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viernes, 31 de diciembre de 2010

EL BURRO FLAUTISTA -- TOMAS DE IRIARTE

EL BURRO FLAUTISTA,TOMAS DE IRIARTE

  Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

  Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

  Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

  Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

  En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

  «iOh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!»

  Sin regla del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

jueves, 30 de diciembre de 2010

El sol y la luna se van a casar --- Jaime Eduardo Castellanos Villalba

El sol y la luna se van a casar
Jaime Eduardo Castellanos Villalba


papá ratón llegó contando, que el sol y la luna se van a casar

mamá ratona dijo, que ese matrimonio no duraría, porque separado el sol de la luna siempre estaría

abuela ratona dijo, que tendrían como hijas las estrellas e hijos los cometas y como padrinos ella quería, fueran los planetas

el ratoncito mayor dijo, que todos estaban equivocados, porque el sol se casaría con una “sola” y la luna con un “luno”, el sol tendría hijos, pero con tantos, con noche no quedaría lugar alguno

grillos, sapos, renacuajos, ranas y búhos, no tendrían mas noches para cantar y por eso el ratoncito mediano se puso a llorar

papá ratón llamó a la cordura, pues no había pareja para ellos, porque no se conocía ningún otro sol, ni otra luna, quizás en otra galaxia, pero mas de cien mil años esa búsqueda dura

y para terminar esta querella, el ratoncito mas pequeñito sueña, con que la luna se enamore de una estrella y el sol de una flor bien bella

Un niño muy inteligente -- Karmen

Un niño muy inteligente
Karmen

Había una vez, un niñ@ pequeñ@ que comenzó a ir a la escuela. Era bastante pequeñ@ y la escuela muy grande. Cuando descubrió que podía entrar en su aula desde la puerta que daba al exterior, estuvo feliz y la escuela no le pareció tan grande. Una mañana, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@-.

Le gustaba dibujar y podía hacer de todo: vacas, trenes, pollos, tigres, leones, barcos. Sacó entonces su caja de lápices y empezó a dibujar, pero la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, aún no es tiempo de empezar! Aún no he dicho lo que vamos a dibujar. Hoy vamos a dibujar flores.
- ¡Qué bien! -pensó el niñ@.

Le gustaba hacer flores y empezó a dibujar flores muy bellas con sus lápices violetas, naranjas y azules. Pero la maestr@ dijo:
- ¡Yo les enseñaré cómo, esperen un momento! - y, tomando una tiza, pintó una flor roja con un tallo verde. Ahora -dijo- pueden comenzar.

El niñ@ miró la flor que había hecho la maestr@ y la comparó con las que él había pintado. Le gustaban más las suyas, pero no lo dijo. Volteó la hoja y dibujó una flor roja con un tallo verde, tal como la maestr@ lo indicara.

Otro día, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a modelar con plastilina.
- ¡Qué bien! -pensó el niñ@.

Le gustaba la plastilina y podía hacer muchas cosas con ella: víboras, hombres de nieve, ratones, carros, camiones; y empezó a estirar y a amasar su bola de plastilina. Pero la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, aún no es tiempo de comenzar! Ahora -dijo- vamos a hacer un plato.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@-.

Le gustaba modelar platos y comenzó a hacerlos de todas formas y tamaños. Entonces la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, yo les enseñaré cómo! - y les mostró cómo hacer un plato hondo-. Ahora ya pueden empezar.

El niño miró el plato que había modelado la maestr@ y luego los que él había modelado. Le gustaban más los suyos, pero no lo dijo. Sólo modeló otra vez la plastilina e hizo un plato hondo, como la maestr@ indicara.

Muy pronto, el pequeñ@ aprendió a esperar que le dijeran qué y cómo debía trabajar, y a hacer cosas iguales a la maestr@. No volvió a hacer nada él sólo.

Pasó el tiempo y, sucedió que, el niñ@ y su familia se mudaron a otra ciudad, donde el pequeñ@ tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era más grande y no había puertas al exterior a su aula. El primer día de clase, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@, y esperó a que la maestr@ dijera lo que había que hacer; pero ella no dijo nada. Sólo caminaba por el aula, mirando lo que hacían los niñ@s. Cuando llegó a su lado, le dijo:
- ¿No quieres hacer un dibujo?
- Sí -contestó el pequeñ@-, pero, ¿qué hay que hacer?
- Puedes hacer lo que tú quieras - dijo la maestr@.
- ¿Con cualquier color?
- ¡Con cualquier color - respondió la maestr@-. Si tod@s hicieran el mismo dibujo y usaran los mismos colores, ¡cómo sabría yo lo que hizo cada cual!

El niñ@ no contestó nada y, bajando la cabeza, dibujó una flor roja con un tallo verde".

