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miércoles, 27 de febrero de 2013

La caja de Pandora

La caja de Pandora 

Mucho antes de que los hombres llenáramos el mundo con nuestras endebles disputas y discusiones ya había vida en la tierra. Desde las nieblas del tiempo se nos muestra un pasado anterior a la era humana.
Si nos fijamos bien, podemos todavía ver el resultado de las furiosas batallas entre los Titanes y los Olímpicos. Las montañas cayeron y se destruyeron bajo los pies de los feroces Titanes. Los rayos agujerearon el cielo y el relámpago coronó las olas del mar.

Todos los días traían la victoria o la derrota para las fuerzas involucradas en la lucha. Durante edades innumerables la batalla continuó. En aquellos tiempos anteriores al hombre ningún bando tenía la victoria segura, a pesar de ser inmortales los dioses albergaban dudas.

Finalmente los Olímpicos vencieron y la tierra se calmó. Zeus y su familia habían ganado la guerra y se repartieron la tierra cual vencedores.

Poseidón, el hermano de Zeus, recibió el dominio sobre el mar y sus criaturas. Ese fue un alto honor, pues el mar cubría la mayor parte de la tierra. Muchas veces Zeus observaba desde el Olimpo y veía a su hermano bailando sobre las olas que lanzaba hacia la tierra. Parecía que organizaba tempestades para su diversión. Pero Zeus sabía que Poseidón enviaba tormentas sobre las aguas para mantener sus habilidades, entrenándose en caso de que sus enemigos reaparecieran.

A su hermano, Hades, le dio el Averno Éste era el fin de todas las criaturas y por el se consideraba que era muy importante aunque triste y oscuro. Y hasta el mismo Zeus tenía problemas para ver en la oscuridad constante que reinaba allí. Zeus se estremecía cuando oía los lamentos de las almas perdidas que gemían su pérdida de vida y amor, pero sabía que su hermano estaba satisfecho y eso era lo importante.

Con cada uno de sus parientes satisfecho la vida se hizo maravillosa para los inmortales. Cada placer buscado era un placer ganado. Todo lo que querían era suyo e incluso más.

Tanto como habían deseado la tranquilidad y serenidad de esta vida otra parte de ellos añoraba los cambios de los tiempos de confrontación. No teniendo ningún deseo de resucitar a sus enemigos Zeus buscó otra manera de divertir a sus hermanos y hermanas.

De la arcilla de la tierra creó la primera criatura que podría razonar. Tripule, lo llamó. El ser creado le pidió otro nombre y Zeus concedió que se llamase Epimeteo.

Epimeteo se parecía a los dioses. La enfermedad y la muerte le eran desconocidas. Estaba satisfecho y por consiguiente sus acciones se hicieron predecibles.

Desde su alto asiento en el Olimpo Zeus observó a Epimeteo y quiso su felicidad. Zeus le dio el dominio sobre la tierra y sus criaturas. Epimeteo respondió alabando a Zeus, quien saboreó su alabanza.

Pero la alabanza interminable, con el tiempo, se vuelve tan aburrida como su falta. Y Zeus decidió ayudar su criatura dándole una compañera. El dios llamó a sus hermanos y hermanas y les contó su plan

-Debemos hacer otra criatura, una mujer, para que sea a la vez igual a Epimeteo y todo lo contrario de él. Una vez pusimos lo mejor de todos nosotros y creamos al hombre, esta mujer debe ser diferente.

-¿Qué quieres decir con diferente? Preguntó su hermano.

-Poseidón, dijo Zeus

-Esta criatura debe ser en todos los sentidos diferente al hombre. Donde el hombre es duro, ella será suave. Donde el hombre es fuerte ella será débil. Donde el hombre es necio, ella será sabia. Donde el hombre es valiente, ella será tímida.
Donde el hombre se asusta, ella será valiente.

-¿Pero, cuándo los dos combinen sus talentos no nos rivalizarán a nosotros? Dijo Poseidón.

-Claro, pero nosotros no se lo diremos, contestó Zeus sonriendo.

-Tú lo sabes mejor, hermano. ¿En qué podemos contribuir nosotros? Preguntó el dios del mar mientras sus barbas se secaban a la brisa.

Zeus se levantó del trono y caminó entre ellos. Con una mirada dura en su cara marmórea, les dijo,

-De cada uno de vosotros yo quiero los contrarios en el mundo. Cuando le demos el don del amor a la mujer, le daremos también el don de los celos.

Donde nosotros pongamos la debilidad en la criatura, también le daremos la fuerza. Tendrá la belleza Afrodita, pero su inseguridad le causará vanidad. Con el tiempo se combinarán todos los elementos contrarios que nosotros queramos.

-¿Cómo se llamará esta mujer? preguntó Hades

-La llamaré Pandora.

-Entiendo, Pandora quiere decir todo. Muy bien.

Entonces los dioses se separaron y cada uno recogió sus propiedades. Atenea le dio una mente inteligente y una curiosidad aplastante. Zeus le preguntó a su hija por qué había elegido tal pareja.

