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miércoles, 18 de febrero de 2009

B L A N C A N I E V E S -- G R I M M

B L A N C A N I E V E S
J A C O B Y W I L H E M
G R I M M

*
Blancanieves


Había una vez, en pleno invierno, una reina que
se dedicaba a la costura sentada cerca de una ventana
con marco de ébano negro. Los copos de nieve
caían del cielo como plumones. Mirando nevar se
pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre
cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo
sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo.
-¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nieve,
tan roja como la sangre y tan negra como la madera
de ébano!
* Jacob Grimm nace en Hanau en 1786. Bibliotecario en Cassel y luego bibliotecario
y docente en Gotinga, ingresa en la Academia de Ciencias de Berlín en 1841.
Discípulo de Savigny, es el fundador de los estudios germánicos y el representante
más caracterizado de la aplicación del método histórico a los estudias literarios.
Realiza una paciente y documentada tarea de recopilación de la mitología y el
folklore de su pueblo y rastrea la poesía germánica primitiva. Publica, en colaboración
con su hermano Wilheim, una gramática histórica de la lengua alemana y
los Kinder un Hausmärchen y es autor de una Geschichte der deutschen Sprache.
Al morir, en 1863, trabajaba en un monumental vocabulario alemán.
Wilhelm Grimm nace en 1786 en Hanau y colabora en todo con su hermano
Jacob, acompañándolo en sus tareas de bibliotecario, de docente y de investigador,
e ingresando junto con él en la Academia de Ciencias de Berlín. Es el
responsable de la recopilación de la mayor parte de los cuentos infantiles y de una
serie de documentos sobre mitos y leyendas heroicas de la antigua Alemania,
además da autor de varios estudios de filología. Muere en Berl
Poco después tuvo una niñita que era tan blanca
como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos
cabellos eran tan negros como el ébano.
Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al nacer
la niña, la reina murió.
Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era
una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no podía
soportar que nadie la superara en belleza. Tenía
un espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él,
mirándose le preguntaba:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondía:
La Reina es la más hermosa de esta región.
Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo
siempre decía la verdad.
Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez
más; cuando alcanzó los siete años era tan bella como
la clara luz del día y aún más linda que la reina.
Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
el espejo respondió:
La Reina es la hermosa de este lugar,
pero la linda Blancanieves lo es mucho más.
Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla
y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando
veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en
el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su
envidia y su orgullo crecían cada día más, como una
mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo,
ni de día ni de noche.
Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:
-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparezca
más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus
pulmones y su hígado como prueba.
El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando
quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña
se puso a llorar y exclamó:
-¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia
el bosque espeso y no volveré nunca más.
Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo:
-¡Corre, pues, mi pobre niña!
Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la
devorarían. No obstante, no tener que matarla fue
para él como si le quitaran un peso del corazón. Un
cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo
sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como
prueba de que había cumplido su misión. El cocinero
los cocinó con sal y la mala mujer los comió creyendo
comer los pulmones y el hígado de
Blancanieves.
Por su parte, la pobre niña se encontraba en
medio de los grandes bosques, abandonada por todos
y con tal miedo que todas las hojas de los árboles
la asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas
y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a
través de las zarzas. Los animales salvajes se cruzaban
con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió
hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la
que entró para descansar. En la cabañita todo era
pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda
imaginar. Había una mesita pequeña con un mantel
blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña
cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y
siete vasos, todos pequeños. A lo largo de la pared
estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas
cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como
tenía mucha hambre y mucha sed, Blancanieves comió
trozos de legumbres y de pan de cada platito y
bebió una gota de vino de cada vasito. Luego se sintió
muy cansada y se quiso acostar en una de las camas.
Pero ninguna era de su medida; una era
demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente
la séptima le vino bien. Se acostó, se encomendó
a Dios y se durmió.
Cuando cayó la noche volvieron los dueños de
casa; eran siete enanos que excavaban y extraían
metal en las montañas. Encendieron sus siete farolitos
y vieron que alguien había venido, pues las cosas
no estaban en el orden en que las habían dejado.
El primero dijo:
-¿Quién se sentó en mi sillita?
El segundo:
-¿Quién comió en mi platito?