domingo, 26 de diciembre de 2010

LA PARENTELA DE LOS ELFOS -- Lord Dunsany



LA PARENTELA DE LOS ELFOS
Lord Dunsany

CAPITULO I

Soplaba el viento del Norte y de él fluía rojos y dorados los últimos días del otoño. Solemne y fría caía la tarde sobre los marjales.
Todo estaba sumido en la quietud.
Entonces la última paloma volvió a su casa de los árboles en tierra seca a la distancia, y su forma ya se había vuelto misteriosa en la niebla.
Todo volvió a estar sumido en la quietud.
Cuando la luz iba desvaneciéndose y la niebla volviéndose más espesa, el misterio vino arrastrándose de todas partes.
Entonces las verdes avefrías vinieron plañideras y se posaron todas.
Y otra vez hubo silencio, salvo cuando una de las avefrías revoloteaba un trecho emitiendo el grito del descampado. Y acallada y silenciosa estuvo la tierra a la espera de la primera estrella. Entonces llegaron los patos y las maracas, bandada tras bandada: y toda la luz del día se desvaneció, salvo una franja roja sobre el horizonte. Sobre la franja aparecieron, negras y terribles, las alas de una bandada de gansos batiendo el aire de los marjales. También éstos descendieron entre los juncos.
Entonces aparecieron las estrellas y brillaron en la quietud y hubo silencio en los vastos espacios de la noche.
De pronto irrumpieron las campanas de la catedral de los marjales que llamaban a oraciones vespertinas.
Ocho siglos atrás los hombres habían construido la enorme catedral a orillas de los marjales, o quizá fue hace siete siglos, o puede que nueve... lo mismo les daba a las Criaturas Silvestres.
De modo que se celebraron las oraciones vespertinas, se encendieron las velas y las luces a través de las ventanas brillaban rojas y verdes en el agua, y el sonido del órgano vibró estruendoso sobre los marjales. Pero desde los lugares profundos y peligrosos, bordeados de musgo luminoso, las Criaturas Silvestres vinieron brincando para bailar sobre el reflejo de las estrellas, y por sobre sus cabezas los fuegos fatuos flotaban y fluían.
Las Criaturas Silvestres tienen algo de humano en la apariencia, sólo que su piel es parda y apenas alcanzan los dos pies de altura. Sus orejas son puntiagudas como las de las ardillas, sólo que mucho más grandes, y saltan a alturas prodigiosas. Viven todo el día sumergidas en los estanques profundos en medio de los marjales más solitarios, pero de noche salen a la superficie y bailan. Cada Criatura Silvestre tiene sobre la cabeza un fuego fatuo que se mueve junto con ella; no tienen alma y no pueden morir, y son de la familia de los elfos.
Toda la noche bailan sobre los pantanos andando sobre el reflejo de las estrellas (porque la sola superficie del agua no los sostiene por sí misma); pero cuando las estrellas comienzan a palidecer, se hunden una por una en los estanques donde tienen su hogar. O, si se retardan descansando sobre los juncos, sus cuerpos van desvaneciéndose y volviéndose invisibles al igual que los fuegos fatuos empalidecen a la luz, y de día nadie puede ver a las Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos. Nadie puede verlas ni siquiera de noche, salvo que haya nacido, como yo, a la hora del anochecer, justo en el momento en que aparece la primera estrella.
Ahora bien, en la noche de la cual hablo, una pequeña Criatura Silvestre había ido deslizándose por el descampado hasta llegar a los muros de la catedral y bailó sobre las imágenes coloridas de los santos espejadas en el agua entre los reflejos de las estrellas. Y mientras brincaba en su fantástica danza, vio a través de los vitrales de colores el lugar donde la gente rezaba y oyó el órgano que sonaba estruendoso sobre los marjales. El sonido del órgano sonaba estruendoso sobre los marjales, pero el canto y las oraciones de la gente ascendían desde la más alta de las torres de la catedral como finas cadenas de oro y llegaban hasta el Paraíso y por ellas bajaban los ángeles desde el Paraíso a la gente, y desde ésta subían al Paraíso una vez más.
Entonces, algo no distante del descontento perturbó a la Criatura Silvestre por primera vez desde que fueron hechos los marjales; y la blanda exudación gris y el frío de las aguas profundas no parecieron bastar, ni tampoco la llegada desde el Norte de los tumultuosos gansos, ni el frenético regocijo de las alas de las aves cuando cada una de sus plumas canta, ni la maravilla del hielo sereno que sobreviene cuando las agachadizas parten, y barba los juncos de escarcha y viste el descampado acallado de misteriosa niebla en la que el sol se vuelve rojo y bajo y ni siquiera la danza de las Criaturas Silvestres en la noche magnífica; y la pequeña Criatura Silvestre anheló tener alma e ir a venerar a Dios.
Y cuando las oraciones de las vísperas terminaron y se apagaron las luces, volvió llorando entre los suyos.
Pero a la noche siguiente, tan pronto como las imágenes de las estrellas aparecieron en el agua, se fue saltando de estrella a estrella hasta el borde más extremo de los marjales donde crecía un espeso bosque en el que vivía la más anciana de las Criaturas Silvestres.
Y encontró a la Más Anciana de las Criaturas Silvestres sentada al pie de un árbol, al abrigo de la luna.
Y la pequeña Criatura Silvestre dijo:
Quiero tener un alma para venerar a Dios y conocer la significación de la música y ver la belleza íntima de los marjales e imaginarme el Paraíso.
Y la Más Anciana de las Criaturas Silvestres le respondió:
¿Qué tenemos nosotras que ver con Dios? Sólo somos Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos.
Pero la pequeña sólo insistió:
Quiero tener alma.
Entonces la Más Anciana de las Criaturas Silvestres dijo:
No tengo alma que darte; pero si tuvieras alma, un día tendrías que morir, y si conocieras la significación de la música, tendrías que aprender la significación del dolor, y es mejor ser una Criatura Silvestre y no morir.
De modo que la pequeña se fue llorando.
Pero las parientes de los elfos sintieron pena por la Criatura Silvestre; y aunque las Criaturas Silvestres no pueden apenarse mucho tiempo por no tener alma con qué hacerlo, por un rato sintieron lástima en el lugar donde deberían haber estado sus almas al contemplar la aflicción de su camarada.
De modo que la parentela de los elfos salió por la noche a hacerle un alma a la pequeña Criatura Silvestre. Y se trasladaron por sobre los marjales hasta llegar a los campos elevados entre las flores y las hierbas. Y allí recogieron una gran telaraña que la araña había tejido en el crepúsculo; y estaba cubierta de rocío.
En ese rocío habían brillado todas las luces de las amplias orillas del cielo y los colores cambiantes en los reposados espacios de la tarde. Y sobre él la noche maravillosa había resplandecido con todas sus estrellas. Luego las Criaturas Silvestres fueron con la telaraña salpicada de rocío hasta el borde de su morada, y allí recogieron un poco de la neblina gris que por la noche pende sobre los marjales. Y en ella pusieron la melodía del descampado que es transportada de un lugar al otro de los marjales al caer la tarde sobre las alas de los frailecillos dorados. Y también pusieron en ella el canto doliente que tienen que cantar por fuerza los juncos ante la presencia del arrogante Viento del Norte. Luego cada una de las Criaturas Silvestres dio alguno de sus atesorados recuerdos de los viejos marjales.
Pues podemos permitírnoslo—dijeron.
Y a todo esto agregaron unas pocas imágenes de las estrellas que recogieron del agua. Sin embargo, el alma que las parientes de los elfos estaban haciendo, todavía no tenía vida.
Entonces le agregaron las voces quedas de los amantes que caminaban solos y errantes tarde en la noche. Y después de eso esperaron hasta el amanecer. Y el majestuoso amanecer se hizo presente, los fuegos fatuos de las Criaturas Silvestres empalidecieron en la luz, sus cuerpos se desvanecieron y aún siguieron esperando al borde de los marjales. Y hasta ellos que se estaban allí esperando, por sobre campos y marjales, desde tierra y cielo, llegó el múltiple canto de los pájaros.
También a éste pusieron las Criaturas Silvestres en el trozo de niebla que habían recogido en los marjales, y lo envolvieron todo en la telaraña salpicada de rocío. Entonces el alma cobró vida.
Y allí estaba en las manos de las Criaturas Silvestres, no mayor que un erizo; y cosas maravillosas había en ella, verdes y azules que cambiaban incesantes girando una y otra vez y en el gris que tenía en el centro, había un resplandor púrpura.
Y a la noche siguiente se allegaron a la pequeña Criatura Silvestre y le mostraron el alma refulgente. Y le dijeron:
Si por fuerza has de tener alma y venerar a Dios, convertirte en mortal y morir, ponte esto sobre el pecho izquierdo algo por encima del corazón, penetrará en ti y te volverás humana. Pero si la coges, nunca podrás deshacerte de ella para volverte mortal nuevamente, a no ser que te la arranques y se la des a otro; y nosotras no te la recibiremos y la mayor parte de los seres humanos ya tienen alma. Y si no te es posible encontrar un ser humano sin alma, un día tendrás que morir, y tu alma no puede ir al Paraíso porque sólo fue hecha en los marjales.
A lo lejos la pequeña Criatura Silvestre vio las ventanas de la catedral iluminadas para el servicio de las oraciones vespertinas; la canción de la gente ascendía al Paraíso y los ángeles subían y bajaban por ella. De modo que agradecida se despidió con lágrimas de las Criaturas Silvestres, de la familia de los elfos, y se alejó saltando hacia la verde tierra seca llevando el alma en las manos.
Y las Criaturas Silvestres sintieron pena de que se hubiera ido, pero no por mucho tiempo, porque no tenían alma.
A orillas del marjal la pequeña Criatura Silvestre contempló por unos instantes los fuegos fatuos que saltaban de un lado a otro sobre el agua, y luego presionó el alma contra su pecho izquierdo algo por encima del corazón.
Instantáneamente se convirtió en una hermosa joven; sintió frío y estaba atemorizada. Se vistió como pudo de juncos y se acercó a las luces de una casa que se encontraba no lejos de allí. Abrió la puerta de un empujón, entró y encontró a un granjero con su mujer que comían sentados a la mesa.
Y la mujer del granjero condujo a la pequeña Criatura Silvestre con el alma y le trenzó el cabello; luego volvió a llevarla abajo y le ofreció la primera comida que hubiera nunca comido. Luego la mujer del granjero le hizo muchas preguntas:
¿De dónde vienes?—le preguntó.
De los marjales.
¿De qué dirección?—le preguntó la mujer del granjero.
Del Sur—respondió la pequeña Criatura Silvestre de alma flamante.
Pero nadie puede venir de los marjales desde el Sur—dijo la mujer del granjero.
No, eso no es posible—dijo el granjero.
Yo vivía en los marjales.
¿Quién eres tú?—preguntó la mujer del granjero.
Soy una Criatura Silvestre y encontré un alma en los marjales; somos de la familia de los elfos
Hablando de ella más tarde, el granjero y su mujer decidieron que ella debía ser una gitana que se había perdido, y que el hambre y la intemperie la habrían desquiciado.
De modo que esa noche la pequeña Criatura Silvestre durmió en casa del granjero, pero su alma flamante permaneció despierta toda la noche soñando con la belleza de los marjales.
No bien la aurora llegó al descampado y brilló sobre la casa del granjero, ella miró por la ventana hacia las aguas resplandecientes y vio la belleza interior del marjal. Porque las Criaturas Silvestres sólo aman los marjales y conocen su morada, pero ella ahora percibía el misterio de sus distancias y la seducción de sus peligrosos estanques con sus rubios musgos mortales, y sintió la maravilla del Viento del Norte que llega dominante de desconocidas tierras heladas y la maravilla del flujo y reflujo de la vida cuando las aves llegan a los pantanos al atardecer y al llegar la aurora se dirigen al mar. Y sabía que por sobre su cabeza muy por encima de la casa del granjero, se extendía amplio el Paraíso donde quizás ahora Dios se estuviera imaginando un amanecer mientras los ángeles tocaban quedo sus laúdes y el sol se levantaba sobre el mundo por debajo para regocijo de los campos y los marjales.
Y todo lo que el cielo pensaba, lo pensaban los marjales también; porque el azul de los marjales era como el azul del cielo y la forma de las grandes nubes del cielo se convertía en la forma de los marjales y a través de ambas corrían momentáneos ríos púrpuras, errantes entre orillas de oro. Y el vigoroso ejército de juncos aparecía de entre las sombras con todos sus penachos mecidos hasta donde la vista alcanzara. Y desde otra ventana vio la vasta catedral que recogía toda su inmensa fuerza para izarla en sus torres desde los marjales.
Dijo ella:
Jamás, jamás abandonaré los marjales.
Una hora más tarde se vistió con gran dificultad y descendió para comer la segunda comida de su vida. El granjero y su mujer eran gente bondadosa y le enseñaron a comer.
Supongo que los gitanos no tienen cuchillo ni tenedor—se dijeron más tarde.
Después del desayuno el granjero fue a ver al Deán, que vivía cerca de la catedral, y en seguida volvió para llevar consigo a casa de éste a la pequeña Criatura Silvestre con su alma flamante.
Esta es la joven—dijo el granjero—. Este es el Deán Murnith.
Luego partió.
Ah—dijo el Deán—. Tengo entendido que te perdiste la pasada noche en los marjales. Era una noche terrible para que algo así sucediera.
Amo los marjales —dijo la pequeña Criatura Silvestre de alma flamante.
¡Vaya! ¿Cuántos años tienes?—preguntó el Deán.
No lo sé—respondió ella.
Tienes que saber cuántos años tienes—insistió él.
Oh, unos noventa—respondió ella—o más.
¡Noventa años! exclamó el Deán.
No, noventa siglos—dijo ella—. Tengo la edad de los marjales.
Entonces contó su historia: cómo había anhelado ser humano y venerar a Dios, tener un alma y ver la belleza del mundo, y cómo las Criaturas Silvestres le habían hecho un alma de telaraña, niebla, música y recuerdos extraños.
Pero si eso es cierto—dijo el Deán Murnith—, está muy mal hecho. Dios no pudo haber tenido intención de que contaras con un alma.
»¿Cuál es tu nombre?
No tengo nombre—respondió ella.
Debemos encontrar para ti un nombre de pila y un apellido. ¿Cómo te gustaría llamarte?
Canción de los Juncos—respondió ella.
Eso no es de ningún modo posible—dijo el Deán.
Entonces me gustaría llamarme Terrible Viento Norte o Estrella en las Aguas—dijo ella.
No, no, no—dijo el Deán Murnith—, eso es totalmente imposible. Podríamos darte el nombre de Señorita Junco, si gustas. ¿Qué te parece María Junco? Quizá sería mejor que tuvieras aún otro nombre, digamos María Juana Junco.
De modo que la pequeña Criatura Silvestre con el alma de los marjales tomó los nombres que se le ofrecieron y se convirtió en María Juana Junco.
Y debemos encontrarte una ocupación—dijo el Deán Murnith—. Mientras tanto podemos ofrecerte una habitación aquí.
Yo no quiero hacer nada—replicó María Juana—; sólo venerar a Dios en la catedral y vivir junto a los marjales.
Entonces llegó la Señora Murnith y durante el resto del día María Juana permaneció en casa del Deán.
Y allí con su nueva alma, percibió la belleza del mundo; porque ésta llegaba gris y grave desde las neblinosas distancias y se ensanchaba en las verdes hierbas y en los labrantíos hasta el viejo pueblo con casas provistas de gablete; y solitario en los campos lejanos se erguía un viejo molino de viento y sus honestas aspas hechas a mano giraban y giraban en los libres Vientos Anglos del Este. Muy cerca, las casas de gablete se inclinaban hacia las calles, sobre firmes maderos nacidos en viejos tiempos, todos juntas gloriándose de su belleza. Y destacándose de ellas, puntal sobre puntal, con inspiración de altura, se levantaban las torres de la catedral.
Y vio a la gente que se trasladaba por las calles, ociosa y lenta, y entre ellas invisibles, musitando entre sí, sin ser oídos de los hombres vivos, sólo concentrados en cosas pasadas, se agitaban los fantasmas de antaño. Y dondequiera que las calles se abrieran hacia el Este, dondequiera que hubiera espacios entre las casas, irrumpía siempre la visión de los grandes marjales, como si respondieran a una barra de música fascinante y extraña que vuelve una y otra vez en una melodía, tocada por el violín de un músico tan solo que no toca otra barra alguna, de pelo oscuro y lacio, barbado en torno de los labios, de largos bigotes caídos, cuya tierra de origen nadie conoce.
Todo esto era bueno de ver para un alma nueva.
Luego se paso el sol sobre los campos verdes y los labrantíos y vino la noche. Una por una las luces gozosas de las lámparas iluminaron las ventanas de las casas en la noche solemne.
Luego sonaron las campanas en una de las torres de la catedral y su música se derramó sobre los techos de las viejas casas y se vertió por sobre sus aleros hasta que las calles estuvieron llenas de ella, y fluyó luego hacia los campos verdes y los labrantíos hasta llegar al vigoroso molino y llamó al molinero que se dirigió con paso afanado al servicio de oraciones vespertinas y hacia el Este y hacia el mar se extendió el sonido hasta los más remotos marjales. Y para los fantasmas que rondaban las calles, nada había cambiado desde el día de ayer.
Entonces la mujer del Deán llevó a María Juana al servicio de oraciones vespertinas y vio allí trescientas velas encendidas que llenaban el pasillo de luz. Pero los firmes pilares se elevaban por la penumbra donde tarde y mañana, año tras año, cumplían su cometido en la oscuridad sosteniendo en alto la techumbre de la catedral. Y había más silencio allí que el silencio en que se sume el marjal cuando ha llegado el hielo y el viento que lo trajo se ha aquietado.
De pronto en esta quietud irrumpió el sonido del órgano, estruendoso, y en seguida la gente se puso a rezar y cantar.
Ya no le era posible a María Juana ver sus oraciones ascender como delgada cadena de oro, pues esa no era sino la fantasía propia de un elfo, pero imaginó con toda claridad en su alma flamante a los serafines en los senderos del Paraíso, y a los ángeles que se turnaban para vigilar al Mundo de noche.
Cuando el Deán hubo terminado con el servicio, subió al púlpito un joven cura, el Señor Millings.
Habló de Abana y Pharpar, ríos de Damasco: y María Juana se alegró de que hubiera ríos que tuvieran tales nombres, y escuchó hablar de Nínive, la gran ciudad, con maravilla, y también de muchas otras cosas extrañas y novedosas.
Y la luz de las candelas brilló sobre el pelo rubio del cura y su voz bajó resonante por el pasillo, y María Juana se regocijó de que estuviera allí.
Pero cuando el sonido de su voz se acalló, sintió una súbita soledad, que jamás había sentido antes desde que fueran hechos los marjales; porque las Criaturas Silvestres nunca padecen soledad ni experimentan nunca la desdicha, sino que bailan toda la noche sobre el reflejo de las estrellas; y, como no tienen alma, no desean nada más.
Después de recogidas las limosnas, antes de que nadie se moviera para irse, María Juana recorrió el pasillo hasta llegar al Señor Millings.
Te amo —le dijo.