Atenea contestó,

-Aunque estos dos atributos no parecen ser contrarios, lo son en verdad. Tanto como la curiosidad puede llevar al conocimiento, la curiosidad lleva en el futuro a la pérdida de ese mismo conocimiento. Mientras el conocimiento es bueno y fuerte, puede debilitarse por la necesidad de saber demasiado.

Una nube pasó por el su semblante de Zeus, pero después sonrió.

-Comprendo, Atenea, pero ¿la sutileza se perderá en estas criaturas?

-Quizás. Quizás. Pero nosotros debemos darles la oportunidad de pasar más tiempo juntos que separados. ¿Estás de acuerdo, padre?

-Sí, lo estoy, respondió Zeus disipando las nubes y calentando todos los corazones con la luz de su sonrisa.

Cuando Epimeteo encontró el regalo de Zeus su corazón se alegró. Pandora era diestra con sus dedos y podría hacer muchas de las cosas que a él le preocupaban. Nunca en toda su existencia el hombre había conseguido la paciencia necesaria para tejer las hojas formando un cuenco para beber el agua pura que fluía de la tierra. La mujer dominó el arte casi inmediatamente y Epimeteo tuvo cuidado especial en agradecer a los dioses por su regalo maravilloso.

Pero la complacencia del Olimpo pronto se tornó en fastidio y cansado de oírse alabado día tras día Zeus llamó a Hades y le dijo,

-Escucha, quiero que vayas a los lugares oscuros que tan bien conoces y recojas lo que encuentres. Quiero los espíritus de la enfermedad, del hambre, la desesperación, la crueldad, y el resto. Mételos en una caja fuerte y tráemelos"

-¿Para qué, hermano?

-Hades, tengo mis razones. Por favor haz cuanto te digo.



El sol resplandecía brillantemente y el rocío de la mañana había pasado dejando el mundo lujuriante y verde. Juntos Pandora y Epimeteo se sentaban bajo un olivo y saborearon una vez más del sabroso fruto de Atenea. Por el camino vieron acercarse a un hombre que transportaba una caja muy pesada. Juntos corrieron hacia él para ofrecerle su ayuda.
Pandora preguntó,

-¿Podemos ayudarte a llevar su carga?

Los ojos del viajero parecían profundos y en ellos se reflejaba cierta tristeza,

-Sí, por favor, contestó.

Entre Epimeteo y Pandora recogieron la gran caja la llevaron a la sombra del olivo. Pandora se apresuró a sacar un poco de agua clara. Rápidamente formó un cuenco con cañas y trajo la bebida fresca al extraño.
Con un suspiro, el hombre aceptó su regalo y bebió profundamente de la sangre de la tierra. La mirada dura en su cara empezó a aliviarse y finalmente dijo que debía continuar su camino.

-Si no fuera demasiado pedir ¿podría dejar mi carga durante algún tiempo aquí? Debo darme prisa para alcanzar mi destino.

Epimeteo examinó al joven y sonrió,

-Por supuesto. Tu caja estará segura con nosotros. Ven a recogerla cuando quieras, aquí estará.

-Escuchad, Epimeteo y Pandora, -dijo el joven- No debéis intentar abrir mi caja. Podría haber consecuencias terribles si lo hacéis.

Epimeteo asintió con la cabeza y sonrió,

-No te preocupes. Nada perturbará tu caja.

Pandora manifestó su acuerdo, pero sus ojos no se apartaron de la caja cuidadosamente decorada.

Cuando el joven partió para continuar su viaje. Epimeteo sonrió suponiendo que él debía de haber sido uno de los inmortales.

Pasaban los días y la caja permanecía donde el extraño la había puesto. A menudo Pandora miraba los delicados diseños tallados en su superficie y se maravillaba. Ella pensó que quienquiera que hubiera creado tal belleza en el exterior de un recipiente debía tener algo muy especial escondido dentro.

La semilla de la curiosidad que Atenea había plantado en Pandora empezó a crecer. Pronto la mujer se despertaba al alba para examinar la caja. Aunque no sabía leer, intuía que había palabras escritas en oro sobre la caja. Los preciosos labrados de figuras masculinas y femeninas le fascinaban y los contemplaba durante horas rozándolos con sus dedos, mientras su curiosidad crecía.

Un día, cuando Epimeteo estaba lejos, Pandora acercó su oreja a la caja con la esperanza de que cualquier sonido se escapara. Entonces una voz tan débil que podría haber sido el soplo del viento le dijo así,

-Ayúdanos. Por favor, Pandora, abre la caja y revélanos.

Se apartó el pelo negro y largo y puso su oreja desnuda contra la caja para escuchar mejor. Débil, pero más claramente que antes la voz le susurró,

-Pandora, revélanos. Necesitamos ser libres.