El tercero:
-¿Quién comió de mi pan?
El cuarto:
-¿Quién comió de mis legumbres?
El quinto.
-¿Quién pinchó con mi tenedor?
El sexto:
-¿Quién cortó con mi cuchillo?
El séptimo:
-¿Quién bebió en mi vaso?
Luego el primero pasó su vista alrededor y vio
una pequeña arruga en su cama y dijo:
-¿Quién anduvo en mi lecho?
Los otros acudieron y exclamaron:
-¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mirando
en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanieves,
acostada y dormida. Llamó a los otros, que se
precipitaron con exclamaciones de asombro. Entonces
fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar
a Blancanieves.
-¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta niña!
Y sintieron una alegría tan grande que no la despertaron
y la dejaron proseguir su sueño. El séptimo
enano se acostó una hora con cada uno de sus compañeros
y así pasó la noche.
Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a
los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron
amables y le preguntaron.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Blancanieves -respondió ella.
-¿Como llegaste hasta nuestra casa?
Entonces ella les contó que su madrastra había
querido matarla pero el cazador había tenido piedad
de ella permitiéndole correr durante todo el día hasta
encontrar la casita.
Los enanos le dijeron:
-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer
las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en
orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros;
no te faltará nada.
-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo corazón.
Y se quedó con ellos.
Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas
los enanos partían hacia las montañas, donde
buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la
noche. Para ese entonces la comida estaba lista.
Durante todo el día la niña permanecía sola; los
buenos enanos la previnieron:
-¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás
aquí! ¡No dejes entrar a nadie!
La reina, una vez que comió los que creía que
eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se
creyó de nuevo la principal y la más bella de todas
las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondió.
Pero, pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La Reina es la más hermosa de este lugar
La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo
no mentía nunca. Se dio cuenta de que el cazador
la había engañado y de que Blancanieves vivía.
Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse
de ella pues hasta que no fuera la más bella de la región
la envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando
finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió
como una vieja buhonera y quedó totalmente irreconocible.
Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó
a la casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y
gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró por la ventana y dijo:
-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?
-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de
todos colores.
La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y
Blancanieves pensó:
-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.
Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder
comprar esa linda cinta.
-¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa
cinta! Acércate que te la arreglo como se debe.
Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante
de ella para que le arreglara el lazo. Pero rápidamente
la vieja lo oprimió tan fuerte que
Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta.
-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella.
Y se fue.
Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron
a la casa y se asustaron mucho al ver a Blancanieves
en el suelo, inmóvil. La levantaron y
descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y
Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse poco
a poco.
Cuando los enanos supieron lo que había pasado
dijeron:
-La vieja vendedora no era otra que la malvada
reina. ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie
cuando no estamos cerca!
Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al
espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito, de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces, como la vez anterior, respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar,
Pero pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
Cuando oyó estas palabras toda la sangre le afluyó
al corazón. El terror la invadió, pues era claro que
Blancanieves había recobrado la vida.
-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te
hará perecer.
Y con la ayuda de sortilegios, en los que era experta,
fabricó un peine envenenado. Luego se disfrazó
tomando el aspecto de otra vieja. Así vestida
atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los
siete enanos. Golpeó a la puerta y gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró desde adentro y dijo:
-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.
-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el
peine envenenado y levantándolo en el aire.
Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y
abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre
la compra la vieja le dilo:
-Ahora te voy a peinar como corresponde.
La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal,
dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto
el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la
pequeña cayó sin conocimiento.
-¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujerahora
sí que acabé contigo!
Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los
enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el
suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la
madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el
peine envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves
volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces
le advirtieron una vez más que debería cuidarse
y no abrir la puerta a nadie.
En cuanto llegó a su casa la reina se colocó
frente al espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
Y el espejito, respondió nuevamente:
La Reina es la más hermosa de este lugar.
Pero pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se
estremeció y tembló de cólera.
-Es necesario que Blancanieves muera -exclamóaunque
me cueste la vida a mí misma.
Se dirigió entonces a una habitación escondida y
solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una
manzana envenenada. Exteriormente parecía buena,
blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la
veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la
muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó
la cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete
montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.
Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ventana
y dijo:
-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo
han prohibido.
-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar
de mis manzanas. Toma, te voy a dar una.
-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar
nada.
-¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mira,
corto la manzana en dos partes; tú comerás la
parte roja y yo la blanca.
La manzana estaba tan ingeniosamente hecha
que solamente la parte roja contenía veneno. La bella
manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la
campesina comer no pudo resistir más, estiró la mano
y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un
trozo en la boca, cayó muerta.
Entonces la vieja la examinó con mirada horrible,
rió muy fuerte y dijo.
-Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra
como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán
reanimarte!
Vuelta a su casa interrogó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
Y el espejo finalmente respondió.
La Reina es la más hermosa de esta región.
Entonces su corazón envidioso encontró reposo,
si es que los corazones envidiosos pueden encontrar
alguna vez reposo.
A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron
a Blancanieves tendida en el suelo sin que
un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta.
La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada,
aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lavaron
con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de
nada: la querida niña estaba muerta y siguió estándolo.
La pusieron en una parihuela. se sentaron junto
a ella y durante tres días lloraron. Luego quisieron
enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona
viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas.
Los enanos se dijeron:
-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hicieron
un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver
desde todos los ángulos, la pusieron adentro e
inscribieron su nombre en letras de oro proclamando
que era hija de un rey. Luego expusieron el ataúd en
la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su
lado para cuidarla. Los animales también vinieron a
llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y
más tarde una palomita.
Blancanieves permaneció mucho tiempo en el
ataúd sin descomponerse; al contrario, parecía dormir,
ya que siempre estaba blanca como la nieve,
roja como la sangre y sus cabellos eran negros como
el ébano.
Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por
azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la
noche. En la montaña vio el ataúd con la hermosa
Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba escrito
en letras de oro.
Entonces dijo a los enanos:
-Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a
cambio.
-No lo daríamos por todo el oro del mundo -
respondieron los enanos.
-En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo
pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La honraré,
la estimaré como a lo que más quiero en el
mundo.
Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron
piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo
llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió
que éstos tropezaron contra un arbusto y como
consecuencia del sacudón el trozo de manzana
envenenada que Blancanieves aún conservaba en su
garganta fue despedido hacia afuera. Poco después
abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió,
resucitada.
-¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.
-Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de alegría.
Le contó lo que había pasado y le dijo:
-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmigo
al castillo de mi padre; serás mi mujer.
Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño
por él y se preparó la boda con gran pompa y magnificencia.
También fue invitada a la fiesta la madrastra
criminal de Blancanieves. Después de vestirse con
sus hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región?
El espejo respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar.
Pero la joven Reina lo es mucho más.
Entonces la mala mujer lanzó un juramento y
tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qué hacer. Al
principio no quería ir de ningún modo a la boda.
Pero no encontró reposo hasta no ver a la joven reina.
Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia
y el espanto que le produjo el descubrimiento la dejaron
clavada al piso sin poder moverse.
Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre
carbones encendidos y luego los colocaron delante
de ella con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en
esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le
llegara la muerte.

HURLEBURLEBUTZ -- Hermanos Grimm

HURLEBURLEBUTZ
Hermanos Grimm
*





Érase un rey que estaba cazando y se perdió; entonces se le apareció un pequeño hombrecillo de pelo blanco y le dijo:
-Señor rey, si me dais a vuestra hija menor, os sacaré del bosque.
El rey, por el miedo que tenía, se lo prometió; el hombrecillo le llevó por el buen camino, se despidió de él y cuando el rey se iba le gritó aún:
-¡Dentro de ocho días iré a recoger a mi novia!
En casa, sin embargo, el rey se puso muy triste por lo que había prometido, pues la hija menor era a la que más quería. Las princesas se lo notaron y quisieron saber qué era lo que le preocupaba. Finalmente tuvo que admitir que había prometido que le daría a la más joven de ellas a un pequeño hombrecillo de pelo blanco que se le había aparecido en el bosque, y que éste iría a recogerla dentro de ocho días. Pero ellas le dijeron que se animara, que ya engañarían ellas al hombrecillo.
