:
-¡Vean eso! Ahora tendremos que aguantar también
a toda esa tribu, como si no nos bastáramos

nosotros. Además..., ¡oh, querida, qué feo ese patito!
No se lo puede mirar.
Y un pato corrió hacia el patito feo y le dio un
picotazo en el cuello.
-¡Déjalo! -suplicó la madre-. No hace daño a
nadie.
-Puede que no -replicó el que había atizado el
picotazo-. Pero es tan desmañado y raro que dan
ganas de darle una paliza.
-Todos esos otros patitos son muy hermosos
-dijo el pato viejo, el que tenía el trapo atado a la
pata-. Muy bonitos todos, excepto ése, que resultó
un ejemplar bastante desdichado. Es una lástima
que no se lo pueda empollar de nuevo.
-Eso es imposible, señoría -respondió mamá
pata-. Ya sé que no es lindo, pero se porta bien y
nada con tanta destreza como los otros. Hasta
podría aventurarme a decir que mejorará con la
edad, o quizá también disminuya de tamaño a
tiempo. Estuvo mucho tiempo dentro del huevo, y
por eso no salió con muy buen estado. -Palmeó al
patito en el pescuezo y agregó: -Además, es un
varoncito, de modo que su belleza física no importa
mucho. Creo que será muy fuerte, y que sabrá
abrirse camino en el mundo.
-Los demás patitos son muy lindos -dijo el pato
viejo-. Ahora pónganse cómodos; están en su casa.
Y si encuentran otra cabeza de pescado pueden
traérmela.
Y se sintieron todos cómodos, y en su casa,
menos el pobre patito que había sido el último en
salir del huevo, y que era tan feo. A éste lo
picotearon y empujaron, y se burlaron de él patos y
gallinas.
-¡Qué grandote es! -comentaban todos.
El pavo, que había nacido con espolones y en
consecuencia se sentía todo un emperador, se infló
como el velamen de un barco y graznó y graznó
hasta que la cara se le puso roja. El pobre patito
estaba tan desconcertado que no sabía hacia qué
lado volverse. Le daba mucha pena ser tan feo,
despreciado por todo el corral.
Así transcurrió el primer día; luego las cosas fueron
poniéndose cada vez peor. Al pobre patito no
había quién no lo corriera o le diera empujones.
Hasta sus hermanos y hermanas lo miraban mal, y
decían a cada momento:
-¡Ojalá te agarrara el gato, antipático!
Hasta su madre dijo:
-Quisiera que estuvieras a muchos kilómetros de
distancia.
Los patos y las gallinas lo picoteaban, y la muchacha
que les traía la comida lo hacía a un lado de
un puntapié.
Hasta que por fin el patito dio una corrida y un
salto por encima del cerco, haciendo volar
asustados a los pajaritos.
“Todo es porque soy tan feo” -pensaba el pobre
patito cerrando los ojos, pero sin dejar de correr.
Así llegó a un extenso pantano en cuyos bordes y
aguas vivían patos silvestres; estaba tan cansado y
tan apenado que se quedó allí a pasar la noche. Por
la mañana los patos silvestres se acercaron volando
para inspeccionar al nuevo camarada.
-¿Qué clase de animal eres? -preguntaron, mientras
el patito se volvía a un lado y otro y saludaba lo
mejor que podía-. ¿De dónde has salido, tan feo?
Aunque eso en realidad no importa, mientras no
pretendas buscar novia en nuestras familias.
El pobrecito no había pensado siquiera en
buscar novia. Todo lo que pretendía era permiso
para echarse entre los juncos y beber un poco de
agua del pantano.
Dos días enteros permaneció allí. Luego
vinieron dos gansos silvestres, mejor dicho, dos
ánades. Como no hacía mucho que habían salido
del cascarón eran petulantes en grado sumo.
-Bueno, camarada -dijeron-, eres tan feo que te
hemos tomado simpatía. ¿Quieres reunirte con
nosotros y ser un ave de paso? Hay por aquí cerca
otro pantano, y en él algunas gansitas silvestres encantadoras.
Eres bastante feo para probar suerte
entre ellas.
En ese preciso momento: “¡Bang! ¡Bang!”
resonaron dos estampidos en el aire, y los dos
ánades silvestres cayeron muertos entre los juncos,
tiñendo de rojo el agua con su sangre. “¡Bang!