Con gran vacilación decidió atisbar dentro para ver quién era que le pedía ayuda y saber si su aspecto era el de alguien a quien a ella le gustaría ayudar. Cuando rozó el cordón que sostenía la tapa cerrada, Pandora se sorprendió pues el nudo se deshizo en sus dedos. Posó las manos en los bordes de la tapa. Miró a su alrededor para ver si Epimeteo podía verla. Él estaba lejos. Débilmente las voces lloraron de nuevo. Con una imperiosa resolución, Pandora empezó a alzar la tapa. La caja, se abrió fácilmente.

Pandora esperaba poder ver quién la había llamado, pero las criaturas de la caja volaron en un torbellino alrededor de la mujer. Sólo se detenían para morderla y picarla. Eran unas criaturas odiosas y rencorosas. Ella intentó cerrar la tapa para detener su prisa por la libertad pero ya habían escapado. Después de haberla torturado un largo rato salieron volando en busca de Epimeteo.

-¿Qué he hecho?, se dijo Pandora

La mujer lloró silenciosamente sentada en el césped verde bajo el sol pálido y se apoyó contra la caja. Las lágrimas mancharon su cara bonita y ella bajó la cabeza avergonzada. Aunque las criaturas no se habían identificado, algo en ella intuyó quiénes eran.

Los gritos de Epimeteo a quien también los males estaban atacando sin misericordia aumentaron sus amargas lágrimas. Finalmente cuándo sus lamentos se iban apagando, Pandora oyó una voz débil que dulcemente preguntaba

-¿Pandora, por favor, puedes soltarme?

-¿Para qué?- contestó ella

-¿No has visto quiénes eran?

-Son mis hermanas, pero puedo asegurarte que yo soy como ellos.

Pandora que sentía que todo estaba tristemente perdido abrió la caja. Una hermosa hada con las alas de mariposa voló brillando débilmente en la luz del sol. El hada voló rozando a Pandora y posándose sobre sus heridas la fue curando. Después voló sobre Epimeteo y lo sanó por completo.

Pandora se sentó sobre la caja y meditó. Y entonces supo que el nombre de aquella pequeña hada era Esperanza

Al cabo de un rato, la mariposa descansó exhausta en el hombro de Pandora. La mujer vio como la criatura se introducía sin dolor en su carne y se posaba en su corazón.
Entonces comprendió el don de la esperanza, aunque no pudiera borrar el dolor que sus hermanas habían traído al mundo, podría hacer ese dolor más fácil.

Pandora apuntó una leve sonrisa al saber que siempre existirá la esperanza.




FIN

lunes, 25 de febrero de 2013

El Anillo Mágico de Tolkien





El Anillo Mágico de Tolkien


Una introducción de Peter Beagle

Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la Tierra de Mordor donde se extienden las sombras.