Después, cuando llegó el día señalado, vistieron a la hija de un pastor de vacas con sus vestidos, la sentaron en su habitación y le ordenaron:
-¡Si viene alguien a recogerte, ve con él!
Ellas, en cambio, se marcharon todas de la casa.
Apenas se habían ido llegó al palacio un zorro y le dijo a la muchacha:
-¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vámonos! ¡Al bosque!
La muchacha se sentó en la cola del zorro y, así, se la llevó al bosque.
Pero en cuanto los dos llegaron a un bello y verde lugar donde el sol brillaba bien claro y cálido, dijo el zorro:
-¡Bájate y quítame los piojos!
La muchacha obedeció.
El zorro colocó la cabeza en su regazo y empezó a despiojarlo.
Mientras lo estaba haciendo dijo la muchacha:
-¡Ayer a estas horas el bosque estaba aún más hermoso!
-¿Cómo es que viniste al bosque? -le preguntó el zorro.
-¡Pues porque saqué con mi padre las vacas a pastar!
-¡O sea, que tú no eres la princesa! ¡Móntate en mi ruda cola! ¡Volvemos al palacio!
El zorro la devolvió y le dijo al rey:
-Me has engañado: ésta es la hija de un pastor de vacas. Dentro de ocho días volveré a recoger a la tuya.
Al octavo día, sin embargo, las princesas vistieron lujosamente a la hija de un pastor de gansos, la dejaron allí sentada y se marcharon. Entonces llegó de nuevo el zorro y dijo:
-¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vámonos! ¡Al bosque!
En cuanto llegaron al lugar soleado del bosque, dijo de nuevo el zorro:
-¡Bájate y quítame los piojos!
Y mientras la muchacha estaba despiojando al zorro suspiró y dijo:
-¿Dónde estarán ahora mis gansos? -¿Qué sabes tú de gansos?
-Mucho, pues todos los días los sacaba con mi padre al prado.
-¡O sea, que tú no eres la hija del rey! ¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Volvemos al palacio!
El zorro la devolvió y le dijo al rey:
-Me has vuelto a engañar: ésta es la hija de un pastor de gansos. Dentro de ocho días volveré y como entonces no me des a tu hija, te irá muy mal.
Al rey le entró miedo y cuando volvió el zorro le dio a la princesa.
-¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vámonos! ¡Al bosque!
Entonces ella tuvo que marcharse montada en la cola del zorro, y cuando llegaron al lugar soleado le dijo a ella también:
-¡Bájate y quítame los piojos!
Pero cuando el zorro le puso la cabeza en su regazo la princesa se echó a llorar y dijo:
-¡Yo que soy hija de un rey tengo que quitarle los
piojos a un zorro! ¡Si ahora estuviera en mi alcoba, podría ver mis flores en el jardín!
Entonces el zorro vio que tenía a la verdadera novia, se transformó en el pequeño hombrecillo de pelo blanco, y aquél era ahora su marido y tuvo que vivir con él en una pequeña cabaña, hacerle la comida y coserle, y así se pasó una buena temporada.
El hombrecillo, sin embargo, hacía cualquier cosa por ella.
Una vez le dijo el hombrecillo:
-Me tengo que marchar, pero pronto llegarán volando tres palomas blancas, pasarán volando muy a ras del suelo. Coge la que esté en el medio y cuando la tengas córtale enseguida la cabeza, pero ten cuidado de no coger otra que no sea la del medio u ocurrirá una gran desgracia.
El hombrecillo se marchó. Y no pasó mucho tiempo hasta que, efectivamente, llegaron volando las tres palomas blancas.
La princesa puso mucha atención, agarró la del medio, cogió un cuchillo v le cortó la cabeza. Pero en cuanto cayó al suelo apareció ante ella un joven y hermoso príncipe, y dijo:
-Un hada me encantó y me condenó a perder mi figura humana durante siete años, al cabo de los cuales, convertido en paloma, pasaría volando al lado de mi esposa entre otras dos palomas, y si ella no me atrapaba o si atrapaba a otra y yo me escapaba estaría todo perdido y
ya no habría salvación para mí. Por eso te pedí que pusieras mucha atención, pues yo soy el hombrecillo canoso y tú mi esposa.