CAPÍTULO II

Nadie sentía simpatía por María Juana.
Vaya, pobre Señor Millings—decían todos—. Un joven que prometía tanto.
A María Juana la enviaron a una gran ciudad industrial de la región central del país donde se le había encontrado trabajo en una fábrica de telas. Y no había nada en esa ciudad que un alma pudiera ver de buen grado. Porque ignoraba que la belleza fuera algo deseable; de modo que hacia muchas cosas con máquina, todo en ella se apresuraba, se jactaba de su superioridad en relación con otras ciudades, se enriquecía cada vez más y nadie había que se apiadara de ella.
En esta ciudad se le encontró a María Juana alojamiento cerca de la fábrica.
A las seis de la mañana, en noviembre, aproximadamente a la hora en que, lejos de la ciudad, las aves salvajes levantan vuelo de los serenos marjales y se dirigen a los perturbados espacios del mar, a las seis, la fábrica lanzaba un prolongado aullido con el que se llamaba a los trabajadores que trabajaban allí durante todas las horas del día, con excepción de dos horas destinadas a la comida, hasta que al oscurecer las campanas volvían a doblar fúnebres las seis.
Allí trabajaba María Juana con otras jóvenes en una alargada y tétrica estancia, donde gigantes con estridentes manos de acero machacaban lana hasta dejarla convertida en una larga franja de fibras. Durante todo el día se estaban allí rugiendo frente al desalmado trabajo. Pero María Juana no debía trabajar con ellos, aunque su rugido le perforaba sin cesar los oídos mientras sus estrepitosos miembros de acero iban y venían.
Su tarea consistía en atender a una criatura más pequeña, pero infinitamente más astuta.
Tomaba la franja de Lana que los gigantes habían machacado y la hacía girar y girar hasta que quedaba retorcida y convertida en una resistente fibra delgada. Luego aferraba con dedos de acero la fibra recogida y se alejaba contoneándose unas cinco yardas para volver con más.
Había dominado toda la sutileza de los trabajadores especializados y gradualmente había ido desplazándolos; sólo una cosa no era capaz de hacer: recoger los extremos de una fibra si ésta se rompía para volverlos a unir. Para esto se requería un alma humana, y la tarea de María Juana consistía en recoger los extremos de una cuerda rota; y, en el momento que ella los unía, la afanada y desalmada criatura los ataba por si misma.
Todo allí era feo; aun la lana verde que giraba y giraba no tenía el verde de la hierba, ni siquiera el verde de los juncos, sino un penoso verde parduzco que se adecuaba a una triste ciudad bajo un cielo lúgubre,
Cuando miraba por sobre los techos de la ciudad, tampoco allí había belleza; y bien lo sabían las casas, porque con horrible estuco mimaba como un mono grotesco los pilares y los temples de la antigua Grecia, fingiendo, la una delante de la otra, ser lo que no eran. Y al salir año tras año de estas casas y volver a entrar en ellas, y ver el fingimiento de pintura y estuco hasta quedar todo descascarado, las almas de sus pobres propietarios trataban de cambiarse por otras hasta fatigarse del intento.
Al llegar la noche María Juana volvía a su alojamiento. Sólo entonces, después de entrada la oscuridad, podía el alma de María Juana percibir cierta belleza en esa ciudad, cuando se encendían las lámparas y aquí y allí una estrella brillaba a través del humo. Habría ido entonces afuera para contemplar la noche, pero la vieja a la cual le había sido encomendada no se lo permitía. Y los días se multiplicaron por siete y se convirtieron en semanas, y las semanas pasaron y todos los días eran iguales. Y sin cesar el alma de María Juana lloraba por la presencia de cosas bellas y no las hallaba, salvo los domingos, cuando iba a la iglesia, y la dejaba para encontrar a la ciudad más gris que antes todavía.
Un día decidió que era preferible ser una Criatura Silvestre en los hermosos marjales que tener un alma que lloraba por la presencia de cosas hermosas sin hallar una siquiera. Desde ese día decidió deshacerse de su alma, de modo que le contó su historia a una de sus compañeras de fábrica y le dijo:
Las otras jóvenes van pobremente vestidas y se desempeñan en un trabajo desalmado; seguramente alguna de ellas no tendrá alma y tomará de buen grado la mía.
Pero su compañera de fábrica le dijo:
Todos los pobres tienen alma. Es lo único que tienen.
Entonces María Juana observó con cuidado a los ricos dondequiera los hallara y en vano buscó a alguno que no tuviera alma.
Un día, a la hora en que las máquinas descansan y los seres humanos que las atienden descansan también, el viento llegó de la dirección de los pantanos, y el alma de María Juana se lamentó amargamente. Entonces, como se encontraba fuera de los portones de la fábrica, el alma, de modo irresistible, la instó a cantar, y una canción desolada le salió de los labios como un himno a los marjales. Y en la canción se expresó plañidera la nostalgia que sentía por su hogar y por el sonido ululante del Viento del Norte, dominante y orgulloso, con su adorable señora de las Nieves; y cantó los cuentos que los juncos se musitan entre sí, cuentos que conoce la cerceta y la garza vigilante. Y por sobre las calles atestadas, su canción partió plañidera, la canción de los sitios descampados y de las salvajes tierras libres, plenas de maravilla y magia, porque ella tenía en su alma hecha por elfos, el canto de los pájaros y el estruendo del órgano en los marjales.
Dio la casualidad que en ese momento pasara por allí el Signor Thompsoni, el afamado tenor inglés, en compañía de un amigo. Se detuvieron y se pusieron a escuchar; todos se detenían y escuchaban.
En mis tiempos no hubo nadie con voz semejante en Europa—dijo el Signor Thompsoni.
De modo que en la vida de María Juana se produjo un cambio.
Se dirigieron cartas y finalmente se dispuso que, a las pocas semanas, tendría un papel protagónico en la Opera del Covent Garden.
De modo que debió ir a Londres a estudiar.
Londres y las lecciones de canto eran algo mejor que la ciudad de la región central y esas terribles máquinas. Con todo, María Juana no era libre de vivir como se le antojara a la orilla de los marjales y estaba decidida a deshacerse de su alma, pero no encontraba a nadie que no tuviera ya una propia.
Un día se le dijo que los ingleses no querrían escucharla si se llamaba Señorita Junco, y se le pidió un nombre más adecuado por el que le gustara ser llamada.
Me gustaría ser llamada Terrible Viento del Norte—dijo María Juana—o Canción de los Juncos.
Cuando se le dijo que eso no era posible y se le sugirió María Junchiano, ella cedió de inmediato como había cedido cuando se la separó de su cura; nada sabia de cómo se conducían los seres humanos.
Por fin llegó el día de la presentación en la Opera, un frío día de invierno.
Y la Signorina Junchiano apareció en el escenario frente a una casa atestada.
Y la Signorina Junchiano cantó.
Y a la canción pasó toda la nostalgia de su alma, el alma que no podía llegar al Paraíso, pero que sólo podía venerar a Dios y conocer la significación de la música, y la melancolía impregnó la canción italiana como el infinito misterio de las colinas se trasmite con el sonido de los cencerros lejanos. Entonces en el alma de los que se encontraban en esa casa atestada se despertaron recuerdos desde mucho tiempo atrás enterrados que volvieron a vivir mientras duró aquella maravillosa canción.
Y un frío extraño penetró en la sangre de todos los que escuchaban como si se encontraran a la orilla de los lúgubres marjales y soplara el viento del Norte.
Y a algunos los movió a tristeza, a otros al dolor y a otros, en fin, a una alegría ultraterrena; de pronto la canción fue desvaneciéndose quejumbrosa como los vientos del invierno se desvanecen de los marjales cuando desde el Sur, aparece la Primavera.
De este modo terminó. Y un gran silencio llenó como la niebla toda la casa poniendo fin a la animada conversación que mantenía Cecilia, Condesa de Birmingham, con un amigo.
En esa mortal quietud, la Signorina Junchiano desapareció apresurada del escenario; volvió a aparecer corriendo por entre el público y se precipitó sobre Lady Birmingham.
Coged mi alma—le dijo—. Es una hermosa alma. Es capaz de venerar a Dios, conoce la significación de la música y puede imaginar el Paraíso. Y si vais a los marjales con ella, veréis cosas hermosas; hay una vieja ciudad allí construida de bellos maderos y fantasmas en sus calles.
Lady Birmingham se quedó mirándola. Todo el mundo se había puesto en pie.
Mirad —dijo la Signorina Junchiano—, es un alma hermosa.
Y se cogió el pecho izquierdo algo por sobre el corazón, y allí estaba el alma brillando en su mano con luces verdes y azules que giraban y giraban y un resplandor púrpura en el medio.
Tomadla—dijo—y amaréis todo lo que es hermoso y conoceréis a los cuatro vientos, a cada cual por su nombre, y las canciones de los pájaros al amanecer. Yo no la quiero porque no soy libre. Ponéosla en vuestro pecho izquierdo, algo por encima del corazón
Todo el mundo seguía en pie y Lady Birmingham se sentía incómoda.
Por favor, ofrecedla a algún otro—dijo.
Pero todos tienen ya alma—dijo la Signorina Junchiano.
Y todo el mundo estaba en pie todavía. Y Lady Birmingham cogió el alma en su mano.
Quizá traiga buena suerte—dijo.
Sentía deseos de rezar.
Cerró a medias los ojos y dijo:
Unberufen.
Luego se puso el alma sobre el pecho izquierdo algo por sobre el corazón en la esperanza de que la gente se sentara y la cantante se retirara.
Instantáneamente un montón de ropa cayó delante de ella. Por un momento, entre las sombras de las butacas, los nacidos a la hora del crepúsculo podrían haber visto a una criaturita parda que abandonaba el montón de roca y se dirigía saltando al vestíbulo brillantemente iluminado donde se volvió invisible para el ojo humano.
Corrió aquí y allí por un instante, encontró luego la puerta y salió a la calle iluminada por faroles.
Los nacidos a la hora del crepúsculo podrían haberla visto alejarse saltando de prisa por las calles que iban hacia el Norte y hacia el Este, desapareciendo al pasar bajo los faroles y apareciendo luego con un fuego fatuo sobre la cabeza.
En una oportunidad un perro la percibió y se puso a perseguirla, pero quedó muy atrás.
Los gatos de Londres, todos nacidos a la hora del crepúsculo, maullaron de modo terrorífico a su paso.
En seguida llegó a las calles suburbanas, donde las casas son más pequeñas. Entonces se dirigió sin desvío alguno hacia el noreste saltando de techo en techo. Y de ese modo, en pocos minutos llegó a espacios más abiertos y luego a las tierras desoladas donde se cultivan los huertos destinados al mercado. Hasta que por fin se divisaron los buenos árboles negros con sus demoníacas formas en la noche. Y un gran búho blanco apareció, que subía y bajaba en la oscuridad. Y ante todas estas cosas la pequeña Criatura Silvestre se regocijaba como se regocijan los elfos.
Y dejó a Londres, que teñía el cielo de rojo, muy atrás; ya no le era posible percibir sus desagradables clamores y escuchaba en cambio nuevamente los ruidos de la noche.
Y atravesó un villorrio que resplandecía pálido y amable en la noche; y volvió a salir al campo abierto otra vez, oscuro y húmedo; y se encontró con muchos búhos a su paso, raza que mantiene relaciones amistosas con la raza de los elfos. En ocasiones cruzó anchos ríos saltando de estrella a estrella; y, escogiendo su sendero al avanzar, para evitar los caminos ingratos y duros, antes de medianoche llegó a las tierras Anglas del Este.
Y oyó allí el grito del Viento del Norte, dominante colérico, que guiaba hacia el Sur a sus gansos aventurados; mientras tanto, los juncos se inclinaban ante él cantando en voz baja y plañidera como remeros esclavos de algún fabuloso trirreme que se inclinaran y se mecieran al golpe del látigo y cantaran al mismo tiempo una canción dolida.
Y sintió el agradable aire húmedo que viste por la noche a las anchas tierras Anglas del Este y llegó nuevamente a un viejo y peligroso estanque en el que crecen los suaves musgos verdes y se zambulló en él hundiéndose más y más en las queridas aguas oscuras hasta que sintió entre los dedos de los pies el limo hogareño. De allí, del adorable frío que anida en el corazón del limo, salió renovada y regocijada para bailar sobre la imagen de las estrellas.
Dio la casualidad que esa noche yo me encontraba a orillas del marjal, tratando de olvidar los negocios humanos; y vi los fuegos fatuos que venían saltando de todos los sitios peligrosos. Y vinieron por bandadas durante toda la noche hasta formar una gran multitud y se alejaron danzando por sobre los marjales.
Y creo que hubo un gran festejo esa noche entre la parentela de los elfos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Feliz Navidad a Todo el Mundo --- bayard