Lejos al norte se encuentran las Colinas de Hierro, las Montañas Grises y la Bahía helada de Forochel; más allá sólo existe la gran desolación septentrional. Lejos al sur se extiende Haradwaith, región de gentes fieras y oscuras; al oeste está el mar, y más allá del mar las tierras inmortales de Oesternesse, de donde llegaron los pueblos Eldar y a donde todos volverán con el tiempo. Al este está Mordor, que siempre fue una tierra maligna y desolada. Estos son los límites de la Tierra Media, y este es el mundo que J.R.R.Tolkien exploró y cuya crónica presenta en El Señor de los Anillos. No he dicho creó, porque siempre estuvo ahí.
El Señor de los Anillos y su prólogo, El Hobbit, pertenecen, desde mi punto de vista, a un pequeño grupo de libros, canciones y poemas que he compartido con otras personas. Los más extraños desconocidos parecen conocerlos, y hablamos acerca de Gandalf, Gollum o el Puente de Khazad-dûm mientras la fiesta, la clase o el tren se alejan inadvertidamente de nosotros. Viejos amigos los redescubren, como yo mismo lo hago –rebuscar en cualquier libro de la Trilogía es verse atrapado una vez más en el conjunto de la Leyenda- y hablamos de ello como si lo hubiéramos leído por vez primera, y como si estuviéramos recordando algo que nos hubiera sucedido a los dos mucho tiempo atrás. Algo de nosotros ha pasado a formar parte de la historia, y ahora esta nos pertenece.
La Tierra Media, es un poco como nuestra tierra, algo mítica quizás, pero no demasiado. Su luz es la de los largos veranos de nuestra infancia, y sus pesadillas son como las de los niños: sobrecogedoras visiones de poder, sombras frías que bloquean para siempre la luz del sol. Pero las fuerzas que controlan las vidas de los habitantes de la Tierra Media son las mismas que las nuestras: tradición, azar y deseo. Es un mundo repleto de oportunidades, sujeto a las leyes naturales, y únicamente separado por una delgada piel del caos aullante y primario que espera en el exterior de cualquier mundo; no es Oz, ni el País de las Maravillas, sino un mundo repleto de cosas y personas, olores y estaciones, como el nuestro.
El Hobbit nos sirve de introducción tanto a la Tierra Media como a la historia del Anillo Único. Los Hobbits son una gente pequeña, que viven en madrigueras, ligeramente más pequeños que los Enanos: de pies peludos, amables labradores y jardineros, aficionados a los fuegos artificiales, las canciones y el tabaco, con cierta inclinación a la corpulencia y a la composición de árboles genealógicos. En este libro el Hobbit Bilbo Bolsón acompaña a trece enanos y a un mago llamado Gandalf en la búsqueda de un tesoro que un dragón les arrebató siglos atrás. Durante el viaje, Bilbo encuentra un anillo mágico y se lo lleva a casa, como un recuerdo. Su poder, por lo que él sabe, consiste en volver invisible al portador, lo cual resulta útil si tienes interés en evitar a tías y a dragones, y Bilbo lo usa una o dos veces para ambos
propósitos. Pero no lo usa para casi nada más durante los sesenta años en que lo tiene en su poder; lo lleva en el bolsillo, sujeto a una cadena de oro.
El Señor de los Anillos empieza con el descubrimiento por parte de Gandalf de que el anillo de Bilbo es en realidad el Anillo Único del poema. Fue hecho por el Señor Oscuro –Sauron de Mordor, intemporal y extremadamente malvado- , y los Anillos menores distribuidos entre Elfos, Enanos y Hombres, debían con el tiempo llevar a las tres razas bajo el dominio del Anillo Único, también llamado por este motivo el Anillo Soberano. Pero Sauron ha perdido el Anillo, y su búsqueda es cada vez más desesperada y frenética; si se apodera del Anillo, pasará a ser invencible, pero sin él, todo su poder podría no servirle de nada. El Anillo debe ser destruido, no sólo para evitar que caiga en las garras de Sauron, sino también porque, como todos los Anillos, su naturaleza es convertir la bondad en maldad. Finalmente, es el sobrino de Bilbo, Frodo Bolsón, quien se pone en camino hacia el volcán donde el Anillo fue forjado, aunque la montaña se encuentra en Mordor, bajo la mirada del Señor Oscuro.
El Señor de los Anillos es la historia del viaje de Frodo a través de una larga pesadilla de codicia, de su educación acerca del miedo y de la belleza, y de su pérdida final del mundo que está intentando salvar. En un sentido, su creciente conocimiento ha devorado la alegría y la fuerza inocente que lo hicieron, de toda la gente mágica y sabia que encuentra, el único adecuado para llevar el Anillo. Como dice a Sam Gamyi, el único amigo que lo siguió todo el largo camino hasta el Fuego, “Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven.” Hay otros en la Tierra Media que habrían pagado gustosamente ese precio, pero ninguno para quien hubiera significado tanto.
He aquí la trama; pero el verdadero encanto del libro radica en la riqueza de la épica, de la cual El Señor de los Anillos no es más que una parte. La estructura del mundo de Tolkien es tan vertiginosamente compleja y tan natural como un copo de nieve o la tela de una araña: únicamente la historia de los reinos de los Hombres de la Tierra Media abarca tres edades, y cada una de esas historias, como Tolkien insinúa en los fascinantes Apéndices, contiene suficiente material para una balada tan larga como El Señor de los Anillos. Y hay otras gentes, pueblos más viejos –especialmente los Elfos inmortales- cuyos recuerdos se remontan a los Días Antiguos, mucho antes de que la bondad o la maldad llegaran a la Tierra Media; están los Enanos y los Ents –los Pastores de Árboles, “viejos como las montañas”- y está Tom Bombadil, que no tiene edad, raza o misión alguna.