¡Bang!”, siguieron rugiendo las escopetas, y un
revuelo de gansos silvestres se alzó por sobre las
cañas, mientras los perdigones diseminaban la
muerte entre ellos.
Se trataba de una partida de caza, y todo el
pantano estaba rodeado de deportistas, la mayoría
ocultos entre los juncos; algunos sentados en las
ramas de los árboles que se extendían por sobre el
agua. El humo azulado de la pólvora flotaba por
entre las frondas como nubecillas.
Los perros de caza saltaban de un lado a otro,
chapoteando en el agua y agitando a su paso los
juncos y cañas de un lado a otro. Todo aquello era
terriblemente alarmante para el pobre patito. Volvió
la cabeza para meterla bajo el ala, y en ese momento
un enorme y espantoso perro se apareció muy cerca
de él, con la lengua fuera y los ojos llameantes de
perversidad. El perrazo abrió sus terribles fauces
ante la cara del patito; mostró sus puntiagudos colmillos...
y se alejó de un salto, salpicando el agua, sin
tocarlo siquiera.
“¡Oh, gracias a Dios! -suspiró el patito-. ¡Soy tan
feo que ni siquiera el perro se molesta en morderme!”
Se quedó allí, enteramente inmóvil, mientras los
proyectiles silbaban por todas partes y las detonaciones
sacudían el ambiente. La conmoción sólo
cesó ya muy entrado el día, pero ni aún así se
atrevió el pobre patito a levantarse. Esperó aún
varias horas antes de alzar la cabeza y mirar, y
entonces huyó del pantano con tanta velocidad
como pudo. Corrió a través de campos y praderas,
aunque hacía tanto viento que le costaba trabajo
avanzar.
Hacia el anochecer llegó a una pequeña y pobre
casita, tan miserable que parecía quedarse en pie
sólo por no saber de qué lado había de caerse. El
viento silbaba con tal fiereza junto al patito que éste
se vio obligado a sentarse para resistir el empuje.
Entonces vio que la puerta tenía un gozne roto y se
sostenía tan desmañadamente que por la rendija se
podía entrar en la casa. El pato se metió dentro.
En la casita vivía una anciana con un gato y una,
gallina. El gato, que se llamaba “Nene” sabía
arquear el lomo, ronronear y lanzar chispas
eléctricas cuando se le frotaba la piel a contrapelo.
La gallina era de patas cortas, y por eso le decían
“Tachuela”. Ponía huevos de excelente calidad, y la
anciana la quería tanto como si hubiera sido su
propia hija.
Por la mañana, los dos animales no tardaron en
descubrir la presencia del extraño pato. El gato empezó
a ronronear y la gallina lo acompañó con su
cloqueo.
-¿Qué diablos pasa? -dijo la mujer, mirando a su
alrededor, pero su vista no era muy buena y lo que
pensó fue que el patito era un pato gordo extraviado.
-¡Qué maravilla! -exclamó-. Ahora tendremos
huevos de pata... si es que no se trata de un pato.
Habrá que esperar a ver lo qué resulta.
De modo que tomó al patito a prueba por tres
semanas, al final de las cuales no había podido encontrar
ningún huevo.
El gato y la gallina eran algo así como dueños de
aquella casa. Siempre decían: "Nosotros y el
mundo” pues creían que ellos representaban la
mitad del mundo; y por cierto que la mejor mitad.
El patito pensaba que podían existir dos
opiniones al respecto, pero el gato ni siquiera quería
escucharlo.
-¿Sabes poner huevos? -preguntó una vez
"Nene".
-No.
-En ese caso ten la bondad de callarte la boca.
-Luego de una pausa insistió-. ¿Sabes arquear el
lomo, ronronear o sacar chispas eléctricas?
-No.
-Pues entonces guárdate tus opiniones cuando la
gente sensata está hablando.
El patito se sentó en un rincón, de muy mal
humor, empezó a pensar en el aire libre y el sol, y lo
invadió una irreprimible nostalgia de flotar en el
agua. Por último cedió a la tentación de hablar del
tema a la gallina.
-¿Qué bicho te ha picado? -inquirió “Tachuela”-.
Es el ocio, al no tener nada que hacer, lo que te
mete en la cabeza esos disparates. Pon media
docena de huevos, o aprende a ronronear, y verás
cómo se te pasa el antojo.