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Enuresis infantil: Cómo saber si mi hijo tiene enuresis -- FAMILIA, PARA HABLAR CON LOS PAPIS

Enuresis infantil: Cómo saber si mi hijo tiene enuresis


La enuresis es muy frecuente en la etapa del abandono del pañal. Pero, ¿cómo saber si ha pasado de esto a ser un problema?
Según la edad
Orinarse en la cama de por sí no es un problema. De hecho es normal que pase en los niños de entre dos y tres años, el momento en que se aprende a controlar la micción y puede comenzar la retirada progresiva del pañal. Se entiende que hay un problema de enuresis cuando se superan los cinco años en el caso de las niñas y seis en el de los niños, y nuestro hijo sigue sin poder controlar su micción.
A través del diálogo
Muchas veces la enuresis puede estar ocasionada por algún problema de tipo emocional que afecte al niño. De hecho, se considera que la enuresis, más que una enfermedad, es un síntoma que manifiesta problemas afectivos. Situaciones que le causen ansiedad, como algún miedo que desconozcamos, una mala relación con sus compañeros de colegio, una preocupación por algo que ha escuchado o le han dicho susamigos… Debemos hablar con el niño, aunque sin presionarle en ningún momento, para averiguar si hay algo que le preocupe o le estrese, pues el estrés en los niños es más fácil de producirse de lo que se suele pensar.
Especialistas
enuresis Lógicamente nuestra visión del problema, desde casa, será limitada. El diagnóstico de la enuresis y qué la provoca deberá ser médico, pues es posible el origen de su problema sea biológico y no emocional. En este caso será elmédico quien dictamine el tratamiento a seguir, que puede ser compatible con los ejercicios y rutinas que hayamos establecido para el niño en casa. Otra opción a tener muy en cuenta en caso de que no haya una causa médica para laenuresis y los ejercicios no ayuden al niño a controlar la micción, es la visita a un psicólogo o terapeuta, pues puede que el origen del problema sea emocional y que el propio niño no sepa advertirlo. 


Enuresis infantil: mi hijo todavía se hace pis en la cama


Enuresis: qué es y cómo solucionarla


Enuresis: por qué se hacen pis los niños por la noche


Enuresis: ¿Verdadero o Falso?