Tolkien nos cuenta algo de cada uno de estos pueblos –sus canciones, sus lenguajes, sus leyendas, sus costumbres y sus relaciones con las demás razas- pero es lo bastante sabio como para no revelar todo cuanto sabe acerca de ellos y de su mundo. Puede hacerse eso con las creaciones literarias, pero con nada que tenga vida propia. Y la Tierra Media vive, no sólo en El Señor de los Anillos, sino a su alrededor y antes y después de El Señor de los Anillos. He leído la obra completa cinco o seis veces (sin contar las consultas, para las cuales este ensayo es, en parte, una excusa), y en cada ocasión, aumenta y se profundiza mi placer en su lectura. Es un libro que adquiere una pátina especial en cada mente que entra en contacto con él, como una piedra de bolsillo o un pedazo de madera que han sido atesorados durante mucho tiempo. A veces, aunque sé que yo no lo escribí, siento como si lo hubiera hecho.
El Hobbit es una buena introducción a los habitantes de la Tierra Media, más aún teniendo en cuenta que algunos de sus personajes principales vuelven a aparecer en El Señor de los Anillos. Además de los Hobbits, Enanos, Elfos y Hombres está Gandalf el Mago: un vagabundo, conocido con muchos nombres por muchas gentes, capaz de aparecer como un hombre viejo, encorvado y frágil, hábil con los fuegos artificiales, nervioso e irritable, y de algún modo cómico, o como una figura resplandeciente de poder aterrador, capaz de oponerse a la voluntad del mismísimo Sauron. Y está Beorn, el Cambia-pieles, que puede tomar la forma de un oso; un hombre áspero y malhumorado, pero un buen amigo. Beorn no vuelve a aparecer después de El Hobbit, pero en un sentido literario, es el precursor del más profundamente desarrollado Tom Bombadil. Ambos son seres cautelosos, que no se mezclan en los grandes asuntos de las demás gentes. Ambos son sus propios amos, bajo ningún encantamiento que no sea el propio; pero el viejo Bombadil es la canción encarnada, y su poder es mayor que el de Beorn. Sería el último en ser conquistado si Sauron recuperara el Anillo Único.
Pero de todos los personajes de ambos libros, seguramente el más memorable –y por su propio destino miserable, el más importante- es la criatura llamada Sméagol, o Gollum, por el continuo sonido gorgoteante que surge de su garganta. El origen de Gollum es muy cercano al de los Hobbits, y es él quien descubre el Anillo en un río, donde ha estado oculto durante miles de años. Mejor dicho, mata para apoderarse de él, y la única razón que podría dar del porque, es que el Anillo es más hermoso que nada que alguna vez haya entrado en su vida. El nombre que le da es, siempre, “la Preciosidad”. Remonta el río con Él hasta que el río desaparece bajo una montaña, y allí desaparece en la oscuridad, hasta que Bilbo, perdido en los túneles de las montañas, se topa con él y con el Anillo sin custodia, y se lo guarda en el bolsillo. El Anillo cuida de sí mismo, como Gandalf deduce: gravita hacia el poder; va hacia donde tiene que ir. Pero Gollum no puede vivir sin su Preciosidad, y no pasa mucho tiempo antes de que abandone las montañas para ir en su busca. En sus viajes, eventualmente encuentra la pista de Frodo y Sam, pero es capturado por ellos y obligado a guiarlos a Mordor, donde una vez él había sido prisionero de Sauron. En adelante está con ellos en todo momento, o a la vista de ellos, hasta el final de su viaje, y de su igualmente terrible odisea.
En el momento en que Frodo le toma como guía, Gollum está completamente loco. Los siglos oscuros y silenciosos viviendo con la ansiedad del Anillo y luego los tormentos de Sauron han reducido su mente a un simple deseo sin sentido. Ahora existen dos seres en él: dos voces que hablan y susurran en su interior noche y día: Gollum y Sméagol –uno no es una persona en absoluto, no yo, sino una cosa que pertenece por completo al Anillo; el otro, aún vivo en cierto modo, todavía retiene ciertos vestigios de su propia voluntad, tras tanto tiempo, y es capaz de sentir un grotesco anhelo hacia Frodo, a quien, sin embargo, debe traicionar. No puede soportar la luz –incluso la luna llena es una angustia física para él, y teme a casi cualquier cosa o persona del mundo, sobre todo a Sauron. Además, Gollum es peligroso; se ha convertido en caníbal y su cuerpo arruinado aún retiene una fuerza elástica y antinatural. Bilbo y Sam y muchos otros tienen la oportunidad de matarle, pero en cada ocasión, la idea de su sufrimiento, aunque vagamente concebida (es preciso haber llevado el Anillo, aunque sea durante corto tiempo, para entender la agonía de Gollum), les detiene; de modo que vive para desempeñar su papel en la Historia del Anillo. Al final, Gollum es un desafío a la imaginación más que cualquier otro personaje de El Señor de los Anillos, lo cual es lógico en cierto modo, puesto que ya era un fantasma cuando la historia comenzó.
A Sauron nunca se le ve, con la excepción de un terrible instante, cuando la mente de un hobbit entra en contacto con la suya a través de un palantir, una piedra vidente.
Pero los sirvientes de Sauron son tan visibles como la energía de su mente puede hacerlos: Orcos y Trolls, criados por Él en imitación de los Elfos y los Ents, tan incapaces de crear nada como su Señor, ni de encontrar placer más que en la fealdad; seres inmundos, espíritus que habitan en las arruinadas tumbas de los Reyes; toda clase de Hombres, desde bárbaros de los bosques hasta los crueles Haradrim que montan en “olifantes”, o reyes y príncipes caídos en las trampas de Sauron. De estos últimos, los de destino más desgraciado, los más espantosos y desesperados son los Nazgûl, los Espectros del Anillo, cada uno de los cuales fue una vez un hombre, un rey que sucumbió al poder de los nueve anillos que fueron hechos para los Hombres Mortales. Montando grandes criaturas aladas, o cabalgando caballos negros, extienden sombras de terror mientras cumplen los mandatos de su Amo por toda la Tierra Media, llamándose siempre los unos a los otros con voces susurrantes llenas de maldad y de un dolor sin piedad. Son criaturas extraídas del sueño de un niño, nubes que oscurecen la luna, que le buscan, que se guían por los latidos de su corazón; pero también son hombres caídos, y Frodo, observándoles con el Anillo en el dedo, comprende la naturaleza de su condenación. El destino de ellos es muy similar al suyo.