La princesa se quedó entonces muy complacida y se fueron juntos a casa del padre, y cuando éste murió heredaron su reino.

H A N S E L Y G R E T E L -- J A C O B Y W I L H E L M G R I M M


H A N S E L Y G R E T E L
J A C O B Y W I L H E L M
G R I M M

*
En el límite de un gran bosque vivía un pobre
leñador con su mujer y sus dos hijos: el pequeño
se llamaba Hansel y la pequeña Gretel.
Tenia muy poco para comer y una vez que el
país fue azotado por una gran hambruna no le fue
posible procurarse ni el pan cotidiano.
Una noche, mientras se atormentaba y se revolvía
de inquietud en el lecho, suspiró y dijo a su
mujer.
-¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo podremos
alimentar a nuestros pobres hijos si ni siquiera
tenemos nada para nosotros?
-Tengo una idea -respondió la mujer-; mañana,
bien temprano, llevaremos los niños a la parte
más espesa del bosque. Prenderemos una hoguera
para ellos, les daremos un trocito de pan a cada
uno, luego nos iremos al trabajo y los dejaremos
solos. No encontrarán el camino de regreso y así
nos libraremos de ellos.
-¡No, mujer! -respondió el marido-, ¡Yo no
haré eso!; no tengo corazón para abandonar a mis
hijos en el bosque; las fieras acabarían pronto con
ellos.
-Tonto -replicó ella-, entonces moriremos de
hambre los cuatro; no tendrás más que alistar
nuestros ataudes.
Y no le dio tregua ni reposo hasta lograr que
consisntiera.
-Pero aun así esos pobres niños me dan lástima
-decía el hombre.
A causa del hambre los dos niños tampoco
habían podido dormirse y oyeron lo que la madrastra
decía a su padre. Gretel lloró amargamente
y dijo Hansel:
-¿Y ahora qué será de nosotros?
-Chist, Gretel -dijo Hansel-. no te preocupes
que conseguiré librarnos de esta.
Y cuando, los viejos se durmieron, se levantó,
se puso su saconcito, abrió la puerca y salió furtivamente.
La luna brillaba intensamente y los pequeños
guijarros blancos que estaban diseminados
frente a la casa resplandecían como monedas nuevas.
Hansel se inclinó y con ellos llenó sus bolsillos.
Luego regresó y dijo a Gretel:
-Ten confianza, hermanita querida, y duérmete
tranquilamente; Dios no nos abandonara. Y
se volvió al lecho.
Al amanecer, aún antes de que el sol hubiera
salido, la mujer llegó a despertar a los dos niños.
-¡Arriba, haraganes!; vamos a buscar leña al
bosque.
Luego les dio un trocito de pan a cada uno diciéndoles:
-Tengan, algo para el almuerzo; ¡pero no lo
coman antes porque no tendrán nada más!
Gretel puso lodo el pan bajo su delantal porque
Hansel tenía los bolsillos llenos con los guijarros.
De inmediato todos emprendieron camino
hacia el bosque. Al cabo de un corto trecho Hansel
se detuvo y miró en dirección de la casa. Así
hizo varias veces más hasta que el padre le dijo:
-¿Qué tienes que mirar nada atrás? ¡Presta
atención y apúrate!
-Lo que pasa, padre -respondió Hansel- es que
miro a mi gatito blanco: está encima del techo y
quiere decirme adiós.
-¡Tonto! -dijo la mujer-, no es tu gatito; es el
sol de la mañana que brilla en la chimenea.
Sin embargo, Hansel no miraba a su gatito sino
que cada vez que se volvía arrojaba al camino
uno de los guijarros blancos que llevaba en el bolsillo.
Cuando llegaron al corazón del bosque el padre
dijo:
-Ahora recojan leña, hijitos, que voy a prender
fuego para que no sientan frío.
Hansel y Gretel hicieron una montañita de
ramas. Encendieron el haz y cuando las llamas
estuvieron altas la mujer dijo
-Acuéstense cerca del fuego, hijitos, y descansen;
cuando terminemos los venimos a buscar.
Hansel y Gretel permanecieron sentados cerca
del fuego y cuando llegó el medíodía cada uno
comió su trocito de pan. Como oían los golpes del
hacha creían que su padre estaba en las cercanías.