Enuresis infantil: lo que no deben hacer los padres


Enuresis: hablar de la enuresis con el niño



FAMILIA, PARA HABLAR CON LOS PAPIS

jueves, 25 de noviembre de 2010

Las Aventuras de Tom Bombadi Y otros versos del Libro Rojo

Las Aventuras de
Tom Bombadi
Y otros versos del Libro Rojo





I
Las Aventuras de Tom
Bombadil
El viejo Tom Bombadil era un alegre sujeto;
De chaqueta azul brillante y botas amarillas;
Llevaba en su alto sombrero una pluma de ala de cisne.
Vivía bajo la colina, donde el Tornasauce
Corría desde su fuente herbosa hasta la cañada.
El viejo Tom en verano caminaba por los prados
Recogiendo ranúnculos, persiguiendo a las sombras,
Cosquilleando a las abejas que zumbaban entre las flores,
Sentándose junto al agua durante horas y horas.
Allí su barba se balanceaba hasta tocar el agua:
Llegó Baya de Oro, hija de la Dama del Río;
Tiró del cabello colgante de Tom. Y él cayó revolcándose
Bajo los lirios de agua, resoplando y tragando agua.
¡Eh, Tom Bombadil! ¿A donde vas?”
Dijo la hermosa Baya de Oro. ¡Estás soplando burbujas,
Asustando a los peces aletados y a las pardas ratas de agua,
Espantando a los somormujos, anegando tu sombrero emplumado!
¡Tráelo aquí de nuevo, hermosa doncella!”
Dijo Tom Bombadil. No me importa vadear.
¡Ve abajo! ¡Duerme de nuevo, donde los charcos son oscuros,
Lejos bajo las raíces de los sauces, pequeña dama de agua!
De vuelta a casa de su madre en la profunda caverna
Nadó la joven Baya de Oro. Pero Tom no la siguió;
Se sentó en nudosas raíces de sauce, bajo el sol,
Secando sus botas amarillas y su ensuciada pluma.
Se despertó entonces el Hombre Sauce, empezó su canto,
Cantó y Tom se durmió pronto bajo las oscilantes ramas;
En una hendidura lo atrapó con fuerza; ¡clack! Se cerró,
Y atrapó a Tom Bombadil, chaqueta, sombrero y pluma.
¡Ja, Tom Bombadil! ¿En qué estabas pensando,
Husmeando en mi árbol, observando como bebo
en mi profunda casa de madera, cosquilleándome con tu pluma,
Salpicando mi cara como la lluvia?”
¡Déjame salir, Viejo Hombre Sauce!
Estoy bien tieso aquí, no son buena almohada
Tus raíces duras y torcidas. ¡Bebe el agua del río!
¡Vuelve a dormir de nuevo, como la Hija del Río!”
El Hombre Sauce lo dejó libre cuando oyó sus palabras;
Cerró enseguida su casa de madera, refunfuñando y crujiendo,
Susurrando dentro de su árbol. Fuera de la cañada del sauce
Fue Tom caminando junto al Tornasauce.
Bajo los aleros del bosque se sentó mientras escuchaba:
En las ramas, los pájaros sibilantes gorjeaban y silbaban.
Las mariposas se estremecían y temblaban sobre su cabeza,
Hasta que llegaron nubes grises, y el Sol se hundió.
Tom se apresuró entonces. La lluvia empezó a caer,
Anillos circulares se esparcían en el fluyente río;
Sopló un viento, las agitadas hojas dejaron caer frías gotas;
El Viejo Tom se deslizó en un acogedor agujero.
Salió el Tejón, con su nevada frente
Y sus oscuros ojos parpadeantes. En la colina excavaba
Con su mujer y sus muchos hijos. Por la chaqueta le agarraron,
Bajo tierra le arrastraron, le llevaron a sus túneles.
Dentro de su casa secreta, se sentaron murmurando:
¡Eh, Tom Bombadil!, ¿de donde has salido revolcándote,
Quebrando la puerta? Los Tejones te han atrapado.
¡Nunca encontrarás el camino por el que has entrado!”
Ahora, viejo Tejón, ¿oyes lo que digo?
¡Enséñame la salida ahora mismo! Debo salir a caminar.
Llévame a tu puerta trasera, bajo las eglantinas;
¡Luego limpia tus sucias zarpas, enjuaga tus narices llenas de tierra!
Vuelve a dormir de nuevo en tu lecho de paja,
¡Cómo la Bella Baya de Oro y el Viejo Hombre Sauce!”
Entonces los tejones dijeron: “¡Discúlpanos!”
Mostraron a Tom la salida de su espinoso jardín,
Volvieron y se ocultaron, agitándose y temblando,
Bloquearon sus puertas, cubriéndolas con tierra.
La lluvia pasó. El cielo se aclaró, y en la noche de verano
el Viejo Tom Bombadil reía mientras volvía a casa,
Desatrancó su puerta de nuevo, y abrió una contraventana.
En la cocina las polillas empezaron a revolotear;
A través de la ventana Tom vio a las nacientes estrellas titilar,
Y a la delgada luna nueva descender hacia el oeste.
La oscuridad cayó sobre la colina. Tom encendió una vela;
Se oyeron crujidos en la escalera, giró el tirador de la puerta.
¡Huu, Tom Bombadil! ¡Mira lo que te trae la noche!
Estoy aquí, tras la puerta. ¡Por fin te he atrapado!
Olvidaste al Tumulario del viejo montículo
Allá en la cima de la colina, en el círculo de piedras.
Es libre de nuevo. Bajo tierra te llevará.
¡Pobre Tom Bombadil, pálido y frío te tornará!”
¡Fuera! ¡Cierra la puerta y no vuelvas nunca!
¡Llévate tus centelleantes ojos, tu risa hueca!
Vuelve al montículo herboso, en tu lecho de piedra
tiende tu cabeza huesuda, como el Viejo Hombre Sauce,
Como la joven Baya de Oro, y los Tejones en su madriguera.
¡Vuelve al oro enterrado y a la tristeza olvidada!”
Huyó el Tumulario saltando por la ventana,
A través del patio, sobre la tapia como una sombra barrida,
Lamentándose volvió a la colina, al inclinado círculo de piedras,
Bajo el montículo solitario, agitando sus anillos de hueso.
El Viejo Tom Bombadil yació sobre su almohada
Más dulce que Baya de Oro, más tranquilo que el Sauce,
Más abrigado que los Tejones o que los Tumularios;
Durmió como un tronco, roncó como un fuelle.
Se despertó con la luz de la mañana, silbó como un estornino,
Cantó, “¡Ven, derry-dol, alegre-dol, querida!”
Palmeó su abollado sombrero, botas, chaqueta y pluma;
Abrió la ventana al clima soleado.
El sabio Viejo Bombadil era un sujeto cauteloso;
De chaqueta azul brillante y botas amarillas.
Nadie atrapó nunca al Viejo Tom en las colinas o en la cañada,
Andando por los senderos del bosque, o junto al Tornasauce,
O en los estanques de lirios, en un bote sobre el agua.
Pero un día Tom fue y capturó a la Hija del Río,
Con su vestido verde, su suelto cabello, sentada en el juncal,
Cantando antiguas canciones de agua a los pájaros en los arbustos.
¡La atrapó, la agarró velozmente! Las ratas de agua se escabulleron,
Las plantas silbaron, las garzas gritaron, y el corazón de ella se agitaba.
Dijo Tom Bombadil: “¡Aquí está mi hermosa doncella!
¡Deberías venir a casa conmigo! La mesa está puesta:
Crema amarilla, panal de miel, mantequilla y pan blanco;
Rosas en la ventana y pájaros piando en los postigos.
¡Deberías venir bajo la colina! ¡No temas por tu madre
En su profundo y herboso estanque: ¡no hallarás un amante allí!
El viejo Tom Bombadil tuvo una alegre boda,
Coronado de ranúnculos, sin pluma ni sombrero;
Su esposa con nomeolvides y lirios como guirnalda
Estaba vestida de verde y plata. Él cantaba como un estornino,
Zumbaba como una abeja, tocaba el violín,
Abrazaba a su Doncella del Río por su delgada cintura.
Las lámparas brillaban en su casa, y la cama era blanca;
En la brillante luna de miel, los Tejones llegaron con paso suave,
Bailaron bajo la Colina, y el Viejo Hombre Sauce
golpeó, golpeó el cristal de la ventana, mientras dormían en la cama,
En la orilla junto a las cañas la Dama del Río suspiraba,
Oyendo al viejo Tumulario gritar en su montículo.
El Viejo Tom Bombadil no prestó atención a las voces,
Golpes, crujidos, pies danzantes, ruidos nocturnos;
Durmió hasta que el Sol salió, y entonces como un estornino cantó:
¡Hey! ¡Ven derry-dol, alegre-dol, querida!”
Sentado junto a la puerta, cortando ramas de sauce,
Mientras la Hermosa Baya de Oro peinaba sus rubias trenzas.