Porque el Anillo devora. Es una especie de cristal de aumento a través del cual todas las voluntades son concentradas; llevarlo es estar desnudo ante el Ojo (porque Sauron dejó gran parte de su poder original en el Anillo y este le llama constantemente) y ante los deseos más profundos de uno mismo de conseguir poder sobre los demás. Como cualquier otra cosa que pertenezca al Señor Oscuro, el Anillo Único no puede crear; puede otorgar poder, pero sólo de acuerdo con la fuerza y las cualidades reales del Portador; y aquel que lo posee no muere, “pero no crece, no obtiene más vida” a decir de Gandalf, “simplemente continúa”. Ha estirado la vida
de Bilbo hasta hacerla peligrosamente delgada, y la de Gollum hasta sobrepasar su propia memoria; y el periodo en que Frodo ha tenido que cargar con Él le ha dañado más allá de cualquier cura. Habla por el miserable Gollum, e incluso por los Nazgûl cuando le dice a Sam:
Ya no me queda nada, Sam: ni el sabor de la comida, ni la frescura del agua, ni el susurro del viento, ni el recuerdo de los árboles, la hierba y las flores, ni la imagen de la luna y las estrellas. Estoy desnudo en la oscuridad, Sam y entre mis ojos y la rueda de fuego no queda ningún velo. Hasta con los ojos abiertos empiezo a verlo ahora, mientras todo lo demás se desvanece.
El libro está repleto de canciones. Baladas, poesía, y rimas de conocimiento pertenecen a las vidas cotidianas de las gentes de la Tierra Media, y la poesía épica es su historia y su periodismo. Cada una de las distintas razas y tribus, excepto los habitantes de Mordor, tiene su propia tradición de canciones, y Tolkien las presenta todas –desde los modos y patrones élficos de rima hasta los orgullosos cantos de los Enanos y los números de “music-hall” que los Hobbits adoran- con la habilidad y la naturalidad de un escritor cuya prosa combina perfectamente con la poesía. Los mejores versos empiezan a cantar mientras los lees, así como los nombres de gente y lugares, hasta el punto de que uno podría ponerse a cantar los mapas que Tolkien incluye en cada volumen. Y esa música nunca se impone desde fuera; surge del centro de ese mundo, como lo hace del mundo de la Ilíada, o de la Nibelungenlied. Los pueblos de Tolkien cantan, y cantan de esta manera.
Los libros se han vendido sin estridencias, pero de un modo constante desde que Houghton Mifflin los introdujo, pero en los últimos años, las ventas han empezado a incrementarse. Ballantine Books ha publicado una versión de bolsillo aprobada por Tolkien que incluye un prólogo y material nuevo. El mayor interés por la obra de Tolkien ha surgido entre graduados y estudiantes universitarios. Estas personas producen trabajos propios, variados y extraños, y si existe alguna significación de su elección de El Señor de los Anillos – más allá del hecho de que se trata de un buen libro- al infierno con ella; uno u otro de nuestros analizadores de la juventud se encargará de ello tarde o temprano. Pero hay una posible razón para la popularidad de Tolkien que me gustaría comentar, ya que se refiere a la fuerza real de El Señor de los Anillos. La gente joven en general nota la diferencia entre la realidad y el fraude. No son conscientes de ello; cuando empiezan a conocer esa diferencia, y a intentar articularla, ya son adultos y están sujetos al sufrimiento y a la falibilidad de ese estado. Pueden ser confundidos por estúpidos o locos, pero perciben al predicador que no siente una palabra de su sermón, al charlatán que trata de embaucarlos, o a la sociedad que no cree en ella misma. Raramente permiten que cualquier falsedad anide en sus corazones.
Tolkien cree en su mundo, y en todos aquellos que lo habitan. Este hecho, naturalmente, no es una garantía de éxito –si Tolkien no fuese un buen escritor, no podría convertirlo en uno- pero es algo sin lo cual no hay grandeza, en el arte o en cualquier otra cosa, y encuentro muy poco de ello en la ficción que trata de hablarme acerca de este mundo en el que vivimos. Esta incapacidad del autor de creer en lo que está haciendo es, creo, lo que transforma a tantos libros que tratan de las cosas reales que realmente ocurrieron a las almas reales y los cuerpos reales de personas reales en el mundo real en los pequeños y entumecidos escenarios donde marionetas vestidas de formas diversas cantan y hacen malabarismos. Pero yo creo que Tolkien ha vagado por la Tierra Media, que existe sólo en él mismo, y entiendo la tristeza de los Elfos, y he contemplado Mordor.
Y este es el origen de la unidad del libro, esta profunda certeza de Tolkien que convierte a su mundo en algo más que la suma de todas sus partes, más que un ingenioso artificio, más que una sencilla parábola sobre el poder. Más allá de la habilidad y la inventiva del hombre, más allá de su conocimiento sobre filología, mitología y poesía, El Señor de los Anillos está hecho con amor, con orgullo y con una pizca de locura. Nunca ha existido mucha ficción de cualquier tipo que haya sido compuesta de esta manera, pero algunas noches tengo la sensación de que mi tiempo se está engañando a sí mismo con este método. Así que he leído el cuento del Anillo y algunos otros libros muchas veces, y envidio a mis hijos, que aún no han leído ninguno de ellos, y os envidio a vosotros, si aún no lo habéis hecho, y os deseo felicidad.
Peter S. Beagle