-¡Pero es tan delicioso flotar en el agua! ¡Tan
lindo sentirla correr por la cabeza cuando uno se
zambulle hasta el fondo!
-¡Vaya diversiones! -rezongó la gallina-. Me parece
que te has vuelto loco. Pregunta, si no, al gato
qué opina; es el animal más inteligente que conozco.
Pregúntale si le gusta flotar en el agua o zambullirse.
Por mi parte no te digo nada. Pregúntale también a
nuestra patrona, la vieja. No hay nadie en el mundo
más lista que ella. ¿Y crees que tiene algún deseo de
meterse en el agua?
-Ustedes no me comprenden -dijo el patito.
-Bueno, si no te comprendemos nosotros,
¿quién va a comprenderte? No creo que te
consideres más inteligente que el gato o la vieja, por
no decir que yo. No te comportes como un tonto,
hijo, y agradece a tu buena suerte el bien que te
hemos hecho. ¿Acaso no has vivido en este cuarto
caliente, y en compañía de seres de los cuales podías
haber aprendido algo? Pero eres un idiota, y nada se
gana asociándose contigo. Créeme; hablo muy en
serio. Te estoy diciendo verdades de a puño, y ese
es el mejor medio de saber quienes son los buenos
amigos. Limítate a poner huevos, o aprende a
ronronear, o a sacar chispas.
-Lo que me parece es que me voy a marchar
otra vez por el mundo -respondió el patito.
-Pues hazlo; será lo mejor -fue la terminante
respuesta de la gallina.
Y el patito se fue.
Anduvo flotando en el agua y zambulléndose
todo cuanto le dio la gana, pero siempre mirado con
desdén y de soslayo por toda criatura viviente,
debido a su fealdad. Así hasta que llegó el otoño, y
las hojas del bosque se pusieron pardas y amarillas.
El viento se las llevó, y las hizo danzar en
remolinos. El cielo se puso frío, cubierto de nubes
cargadas de nieve y granizo. Un cuervo fue a
posarse sobre una cerca y graznó, del frío que tenía.
Sólo pensarlo hacía temblar. El pobre patito estaba
ciertamente en un gran apuro.
Una tarde, cuando el sol estaba poniéndose en
todo su invernal esplendor, una bandada de
hermosas aves blancas apareció surgiendo de entre
los matorrales. Nunca había visto el patito nada tan
hermoso. Eran de una deslumbrante blancura, con
largos y sinuosos cuellos. Se trataba de cisnes, que
lanzando su grito peculiar extendían las alas y
volaban alejándose de las regiones frías hacia tierras
más cálidas. Ascendieron muy alto, muy alto, y el
pobre patito feo se quedó extrañamente intranquilo.
Dio vueltas y vueltas en el agua, como una rueda,
levantando la cabeza hacia la dirección por donde se
alejaban aquellas aves. Luego lanzó él mismo un
grito tan penetrante y extraño que lo asustó. ¡Oh, no
podía olvidar aquellas hermosas aves, felices aves!
En cuanto estuvieron fuera de su vista, el patito se
zambulló hasta el fondo y cuando salió de nuevo a
la superficie estaba completamente fuera de sí. No
sabía qué clase de pájaros eran aquéllos, ni hacia
dónde volaban, pero se sentía más atraído hacia
ellos que lo que nunca lo había sido por ser alguno.
Y no era que los envidiara en lo más mínimo,
¿cómo podía ocurrírsele envidiar aquella maravilla
de belleza? Se habría sentido agradecido con sólo
que los patos lo hubiesen tolerado entre ellos, tanta
era la certeza de su fealdad.
El frío invernal era tan intenso que el patito se
veía obligado a nadar en círculo en el agua sólo para
librarse de quedar helado, pero noche tras noche el
agujero del hielo por el cual se zambullía se iba
haciendo más y más pequeño, hasta que se heló con
tanta fuerza que la superficie se resquebrajó y el
patito se vio obligado a mover las patas sin cesar
para que el agua no se congelara a su alrededor,
aprisionándolo. Por último, ya tan cansado que no
podía moverse más, cedió y se quedó rápidamente
aterido en el hielo.