II
Bombadil pasea en barca
El viejo año tornábase pardo; soplaba el Viento del Oeste;
Tom recogió una hoja de haya caída en el bosque.
¡He aquí un hermoso día, traído por la brisa!
¿Por qué esperar al próximo año? Lo tomaré cuando me plazca.
¡En este día compondré mi barca y viajaré a la ventura
Al oeste, por el delgado arroyo, siguiendo mi capricho!”
Un pajarillo se sentaba en una ramita. “¡Hola, Tom! Te he oído.
Creo que sé, creo que sé, a donde te llevará tu capricho.
¿Debería ir, debería ir, y decirle a él donde encontrarte?”
¡Nada de nombres, cuentacuentos, o te desollaré y comeré,
Parloteando en todos los oídos asuntos que no te conciernen!
Si cuentas al Hombre-sauce a donde he ido, te quemaré,
Te asaré en un asador de sauce. ¡Así acabará tu asechanza!.
El reyezuelo del sauce irguió la cola, cantó mientras se alejaba:
¡Cógeme primero, cógeme primero! No hacen falta nombres.
Me posaré en su más cercano oído: escuchará el mensaje.
Abajo con él”, diré, “mientras el sol se hunde”
¡Deprisa, deprisa! Es hora de beber”.
Tom rió para sí: “Entonces tal vez yo vaya allá.
Podría ir por otros lugares, pero hoy bogaré hacia allá”.
Preparó los remos, reparó su bote; lo sacó de una cala escondida
A través de las cañas y los pálidos helechos, bajo inclinados alisos,
Luego bajó por el río, cantando: “¡Tonto helecho,
Fluye, arroyo Tornasauce, por vados y corrientes!
¡Eh! ¡Tom Bombadil! ¿A donde vas,
Montado en una cáscara de nuez, remando río abajo?”
Quizás al Brandivino a lo largo del Tornasauce;
Tal vez amigos míos encenderán fuego para mí
Allá en Fin de la Cerca. Conozco allí a un pequeño pueblo,
Amable al final del día. Así que voy para allí”.
¡Háblame de mis parientes, tráeme sus noticias!
¡Háblame de estanques profundos y escondites de peces!”
¡Nada de eso!”, dijo Bombadil, “Sólo estoy remando
Para ver como huele el agua, no voy errando”.
¡Ahá! ¡Tom gallito! ¡Ocúpate de que tu cubo no zozobre!
¡Busca troncos de sauce! ¡Reiría viéndote tropezar!”
¡Habla menos, pescador azulado! ¡Mantén tus amables deseos!
¡Vuela lejos y arregla tus plumas con huesos de peces!
Alegre Señor en tu rama, en casa un sucio sirviente
Que vive en desaseado hogar, aunque tu seno sea escarlata.
He oído picos de pájaros pescadores balanceándose en el aire
Para mostrar como sopla el viento: ¡es el fin de la pesca!”
El Martín Pescador cerró el pico, guiñó el ojo, como cantando.
Tom pasó bajo la rama. ¡Flash! Se fue aleteando;
Dejó caer una joya azul, una pluma, y Tom la atrapó.
Centelleando en un rayo de sol: pensó que era un buen regalo.
La prendió en su alto sombrero, la vieja pluma arrojada;
Ahora azul para Tom”, pensó, “¡Un matiz duradero y feliz!”
Ondas se arremolinaban alrededor de su bote, vio temblar las burbujas.
Tom golpeó con su remo, ¡Smack! a una sombra en el río.
¡Hush! ¡Tom Bombadil! Hace tiempo que no te veía.
Te tornaste barquero, ¿eh? ¿Qué tal si te enfurezco?”
¿Qué? Mira, señor Patillas, te llevaría río abajo,
Mis dedos en tu espalda harían temblar tu pellejo”.
¡Vaya, Tom Bombadil! Iré y le diré a mi madre:
¡Llama a toda nuestra parentela, padre, hermana, hermano!
Tom se ha vuelto loco, como una negreta con patas de madera;
Palea por el Tornasauce, una vieja cuba que nada entre dos aguas’”
¡Te mandaré a los Tumularios! ¡Te curtirán!
¡Y con anillos dorados te ahogarán! Si tu madre te viera
A su hijo no conociera, a menos que viese tus patillas.
¡No, no fastidies al viejo Tom, hasta que seas más avispado!”
¡Whoosh! dijo la nutria, rociando agua del río
Sobre el sombrero de Tom; e hizo balancear la barca,
Se sumergió bajo ella, y apareció en la orilla,
Hasta que la alegre canción de Tom dejó de oírse.
El Viejo Cisne de la Isla Élfica pasó cerca de él, orgullosamente,
Miró a Tom duramente, le bufó estruendosamente.
Tom rió: “Tú, viejo cisne, ¿echas en falta tu pluma?
¡Dame una nueva! La vieja se la llevó el tiempo.
Si me hablases con dulzura, te apreciaría mucho:
¡Largo cuello y garganta muda, y aún así un soberbio bromista!
Si un día el Rey retorna, tu orgullo reventará,
¡Marcará tu pico amarillo, y menguará tu señorío!”
El Viejo Cisne extendió sus alas, siseó, y nadó más rápido;
Moviéndose en su estela, Tom remó tras él.
Tom llegó a la Presa de Mimbre. Precipitándose río abajo,
Espumando en Tornalcance, burbujeando y salpicando;
Lanzó a Tom sobre las piedras como caído del cielo,
Disparado como el corcho de una botella, hacia la villa de Grindwall.
¡Eh! ¡Aquí está el Hombre de Madera Tom, con su barba puesta!”
Rió la pequeña gente de Fin de la Cerca y Breredon.
¡Cuidado, Tom! ¡Te dispararemos con nuestros arcos y flechas!
Cruza el Brandivino con barquichuela o transbordador.”
¡Uf, pequeños regordetes! ¡No os las prometáis tan felices!
He visto Hobbits cavando agujeros para ocultarse,
Espantados si un chivo o un tejón los veía,
Asustados de los rayos de luna, esquivando sus propias sombras.
Llamaré a los Orcos: ¡eso os hará correr!”
Puedes llamarlos, Hombre de Madera Tom. O puedes hablar con tu barba.
¡Tres flechas en tu sombrero! ¡No te tenemos miedo!
¿A donde vas ahora? Si buscas cerveza,
¡Los barriles de Breredon no son lo bastante profundos para remojarte!”
Por el Brandivino iría, a los lindes de la Comarca,
Pero muy veloz para mi barquichuela el río fluye ahora.
Bendeciría a la pequeña gente que me acogiera en sus barcas,
Les desearía dulces tardes y muchas mañanas felices.”
Rojo fluía el Brandivino, en llamas el río estaba encendido,
Mientras el Sol se hundía más allá de la Comarca y en gris menguaba.
Marjala estaba vacía. Nadie había allí para saludarle.
Silenciosa estaba la orilla. Dijo Tom: “¡Un alegre encuentro!”
Tom recorrió el camino, y la luz disminuía.
Brillantes lámparas centelleaban delante. Oyó una voz que llamaba.
¡Eh ahí!” Los ponies se detuvieron, las ruedas dejaron de girar.
Tom siguió afanándose, no miró atrás.
¡Oh ahí! ¡Mendigo que marchas en Marjala!
¿Qué asuntos te traen aquí, con tu sombrero prendido de flechas?
¿Alguien te dio aviso, te sorprendió en tu disimulo?
¡Ven aquí! ¡Dime ya lo que estas buscando!
Cerveza de la Comarca, lo juraría, aunque no tienes un penique.
¡La guardaré bajo llave tras las puertas, y no tendrás ninguna!
¡Bueno, bueno, pies barrosos! ¡De quien ha llegado tarde a la reunión,
Allá en los márgenes, es un áspero saludo!
Tú, viejo granjero, tan gordo que no puedes caminar sin jadear,
Que arrastras tu carga como un talego, deberías ser más amable.
¡Ahorrador sagaz, cuba con piernas! Un mendigo no puede escoger,
Te mandaría ir, y tú saldrías perdiendo.
¡Vamos, Maggot, ayúdame! Un pichel me debes.
¡Incluso en la luz del crepúsculo, un viejo amigo debería conocerme!”
Partieron de allí riendo, no hicieron alto en Juncalera,
Aunque la posada estaba abierta y podían oler la malta.
Tomaron el camino de Maggot, traqueteando y chocando,
Tom en la carreta del granjero bailando y saltando.
Las estrellas brillaron en la Granja de Maggot, y la casa estaba iluminada;
Ardía el fuego en la cocina para recibir a los viajeros nocturnos.
Los hijos de Maggot saludaron en la puerta, sus hijas hicieron reverencias,
Su esposa trajo picheles para aquellos que debían estar sedientos.
Canciones hubo y alegres cuentos, cenaron y bailaron;
El buen Maggot hacía cabriolas con su cinturón,
Tom tocaba la gaita, cuando no bebía a grandes tragos,
Las hijas bailaron el Salto del Anillo, la buena esposa reía.
Cuando los demás fueron a la cama de heno, helechos o plumas,
Cerca del hogar juntaron sus cabezas,
El Viejo Tom y Pies Barrosos, Hablando de las estaciones
De las Quebradas a las Colinas de la Torre: de caminatas y cabalgatas;
De trigo y maíz, de siembra y cosecha;
Extraños cuentos de Bree; y hablaron de la herrería, el molino, y de regateos;
De rumores en árboles susurrantes, del viento del sur en los pinos,
De vigías en el Vado, de sombras en las fronteras.
El Viejo Maggot se durmió por fin en una silla junto a los rescoldos.
Al alba Tom se había ido: como los sueños que uno recuerda a medias,
Unos alegres, otros tristes, y otros de alerta oculta.
Nadie oyó abrir la puerta; un chaparrón de lluvia en la mañana
Borró sus pisadas, no dejó rastro en Marjala,
En Fin de la Cerca no se oyeron canciones ni sonido de pesados pasos.
Tres días yació su barca junto a la cerca de Grindwall,
Y una mañana se fue de vuelta al Tornasauce.
Las nutrias, decían los Hobbits, vinieron de noche y la desataron,
La arrastraron más allá de la presa y río arriba la empujaron.
De la Isla Élfica un viejo cisne vino navegando,
Con una vela junto al pico y en el agua estelas dejando,
Avanzando orgullosamente; nutrias nadaban a su alrededor
Guiándolo por las torcidas raíces del Viejo Hombre Sauce;
El Rey Pescador colgaba en su rama, el abadejo cantaba junto a los remos,
Felizmente llevaban el bote de vuelta a casa.
Llegaron finalmente al arroyo de Tom. Una nutria dijo: “¡Silbad ahora!
¿Qué es de una negreta sin sus patas, o de un pez sin sus aletas?”
¡Oh, pálido y tonto arroyo del sauce! ¡Los remos dejaron atrás!
Largo tiempo esperaron en Grindwall a que Tom viniera a encontrarlos.


III
Vida Errante
Había una vez un alegre viajero,
Un mensajero, un marinero:
Construyó una dorada góndola
Para aventurarse y la cargó
De amarillas naranjas
Y de gachas para su sustento;
La perfumó con mejorana
Y cardamomo y lavanda.
Llamó a los vientos de Argos
Para que le transportaran con carga y todo
A través de los diecisiete ríos
Que se interponían en su camino para retrasarle.
Desembarcó solitario
Donde los guijarros de piedra,
En el corriente río Derrilyn,
Fluyen felizmente para siempre.
Viajó entonces a través de tierras de prados
Hasta la Tierra de las Sombras, que yace tristemente,
Y bajo la colina y sobre la colina
Fue bogando por la tediosa ruta.
Se sentó y cantó una melodía,
Demorando su vida errante;
Pidió a una bella mariposa
Que aleteaba cerca que se casara con él.
Ella le despreció y se burló de él,
Se rió de él sin piedad;
Tanto tiempo había él estudiado magia
Y hechicería y herrería.
Trenzó un tejido delgado como el aire
Para cazarla; para seguirla
Se hizo alas de piel de escarabajo
Y alas emplumadas de golondrina.
La atrapó en su aturdimiento
Con hilos de telas de araña;
Construyó para ella dulces pabellones
De lilas, y una cama nupcial
De flores y abrojos
Para acurrucarse en ella y descansar;
Y de telas de seda de membranoso blanco
Y luz de plata la vistió.
Ensartó gemas en collares,
Pero imprudentemente ella los derrochó
Y dio en amargas disputas;
Entonces pesarosamente él se alejó,
Y allí la dejó, marchitándose,
Mientras él se iba tiritando;
Con tiempo ventoso tras él
Huyó con alas de golondrina.
Dejó atrás los archipiélagos
Donde crecen amarillas las margaritas,
Donde existen incontables fuentes de plata,
Y las montañas son del oro de las Hadas.
Contempló la guerra y el pillaje
Asolando más allá del mar,
Y vagó por Belmarie
Y Thellamie y Fantasie.
Se hizo casco y escudo
De coral y de marfil,
De esmeralda hizo una espada,
Y terrible fue su rivalidad
Con caballeros élficos de Aerie
Y Faerie, con paladines
Que, con cabellos dorados y ojos brillantes,
Vinieron cabalgando y le desafiaron.
De cristal era su cota de malla,
Su vaina, de calcedonia;
Guarnecida de plata en plenilunio,
Su lanza estaba trabajada en ébano.
Sus jabalinas eran de malaquita
Y estalactita- las blandió,
Se enfrentó a las libélulas
De Paradise, y las venció.
Combatió a los Dumbledors,
A los Hummerhorns y a las Honeybees,
Y conquistó el Peine Dorado;
Y volviendo a casa, por mares soleados
En un buque de hojas y gasas
Con una flor por dosel,
Se sentó y cantó, y acicaló
Y pulió su panoplia.
Se demoró por un tiempo
En pequeñas islas que yacían solitarias,
Y encontró allí poca hierba, aunque alta;
Así que al final fue el único camino
Que tomó, y volvió, y regresó a casa
Con el Peine Dorado, su mensaje
Llegó a ser recordado, ¡y también su recado!
En su alegría y su embeleso
Los había olvidado, errando
Y viajando, como un vagabundo.
De modo que ahora debe partir de nuevo
Y de nuevo empezar su góndola,
Para siempre un mensajero,
Un viajero demorado,
Errante como una pluma,
Un marinero guiado por el viento.