jueves, 7 de febrero de 2013

Las dos ranas





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E
stas eran dos ranas y una decía a la otra:

“Oye, ¿no crees que cuando croamos la gente no puede dormir?” dijo una rana.

“Si, ¿pero no crees que ellos en el día gritan mucho?” contestó la otra.

“Claro, pero desde esta noche no croaremos” dijo la otra rana.


Así pasaron tres días y tres noches, y en una casa una señora le decía su marido:

“Van tres días que no puedo dormir, y es desde que las ranas dejaron de cantar”

“¿Por qué?” Le preguntó su marido.

“Es que con el canto de las ranas me dormía”

Las ranas que la estaban escuchando, desde esa noche siguieron croando con mucha emoción.

Niña bonita - cuento





H
abía una vez una niña bonita. Tenía los ojos como dos aceitunas negras, lisas y muy brillantes.

Su cabello era rizado y negro, muy negro, como hecho de finas hebras de la noche.

Su piel era oscura y lustrosa, más suave que la piel de la pantera cuando juega en la lluvia.
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Cuentos infantiles, cuentos para niños, cuentos divertidos, cuento de una Niña bonita, cuentos divertidos para niños, entretenidos cuentos para niños, cuentos infantiles y divertidosAl lado de la casa de la niña bonita vivía un conejo blanco, de orejas color de rosa, ojos muy rojos y hocico tembloroso.

El conejo pensaba que la niña bonita era la persona más linda que había visto en toda su vida. Y se decía: “Cuando yo me case, quiero tener una hija negrita y bonita, tan linda como ella...”
Cuentos infantiles, cuentos para niños, cuentos divertidos, cuento de una Niña bonita, cuentos divertidos para niños, entretenidos cuentos para niños, cuentos infantiles y divertidosPor eso, un día fue adonde la niña y le preguntó: “bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?”.

La niña no sabía, pero inventó: “Ah, debe ser que de chiquita me cayó encima un frasco de tinta negra”.

El conejo fue a buscar un frasco de tinta negra. Se lo echo encima y se puso negro y muy contento. Pero cayó un aguacero que le lavó toda la negrura y el conejo quedó blanco otra vez.
Cuentos infantiles, cuentos para niños, cuentos divertidos, cuento de una Niña bonita, cuentos divertidos para niños, entretenidos cuentos para niños, cuentos infantiles y divertidosEntonces regresó adonde la niña y le preguntó: “Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita?”.

La niña no sabia, pero inventó: “Ah, debe ser que de chiquita tomé mucho café negro”.

El conejo fue a su casa. Tomó tanto café que perdió el sueño y pasó toda la noche haciendo pipí. Pero no se puso nada negro. Regresó entonces adonde la niña y le preguntó otra vez: “Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita? La niña no sabía, pero inventó: “Ah, debe ser que de chiquita comí mucha uva negra.

El conejo fue a buscar una cesta de uvas negras y comió, y comió hasta quedar atiborrado de uvas, tanto, que casi no podía moverse.

Le dolía la barriga y pasó toda la noche haciendo popó
Pero no se puso nada negro.
Cuentos infantiles, cuentos para niños, cuentos divertidos, cuento de una Niña bonita, cuentos divertidos para niños, entretenidos cuentos para niños, cuentos infantiles y divertidosCuando se mejoró, regresó adonde la niña le preguntó una vez más: “Niña bonita, niña bonita, ¿cuál es tu secreto para ser tan negrita? La niña no sabia y ya iba a ponerse a inventar algo cuando su madre interrumpió y dijo: “Ningún secreto. Encantos de una abuela negra que ella tenía.

Ahí el conejo, que era bobo pero no tanto, se dio cuenta que la madre estaba diciendo la verdad, y si el quería tener una conejita negra y linda tenía que buscarse una coneja negra para casarse.

Y la niña bonita fue la madrina de la conejita negra. Cuando la conejita salía a pasear siempre había alguien que le preguntaba: “Coneja negrita, ¿cuál es tu secreto para ser tan bonita? Y ella respondía: “Ningún secreto. Encantos de mi madre que ahora son míos”.

La jirafa inconforme





L
a primera vez que Paty se asomó al río y vio lo largo que tenía el cuello, no le hizo ninguna gracia.