Pero no era el hacha lo que sonaba sino una gruesa
rama que habían atado a un árbol seco y que de
tanto en tanto el viento agitaba. Como permanecieron
así tanto tiempo, los ojos se les cerraron de
fatiga y se durmieron profundamente. Cuando
despertaron era noche cerrada. Gretel se puso a
llorar y dijo:
-¿Cómo haremos ahora para salir del bosque?
Pero Hansel la consoló:
-Espera que salga la luna: entonces encontraremos
fácilmente el camino.
Y cuando la luna llena apareció, Hansel tomó
a su hermanita por la mano y se puso en camino
siguiendo los pequeños guijarros blancos que al
brillar como monedas nuevas les mostraban el
rumbo.
Caminaron durante toda la noche y llegaron a
casa de su padre al amanecer. Golpearon a la
puerta y cuando la mujer abrió y vio que eran
Hansel y Gretel, dijo.
-¡Niños malos!; como durmieron tanto en el
bosque creíamos que no querían volver más.
Pero el padre, que estaba muy arrepentido de
haberlos abandonado, se alegró mucho de verlos.
Poco tiempo después, la miseria volvió a abatirse
sobre todo el país y los niños oyeron a la
mujer que decía una noche a su padre:
-Ya nos comimos casi todo lo que teníamos;
nos queda solamente la mitad de un mendrugo y
luego se habrá acabado todo. ¡Es necesario que se
vayan! los conduciremos más lejos aun dentro del
bosque para que no encuentren el camino de regreso:
no hay otra salvación para nosotros.
El hombre sintió que un peso le oprimía el corazón
y pensó
-Más valdría compartir el último bocado ron
tus hilos.
Pero la mujer no quiso escucharle en sus protestas,
lo injurió y le hizo reproches. Como lo que
siempre vale es el primer paso y como había cedido
una primera vez, fue obligado a ceder una segunda.
Pero los niños permanecían aún despiertos
y habían oído la conversación. Cuando los viejos
se durmieron Hansel se levantó y quiso ir a recoger
guijarros como la vez anterior pero la mujer
había cerrado la puerta con llave y no pudo salir.
Sin embargo, consoló a su hermanita y le dijo:
-No llores Gretel y duerme tranquila; ¡Dios
nos ayudará!
Al amanecer la mujer vino a buscar a los niños
al lecho. Les dio un trozo de pan que era más
pequeño que el de la vez anterior. Mientras caminaba
hacia el bosque Hansel lo desmigajó en su
bolsillo y a cada rato se detenía y arrojaba una
miga al suelo.
-¡Hansel! ¿Por qué te detienes a mirar hacia
atrás? -dijo el padre-. ¡Vamos, continúa tu camino!
-Miro a mi palomita -respondió Hansel-; está
sobre el tejado y quiere decirme adiós.
-¡Tonto! -dijo la mujer-, no es tu palomita, es
el sol que resplandece en la chimenea.
Pero poco a poco Hansel fue arrojando todas
las migas al camino.
La mujer condujo a los niños más lejos aún
dentro del bosque, hasta un lugar recóndito donde
jamás habían estado. Luego encendieron una gran
fogata y la madre les dijo:
-Quédense aquí, niños y cuando se cansen
pueden dormir un poco. Nosotros vamos a cortar
leña en el bosque y a la noche, cuando hayamos
terminado, vendremos a buscarlos.
Cuando llegó el mediodía Gretel compartió su
pan con Hansel, que había sembrado con su trozo
todo el camino. De inmediato se durmieron y el
día pasó sin que nade viniera a buscar a los pobres
niños.
Se despertaron ya muy entrada la noche y
Hansel consoló a su hermanita diciéndole:
-Esperemos a que salga la luna; entonces veremos
las migas que dejé caer y ellas nos mostrarán
el camino de la casa.
Cuando la luna salió, se pusieron en marcha
pero no encontraron una sola miga puesto que los
miles y miles de pájaros que vuelan sobre bosques
y campos las habían comido. Hansel dijo a Gretel:
-¡Encontraremos el camino!