IV
La Princesa Mee
La pequeña Princesa Mee
Era adorable
Como se cuenta en la canción élfica:
Tenía perlas en el pelo
Bellamente enhebradas;
De hilo de araña y oro
Estaba hecho su pañuelo,
Y un cordoncillo de estrellas
De plata en su cuello.
De luz de alevilla
Y blanco de luna
Estaba tejida su chaqueta,
Y en su manto
Ceñía un cinturón
Cosido con rocío diamantino.
Caminaba de día
Bajo un manto gris
Y una capucha de azul nuboso;
Pero iba de noche envuelta
En un brillo resplandeciente
Bajo el cielo estrellado,
Y sus frágiles zapatillas
De malla de pescado
Relampagueaban cuando pasaba
Hacia el estanque donde danzaba,
Y en un tranquilo espejo
De aguas quietas jugaba.
Como niebla luminosa
En un vuelo arremolinado
Un destello como cristal surgía
Donde sus pies
De alas de plata
Golpeaban el suelo.
Miró a lo alto
Al cielo sin techo,
Y miró a la orilla sombría;
Entonces se dio la vuelta
E inclinó los ojos
Y vio debajo de ella
Una princesa Shee
Tan bella como Mee:
¡Bailaban pie con pie!
Shee era tan clara
Como Mee, y tan brillante;
Pero Shee estaba, extrañamente,
Colgada boca abajo,
¡Coronada de estrellas
En un pozo sin fondo!
Sus ojos centelleantes
Con gran sorpresa
Miraban a los ojos de Mee:
¡Una cosa maravillosa
El danzar cabeza abajo
Sobre un mar estrellado!
Sólo sus pies
Podrían encontrarse;
Porque donde están los caminos
Para hallar una tierra
Donde ellas no estén de pie
Sino colgadas del cielo
Nadie podría decirlo
O aprenderlo de hechizo alguno
En todo el saber élfico.
De modo que ella sola
Una elfa solitaria
Bailando como antes
Con perlas en el cabello
Y un hermoso manto
Y frágiles zapatillas
Y malla de peces iba Mee:
Con malla de peces
Y frágiles zapatillas
Y un hermoso manto,
¡Y con perlas en el cabello iba Shee!


V
El Hombre de la Luna se quedó
hasta muy tarde
Hay una posada, una vieja y alegre posada
Al pie de una vieja colina gris,
Y allí preparan una cerveza tan oscura
Que el Hombre de la Luna bajó
A beberla una noche.
El palafrenero tiene un gato borracho
Que toca un violín de cinco cuerdas;
Y mueve el arco arriba y abajo,
Arriba chirriando, abajo ronroneando
Y serruchando en el medio.
El posadero tiene un perrito
Que es muy aficionado a las bromas;
Y cuando hay alegría entre los huéspedes,
Levanta una oreja a todos los chistes
Y se muere de risa.
Ellos tienen también una vaca cornuda
Orgullosa como una reina;
Pero la música la trastorna como la cerveza,
Y mueve la cola empenachada
Y baila en la hierba.
¡Y oh, las pilas de fuentes de plata
Y el cajón de cucharas de plata!
Hay un par especial de domingo,
Y a estas las pulen con mucho cuidado
Las tardes de los sábados.
El Hombre de la Luna bebía largamente
Y el gato se puso a llorar;
La fuente y la cuchara bailaban en la mesa,
La vaca brincaba locamente en el jardín,
Y el perrito se mordía la cola.
El Hombre de la Luna tomó otra copa
Y luego rodó bajo la silla,
Y allí durmió y soñó con cerveza;
Hasta que palidecieron las estrellas,
Y el alba estuvo en el aire.
El Palafrenero le dijo al gato ebrio:
Los caballos blancos de la luna
Relinchan y tascan los frenos de plata;
Pero el amo ha perdido la cabeza,
¡Y el Sol saldrá pronto!”
Así que el gato tocó en el violín una jiga-jiga
Que hubiera despertado a los muertos,
Chillando, serruchando y apresurando la tonada,
Mientras el posadero sacudía al Hombre de la Luna:
¡Son las tres pasadas!”, dijo.
Llevaron al Hombre rodando colina arriba
Y lo arrojaron de vuelta a la Luna,
Mientras sus caballos galopaban de espaldas
Y la vaca cabriolaba como un ciervo
Y la fuente se iba con la cuchara.
Más rápido el violín tocaba la jiga-jiga;
El perro comenzó a rugir,
La vaca y los caballos estaban patas arriba;
Los huéspedes saltaron de la cama
Y bailaron en el piso.
¡Con un pum y un pim estallaron las cuerdas del violín!
La vaca saltó por encima de la luna,
Y el perrito rió al ver tanta alegría,
Y la fuente del sábado se escapó corriendo
Con la cuchara del domingo.
La Luna redonda rodó tras la colina,
Mientras el Sol levantaba la cabeza.
No podía creer a sus ojos de fuego;
¡Porque, aunque era de día, para su sorpresa
Todos habían vuelto a la cama!


VI
El Hombre de la Luna bajó
demasiado pronto
El Hombre de la Luna tenía zapatos plateados,
Y barba de hebras plateadas;
Coronado de ópalos y con perlas
Sujetas a su cinturón,
Envuelto en su manto gris caminó un día
A través de un suelo resplandeciente,
Y secretamente, con una llave de cristal,
Abrió una puerta de marfil.
Por una afiligranada escala de telaraña centelleante
Bajó deprisa,
Y finalmente fue feliz de verse libre,
Lanzado a una loca aventura.
Había perdido el gusto por los blancos diamantes;
Estaba cansado de su minarete
De alta piedra que se elevaba solitario
En el montañoso paisaje lunar.
Hubiera enfrentado cualquier peligro por el rubí y el berilo
Para adornar su pálido atuendo,
Por nuevas diademas de gemas lustrosas,
Esmeraldas y zafiros.
Estaba solo además, sin nada que hacer,
Sino mirar abajo el mundo dorado
O tratar de oír la melodía distante
Que pasaba junto a él como un alegre remolino.
En el plenilunio de su luna de plata,
Su corazón había anhelado el fuego:
No las límpidas luces de los pálidos selenitas;
Porque rojo era su deseo,
Por purpúreos resplandores de rosa y carmesí,
Por una llama de ardiente lengua,
Por cielos escarlata en un rápido amanecer
Cuando un tempestuoso día aún es joven.
Vio mares azulados, y los matices vivientes
De verdes bosques y marjales;
Y añoraba la alegría de la Tierra populosa
Y la sanguínea corriente de los hombres;
Codiciaba el canto, y la risa duradera,
Y las viandas calientes, y el vino,
Pues comía pasteles perlados de ligeros copos de nieve
Y bebía luz de luna.
Le cosquillearon los pies, al pensar en la carne,
En el ponche y en el guiso con pimienta;
Y resbaló sin darse cuenta en su escalera inclinada,
Y como un meteoro,
Una estrella fugaz, en Yule una noche
Cayó titilando
Desde su escalera, para darse un espumoso baño
En la bahía ventosa de Bel.
Empezó a pensar, temiendo derretirse y hundirse,
Qué hacer en la luna,
Cuando el bote de un pescador lo encontró flotando a lo lejos
Para asombro de la tripulación;
Lo atraparon en su red, todo mojado y brillante
Con un resplandor fosforescente
De blancos azulados y luces de ópalo
Y un delicado líquido verde.
Contra su deseo, con el pescado de la mañana
Lo mandaron a tierra:
Es mejor que alquiles cama en una Hostería”, dijeron;
La ciudad está muy cerca”.
Sólo el tañido de una lenta campana
En la alta Torre del Mar
Anunció las nuevas de su lunático crucero
A hora tan inapropiada.
No se encendieron fuegos, no hubo desayunos,
Y la mañana fue fría y húmeda.
Había cenizas en lugar de fuego, y fango en lugar de hierba,
Y una lámpara en lugar del Sol
En una oscura callejuela. No encontró a nadie,
Ninguna voz se alzaba en canción;
En cambio había ronquidos, ya que todos estaban en la cama
Y aún habían de dormir largo tiempo.
Golpeó las puertas cerradas mientras pasaba,
Y gritó y llamó en vano,
Hasta que llegó a una posada con luz en su interior,
Y golpeó el cristal de la ventana.
Un soñoliento cocinero echó una áspera mirada,
Y dijo “¿Qué es lo que quieres?”.
Quiero fuego, y oro, y canciones antiguas,
Y el rojo vino fluyendo libremente”.
No los conseguirás aquí”, dijo el cocinero mirando de reojo,
Pero puedes entrar.
Carezco de plata y de seda con que cubrir mi espalda,
Pero tal vez te pueda alojar”.
Un regalo de plata para levantar el cerrojo,
Una perla para cruzar la puerta;
Un asiento junto al cocinero cerca del fuego,
Le costó veinte más.
Por hambre o sed nada se llevó a la boca
Hasta que hubo dado todo cuanto llevaba;
Y todo lo que obtuvo, en una olla de barro
Rota y sucia de humo,
Fueron gachas frías, de dos días
Que comió con una cuchara de madera.
Para el budín de Yule con ciruelas, pobre infeliz,
Había llegado demasiado pronto:
Un huésped incauto en una búsqueda lunática
Desde las Montañas de la Luna.