"Este no es buen espejo", se dijo “Me miraré en la laguna que tiene el agua mas tranquila" Y antes de que el sol brillara demasiado Paty corrió a la laguna para mirarse bien. Allí comprobó que nada había cambiado su cuello parecía una larga vara con una cabecita en la punta.


Cuentos infantiles, cuentos para niños, cuentos divertidos, cuento de La jirafa inconforme, cuento de una jirafa, cuento de la inconformidad de una jirafaLa jirafa quedó muy mal impresionada; observa, de reojo en cuanto animal le cruzaba cerca, deseando que alguno se le pareciera, y no los halló más que en su propia familia.


"¿Y si pruebo a encogerme un poco? A lo mejor así el defecto se notará menos", pensó ella.

Pero el resultado fue peor, porque se le hizo una joroba.


“Seguiré probando", suspiró muy bajito Paty. "Tengo que seguir probando".


Esta vez, la pequeña jirafa fue a vivir a una cueva, decidida a salir solo durante la noche; pero como Paty era tímida, en cuanto se vio sola en la oscuridad, echo a correr y se acurrucó junto a su mamá.

Por muchos meses la joven jirafa sufrió calladamente lo que ella creía un terrible defecto. Estaba tan desconsolada que hasta quiso ser como la rana Camelia, que parecía una vasija. Pasó un largo tiempo sin que Paty dejara de pensar en lo mismo, pero sin hallarle remedio. Ella crecía, se estiraba y a la vez también crecía su cuello, que siguió mostrando una pequeña cabeza y cuernitos muy graciosos, como dos caramelos.


Cansada de su secreta lucha, un día entendió que con negarse a ser como era, solo conseguía estar siempre triste y arrinconada. Por eso Paty hizo así: compró veinte metros de cintas de diferentes colores y se llenó de lazos el larguísimo cuello para que todos la miraran. ¡Y resultó que Paty se veía muy linda!

Viento ligero




Ligero,
que el viento se lleva la flor del romero.

Ligero, ligero,
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que el viento sacude la miel del trigal.

Ligero, ligero,
que el viento marchita la luz del sendero.

Ligero, ligero,
que el viento arrebata la espuma del mar.

Ligero, ligero,
que el viento le empuja la barca al remero.

Ligero, ligero,
que el viento a la nube la invita a bailar.

Cuento para niños: La cometa rota


Cuento para niños: La cometa rota




La cometa rota Cuento para niños: La cometa rota
Carolina iba caminando como todos los días a comprar a la tienda de Don Honorio cuando vio en el suelo una vieja cometa, estaba rota, algún niño la habría tirado porque ya no podía volar.
Carolina pasó de largo, pero por un momento creyó ver la cometa con una lágrima en sus ojos. Eso no era posible pero le pudo la curiosidad, dio media vuelta y la recogió.
Cuando llegó a su casa buscó a su padre:
- Por favor papá me tienes que arreglar esta cometa, la he encontrado tirada y está rota, creo que está triste porque no puede volar.
- Me temo hija, que la cometa está demasiado rota, no creo que pueda llegar a volar.
Carolina creyó ver otra lágrima en la cara de la cometa, eso es imposible, pensó, las cometas no pueden llorar.
Voy a buscar a Sebastián, siempre tiene buenas ideas, pensó.
- Hola Sebastián, mira lo que he encontrado, una cometa rota, creo que está triste, ya se que eso es imposible, pero creo que a veces llora.
- Sí claro que es posible Carolina, respondió Sebastián, una cometa que siempre ha estado volando, ahora que no puede, tiene que estar triste, pero no la podemos dejar así. Se me ha ocurrido una idea.
Los dos chicos salieron corriendo a la tienda de don Honorio.
- Hola Don Honorio, ¿Todavía le quedan globos de esos que regala a los niños que cuando los soltamos suben hacia el cielo?
- Sí, claro chicos, esperad que voy a buscarlos a la trastienda. Tomad todavía me quedan unos cuantos, os lo regalo, sois buenos clientes.
Carolina y Sebastián fueron al prado de al lado del rió, y ataron los globos a la cometa, agarraron la cuerda y soltaron los globos.
La cometa empezó a subir muy alto, hasta que la cuerda que tenía agarrada Carolina, quedó tirante.
- Carolina, la cometa siempre ha volado muy alto, pero esta cuerda nunca la ha dejado ser libre, dijo Sebastián.
Carolina pensó que era hora de que la cometa fuese libre de verdad así que soltó la cuerda. La cometa empezó a subir muy, muy alto hasta que se perdió de vista, como si hubiese alcanzado el cielo.
Carolina y Sebastián vieron caer unas gotas al suelo, parecían lágrimas.
Mira Carolina la cometa está llorando, pero creo que esta vez es de felicidad.
La cometa cuando no estaba rota había hecho felices a muchos niños, y ahora aunque ya no servía, Carolina y Sebastián la habían ayudado a volar y esta vez seguro que llegaría al cielo, la cometa miró hacia abajo y les dio las gracias.
Miguel Angel Ramos.