Pero no lo encontraron. Caminaron toda la noche
y todo un día desde la mañana a la noche: pero
no pudieron salir del bosque. Tenían mucha
hambre, ya que no podían comer nada mas que
algunas bayas que crecían en el suelo. Como estaban
tan cansados que sus piernas se negaban a
sostenerlos se acostaron bajo un árbol y se durmieron.
El tercer amanecer desde que abandonaron la
casa paterna comenzó a asomarse. Reemprendieron
el camino, hundiéndose cada vez más en el
bosque y si pronto alguien no acudía en su ayuda
seguramente morirían de hambre.
A mediodía vieron parado en una rama un
hermoso pajarito blanco como la nieve. Cantaba
tan bien que se detuvieron para escucharlo. Cuando
terminó tomó impulso y con un batir de alas
voló frente a ellos. Ambos lo siguieron hasta una
casita en cuyo techo se posó. Acercándose, vieron
que la cabaña estaba hecha de pan, con el techo de
pastel: las ventanas eran de pura azúcar.
-Aprovechemos -dijo Hansel- para comer
bien. Yo voy a comer un trozo de techo y tu,
Gretel, puedes comer un trozo de ventana, es muy
dulce.
Hansel se subió y rompió un trozo de tejado
para probar qué gusto tenía, Gretel se puso a roer
algunas baldositas. Fue entonces que una voz muy
dulce salió de la sala.
Oigo roedores roer.
¿Quién quiere roer mi chocita?
Los pequeños respondieron:
Es sólo el viento.
el hilo del cielo,
y continuaron comiendo sin dejarse desconcertar.
Hansel, que encontraba el techo muy de su
agrado, arranco un gran pedazo y Gretel despegó
un vidrio redondo entero, se sentó y se tomó su
tiempo para comerlo. De pronto la puerta se abrió
y salió una mujer, vieja como el tiempo, apoyada
en su bastón. Hansel y Gretel fueron presa de tal
terror que dejaron caer lo que tenían en las manos.
Pero la vieja movió dulcemente la cabeza y dijo:
-Queridos niños, ¿qué los ha traído hasta aquí?
Entren, pues, y quédense en mi casa: nada malo
les ocurrirá.
Los tomó a ambos por la mano y los condujo a
la casa. Allí les sirvió una buena comida, leche,
tortilla de azúcar, manzanas y nueces. Luego les
preparó dos camitas bien mullidas; Hansel y Gretel
se acostaron y creyeron estar en el paraíso.
Pero la oreja solamente fingía ser amable; en
realidad era una bruja mala que espiaba a los niños
pequeños y había construído su casita de pan
solamente para atraerlos. Cuando uno caía en su
poder, lo mataba, lo cocinaba, lo comía y para ella
ese era un día de fiesta.
Las brujas tienen los ojos rotos y la vista de
poco alcance pero, en cambio, tienen tanto olfato
como los animales del bosque y su nariz siente la
proximidad de los hombres. Cuando Hansel y
Gretel llegaron a sus dominios, ella sonrió malignamente
y dijo:
-¡No se me escaparán!
Se levantó muy temprano, al amanecer, antes
que los niños se despertaran y viéndolos reposar
tan dulcemente, con sus mejillas redondas y rojas,
murmuró en voz baja:
-¡Qué manjar exquisito!
Entonces tomó a Hansel con su mano descarnada,
lo llevó a un pequeño establo y lo encerró
detrás de una puerta enrejada. De nada le sirvió
gritar. Luego volvió donde estaba Gretel, la sacudió
para despertarla y le gritó
-¡Levántate, haragana!; anda a buscar agua y
prepara algo bueno para tu hermano; está encerrado
en el establo y es necesario que engorde.
Cuando esté gordo, lo comeré.
Gretel se puso a llorar amargamente pero tuvo
que hacer lo que la bruja le ordenaba Entonces se
prepararon para el pobre Hansel los mejores platos
y para Gretel sólo quedaban las caparazones
de los cangrejos. Todas las mañanas la vieja se
arrastraba al pequeño establo y gritaba:
-¡Hansel, muéstrame los dedos para ver si engordas!