Aquella mañana a primera hora acertó a pasar
por allí un campesino, que al ver al patito se acercó,
abrió un boquete en la superficie del hielo con su
zapato herrado y se llevó a su pequeño rescatado.
La esposa del campesino se hizo cargo de él, y no
tardó en revivirlo con sus cuidados. En la casa, los
niños quisieron servirse de él para sus juegos, pero
el patito, recelando de que lo maltrataran, huyó espantado
y fue a caer en la cazuela de la leche haciendo
salpicar el líquido por todo el cuarto. La
mujer soltó un chillido y extendió los brazos; el
patito dio un segundo salto y esta vez fue a parar
dentro de la cuba de la mantrca. Salió enseguida,
pero es de imaginarse cuál sería su aspecto. La
dueña de casa volvió a chillar y trató de golpearlo
con las tenazas. Los chicos cayeron unos sobre
otros en sus intentos por capturarlo, dando todos
verdaderos alaridos de risa. Por suerte la puerta
estaba abierta, y el patito huyó por entre los
matorrales y la nieve recién caída. Y allí quedó,
completamente exhausto.
Sería tarea muy triste el detallar todas las privaciones
y miserias que tuvo que soportar durante el
largo y duro invierno. Cuando el sol empezó a calentar
de nuevo la tierra, el patito yacía en el pantano,
entre los juncos. Las alondras cantaban; acababa
de llegar la hermosa primavera.
De pronto el patito alzó las alas, y éstas se agitaron
con mucha más fuerza que antes, haciéndolo ascender
vigorosamente hacia el cielo. Antes que se
diera cuenta de dónde estaba se encontró en un
amplio jardín, rodeado de manzanos en flor respirando
un aire perfumado por las lilas que crecían en
las irregulares orillas del lago.
Y vio también tres hermosos cisnes que se
acercaban a él saliendo de entre un macizo de
plantas. Nadaban suave y ágilmente, con un tenue
rumor de plumas. El patito reconoció a las
majestuosas aves y no pudo evitar que lo
sobrecogiera una extraña melancolía.
“Volaré hacia ellos -se dijo-. Me acercaré a los
reales pájaros aunque me deshagan a picotazos porque
soy tan feo. ¡No importa! Mejor ser destrozado
por ellos que por los patos o las gallinas, o por los
fríos y las calamidades del invierno”.
Se lanzó, pues, al agua, y nadó en dirección de
las señoriales aves. Estas lo vieron y se precipitaron
hacia él con las plumas encrespadas.
“¡Mátenme si quieren!” -exclamó el pobrecito, e
inclinó la cabeza hacia el agua, previendo y temiendo
la muerte. Pero, ¿qué fue lo que vio en la
transparente superficie?
Vio su propia imagen, pero ésta no era ya la de
un desmañado pajarraco gris, sino la de un cisne.
¡Era un cisne! ¡Nada importaba haber nacido en un
corral, si uno procedía de un huevo de cisne!
Hasta se alegró de haber pasado por tantas
penurias y tribulaciones, que lo capacitaban mejor
para apreciar ahora su actual felicidad, su nueva
situación entre toda aquella belleza que acudía a
recibirlo. Los grandes Cisnes estaban nadando
alrededor de él, rozándolo al pasar con el pico.
Unos niños llegaron al jardín con pedazos de
pan y granos que arrojaron al agua, y el más
pequeño exclamó:
-¡Hay uno nuevo!
-¡Sí, ha llegado otro! -aprobaron los demás,
aplaudiendo y saltando.
Luego corrieron hacia su padre y su madre,
arrojaron más pan al agua, y uno de ellos añadió,
coreado por todos: -¡Ese nuevo es el más bonito de
todos! ¡Es tan joven! ¡Tan elegante!
El patito se sintió cohibido y escondió la cabeza
bajo las alas. No sabía qué pensar. Era muy feliz,
pero sin orgullo, pues su buen corazón nunca se
dejaba llevar por ese sentimiento. Recordó cuántas
veces había sido corrido y despreciado, sin soñar
que un día iba a oír decir que era el más hermoso de
los pájaros. Las lilas inclinaron sus ramas hacia el
agua en su presencia; y el sol se puso más cálido y
acogedor que nunca. Y él agitó las alas, alzó su
esbelto cuello y dijo lleno de júbilo:
“Nunca imaginé semejante felicidad cuando yo
era el Patito Feo”