Pero Hansel le tendía un huesito y la vieja,
que tenía la vista defectuosa y no podía distinguirlo,
creía que era uno de los dedos de Hansel y
se asombraba de que no engordara. Pasadas cuatro
semanas sin que Hansel engordara, la impaciencia
la desbordó y no quiso esperar más.
-¡Gretel! -gritó a la niñita-. ¡Apúrate y trae
agua! Gordo o flaco mañana mataré a Hansel y lo
cocinaré.
¡Cuánto se lamentaba la pobre hermanita y
cómo corrían las lágrimas por su rostro mientras
llevaba el agua!
-¡Oh, mi Dios, ayúdanos! -exclamaba. Si las
fieras nos hubieran despedazado en el bosque, al
menos habríamos muerto juntos.
-Ahórrame tus lloriqueos -dijo la vieja-; no te
servirán de nada.
Al amanecer Gretel debió salir, colgar la
marmita de agua y encender el fuego.
-Primero -dijo la vieja- vamos a hacer el pan:
ya prendí el horno y preparé la masa.
Luego empujó a Gretel hacia el horno de donde
salían llamas.
-Entra -dijo la bruja- y ve si hay buena temperatura
para hornear el pan.
Cuando Gretel estuviera adentro ella cerraría
la puerta, la asaría y se la comería a ella tambien.
Pero la pequeña adivinó lo que la bruja pensaba y
le dijo:
-No sé cómo hacer para entrar ahí adentro
-¡Boba! -dijo la bruja-, la entrada es bastante
grande: ¡fíjate, hasta yo misma podría entrar!
Se acercó hasta el horno y metió la cabeza en
la boca. Entonces Gretel la empujó con tanta
energía que la bruja se fue hasta el fondo. Luego
cerró la puerta de hierro y echó el cerrojo. La
vieja lanzaba aullidos horribles pero Gretel escapó
y la bruja malvada ardió miserablemente.
Gretel corrió en busca de Hansel, abrió la
puerta del establo y exclamó:
-¡Hansel nos hemos salvado!; la vieja bruja se
murió.
El pequeño saltó hacia afuera como un pájaro
al que le abren la puerta de la jaula. La alegría de
los niños fue enorme. Se abrazaban, brincaban de
un lado para el otro, saltaban. Como no tenían ya
nada que temer entraron a la casa de la bruja; en
todos los rincones había cofres llenos de perlas y
de piedras preciosas
-Esto vale más que nuestros guijarritos -dijo
Hansel y llenó tanto como pudo sus bolsillos.
-Yo también voy a llevar algo a nuestra casa -
dijo Gretel mientras llenaba su delantalcito.
-Ahora hay que partir -dijo Hansel- para
abandonar el bosque encantado.
Después de caminar durante algunas horas
llegaron al borde de un gran río.
-No podremos pasar -dijo Hansel- no veo pasarela
ni puente.
-Tampoco hay bote -dijo Gretel- pero allá hay
un pato blanco que está nadando: si se Io pido,
nos ayudará a pasar.
Entonces exclamó:
Pato, patito, no hay vado ni puente.
Te piden, patito. Hansel y Gretel
que sobre tu lomo de pluma los lleves.
El pato se aproximó. Hansel subió sobre sus
alas y le dijo a su hermanita que hiciera lo mismo.
-No -respondió Gretel-, sería mucho peso para
el patito: nos pasará a uno primero y al otro después.
Así lo hizo la buena ave y cuando alcanzaron
felizmente la orilla opuesta, después de hacer un
pequeño tramo del camino, el bosque empezó a
resultarles cada vez más conocido hasta que finalmente
distinguieron la casa paterna.
Entonces se echaron a correr, se precipitaron
en la sala y saltaron al cuello del padre. El hombre
no había tenido un solo momento de alegría desde
que había abandonado a los niños en el bosque.
La mujer había muerto.
Gretel sacudió su delantal de modo que perlas
y piedras preciosas se pusieron a brincar en el
suelo mientras que Hansel vaciando sus bolsillos,
sacaba puñados y puñados.
Se acabaron las preocupaciones y todos vivieron
juntos y felices para siempre.
Mi cuento ha acabado. Por allí salta una lauchita.
Quien la atrape podrá hacerse un gran, gran
gorro de piel.