VII
El troll de piedra
El Troll estaba sentado en su asiento de piedra,
Mordiendo y masticando un viejo hueso desnudo;
Había estado royéndolo durante muchos años,
Pues la carne era difícil de encontrar.
Vivía solo en una caverna de las colinas,
Y la carne era difícil de encontrar.
Llegó Tom calzado con grandes botas.
Le dijo al Troll: “¿Qué es eso, por favor?
Pues se parece a la tibia de mi tío Tim,
Que debería yacer en el cementerio.
¡Cementerio! ¡Sahumerio!
Hace ya muchos años que Tim se nos ha ido,
Y creí que aún yacía en el cementerio”.
Compañero”, dijo el Troll, “es un hueso robado.
Pero, ¿de qué sirve un hueso en un agujero?
Tu tío estaba muerto como un lingote de plomo,
Mucho antes de que yo encontrara esta tibia.
¡Tibia! ¡Alivia!
Puede darle una parte a un pobre viejo Troll;
Pues él no necesita esta tibia”.
Dijo Tom: “No entiendo por qué las gentes como tú
Han de servirse libremente
La canilla o la tibia de mi tío;
¡Así que pásame ese viejo hueso!
¡Hueso! ¡Rehueso!
Aunque esté muerto, aún le pertenece;
¡Pásame entonces ese viejo hueso!”
Un poco más”, dijo el Troll sonriendo,
Y a ti también te comeré y te roeré las tibias.
¡Un bocado de carne fresca me caerá bien!
Te clavaré los dientes ahora mismo.
¡Mismo! ¡Sismo!
Estoy cansado de roer viejos huesos y cueros;
Tengo ganas de comerte ahora mismo”.
Pensando ya que se había asegurado la cena,
Descubrió que no tenía nada en las manos,
Pues Tom se había deslizado por detrás
Lanzándole un puntapié como buena lección.
¡Lección! ¡Cocción!
Un puntapié en las asentaderas, pensó Tom,
Será el modo de darle una lección.
Pero más duros que la piedra son la carne y el hueso
De un Troll que está sentado a solas en la loma.
Tanto valdría patear la raíz de la montaña,
Pues las asentaderas de un Troll son insensibles.
¡Insensibles! ¡Inservibles!
El viejo Troll rió oyendo que Tom gruñía,
Y supo que su pie era sensible.
Tom regresó a su casa arrastrando la pierna,
Y su pie quedó estropeado mucho tiempo,
Pero al Troll no le importa y está siempre allí,
Con el hueso que le birló al propietario.
¡Propietario! ¡Recetario!
Las asentaderas del Troll son aún las mismas,
¡Y también el hueso que le birló al propietario!


VIII
Perry el Guiños
El Troll solitario sentado en una piedra,
Cantaba una canción triste:
¿Por qué, oh, por qué tengo que vivir solo
En las Colinas de Allá Lejos?
Los míos se fueron, no puedo llamarlos
Y ya no piensan en mí;
Solo me han dejado, el último de todos,
De la Cima de los Vientos al Mar.”
No robo oro, no bebo cerveza,
No como clase alguna de carne;
Pero la gente atemorizada cierra sus puertas,
En cuanto oye mis pasos.
¡Oh, como desearía que fueran más amables,
Y mis manos no tan rudas!
¡Sin embargo, mi corazón es blando, mi sonrisa es dulce,
Y no soy mal cocinero!”
¡Vamos, vamos!”, pensó, “¡Esto no puede ser!
Debo partir y encontrar un amigo;
Caminando sin prisa, recorreré
La Comarca de punta a punta”.
Así que partió, y caminó toda la noche
Con los pies envueltos en botas de piel;
Llegó a Delagua con la luz de la mañana,
Cuando las gentes empezaban a ponerse en movimiento.
Miró a su alrededor, y a quién halló
Sino a la anciana señora Bunce
Con cesta y sombrilla, andando por la calle;
Y sonrió y se detuvo para llamarla:
¡Buenos días, Madame! ¡Que tenga un buen día!
Espero que se encuentre bien”.
Pero ella arrojó la sombrilla y la cesta
Y lanzó un espantoso grito.
El viejo Pott, el Alcalde, paseaba por allí cerca;
Cuando oyó aquel terrible sonido,
Del miedo se tornó púrpura y rosado,
Y se puso a cavar bajo tierra.
El Troll solitario se sintió herido y triste:
¡No se vaya!”, dijo alegremente,
Pero la vieja señora Bunce corrió a casa como enloquecida
Y se escondió bajo la cama.
El Troll llegó a la Plaza del Mercado
Y atisbó por sobre los puestos;
Las ovejas tornáronse salvajes al ver su cara
Y los gansos volaron por encima de las tapias.
El viejo granjero Hogg derramó su cerveza,
Bill el Carnicero arrojó su cuchillo,
Y su perro Grip hizo girar su cola
Y corrió para salvar la vida.
El viejo troll se sentó tristemente y lloró
Junto a la puerta de las Celdas,
Y Perry el Guiños se acercó a él
Y le dio una palmadita en la espalda.
¿Oh, por qué lloras, bulto grandullón?
¡Estás mejor fuera que dentro!”
Dio al troll un golpe amigable,
Y rió al verle sonreír.
¡Oh, Perry el Guiños, muchacho”, gritó,
Ven, tú eres la persona indicada!
Si estás deseando dar una vuelta
Te llevaré a casa para tomar el té”.
Él saltó sobre su espalda y se agarró con fuerza,
Y dijo “¡Adelante!”;
Y Guiños tuvo una fiesta aquella noche,
Y se sentó en la rodilla de viejo troll.
Hubo pastas de té, y tostadas con mantequilla,
Y jamón, y crema, y pastel,
Y Guiños se esforzó para ser el que más comiera,
Aunque todos sus botones se rompieran.
La olla cantó, el fuego ardía,
La marmita era grande y marrón,
Y Guiños trató de beber mucho té,
Aunque se ahogara.
Cuando rellenos y tiesos estuvieron la chaqueta y la piel,
Permanecieron sin hablar,
Hasta que el Viejo Troll dijo: “Ahora empezaré
A enseñarte el arte del panadero,
La hechura de maravilloso pan relleno,
De tortas ligeras y pardas;
Y entonces podrás dormir en un lecho de plumas
Con almohadas de pluma de búho”.
Joven Guiños, ¿dónde has estado?”, dijeron ellos.
He estado en un té indecente,
Y me siento hinchado, porque he comido
Pan relleno”, dijo él.
¿Pero en qué lugar de la Comarca, muchacho, ha ocurrido eso?
¿O ha sido fuera, en Bree?”, dijeron ellos.
Pero Guiños contestó simplemente:
No voy a decirlo”.
Yo sé donde”, dijo Jack el Curioso,
He observado como cabalgaba:
Fue sobre la espalda del Viejo Troll
A las colinas de Allá Lejos”.
Entonces todo el mundo fue voluntariamente,
En Poney, en carruaje, o en un jamelgo,
Hasta que llegaron a una casa en la colina
Y vieron una humeante chimenea.
Golpearon la puerta del Viejo Troll.
¡Cocina para nosotros
Un delicioso pastel relleno,
Por favor, o dos o más!”
¡Cocínalo!”, dijeron, “¡cocínalo!”
¡Idos a casa, idos a casa!”, dijo el Viejo Troll,
Yo no os he invitado”.
Solo los jueves cocino mi pan,
Y solo para unos pocos”.
¡Idos a casa, idos a casa! Aquí hay un error.
Mi casa es demasiado pequeña;
No tengo pastas, ni crema, ni pasteles:
¡Guiños se lo ha comido todo!
Tú, Jack, y Hogg y el Viejo Bunce y Pott,
No quiero ver a nadie más.
¡Largáos! ¡Largáos todos!
¡Guiños es mi tipo favorito!”
Perry el Guiños se engordó muchísimo
Por comer pasteles rellenos,
Su faja se rompió, y nunca más un sombrero
Pudo ponerse en la cabeza;
Porque cada jueves iba a tomar el té,
Y se sentaba en el suelo de la cocina,
Y más pequeño el Troll parecía
A medida que él crecía y crecía.
Guiños llegó a ser un gran panadero,
Como aún dice la canción;
Desde el mar a Bree llegó la fama
De su pan corto y largo.
Pero no era tan bueno como el pastel relleno;
No tenía tan rica mantequilla,
Como cada jueves el Viejo Troll ofrecía
Para el té de Perry el Guiños.


IX
Los labios maulladores
Las sombras donde moran los Labios Maulladores
Son negras y húmedas como la tinta,
Y lenta y suavemente hacen sonar su campana,
Mientras te hundes en el limo.
Te hundes en el barro, tú que te atreves
A llamar a su puerta,
Mientras las gárgolas sonrientes observan
Y fluyen aguas venenosas.
Junto a la corrompida ribera del río
Lloran los sauces colgantes,
Y los grajos se yerguen siniestramente
Graznando en sueños.
Más allá de las Montañas de Merlock, tras un largo y fatigoso camino,
En un valle mohoso donde los árboles son grises,
Junto a un estanque de orillas oscuras sin viento ni mareas,
Sin sol y sin luna, se esconden los Labios Maulladores.
Las cavernas donde los Labios Maulladores se reúnen
Son profundas, húmedas y frías
Iluminadas con una enfermiza vela;
Y allí es donde cuentan su oro.
Sus paredes son húmedas, sus techos gotean;
Sus pies sobre el suelo
Se mueven suavemente con un flip-flap,
Mientras se deslizan hacia la puerta.
Se asoman fuera astutamente; con un crac
Sus sensibles dedos crujen,
Y cuando han terminado, tus huesos
Se llevan en un saco.
Más allá de las Montañas Merlock, tras un largo y solitario camino,
A través de las Sombras de las Arañas y del Pantano de Tode,
Y a través del bosque de árboles colgantes y la Maleza del Patíbulo,
Vas a buscar a los Labios Maulladores, y ellos te comerán.


X
El olifante
Gris como un ratón,
Grande como una casa,
La nariz de serpiente,
Hago temblar la tierra
Cuando piso la hierba;
Los árboles se quiebran a mi paso.
Con cuernos en la boca
Camino por el sur,
Moviendo mis grandes orejas.
Desde años sin cuento
Marcho de un lado a otro,
Y ni para morir
En la tierra me acuesto.
Yo soy el olifante,
El más grande de todos,
Viejo, alto y enorme.
Si alguna vez me ves,
No podrás olvidarme.
Y si nunca me encuentras
No creerás que existo.
Pero soy el viejo olifante,
Y nunca miento.


XI
Fastitocalon
¡Mirad, ahí está Fastitocalon!
Una buena isla en la que desembarcar,
Aunque algo desolada.
¡Vamos, dejad el mar! ¡Y corramos,
O bailemos, o tumbémonos al sol!
¡Ved como las gaviotas se sientan ahí!
¡Tened cuidado!
Las gaviotas no se hunden.
Allí se sientan, se pavonean y se acicalan;
Su papel es dar el aviso,
Si alguien se atreve
A instalarse en esa isla,
O a buscar solo por un instante
Alivio para una enfermedad, o para la humedad,
O tal vez hervir una olla.
¡Ah, gente imprudente, aquellos que desembarcan sobre Él!
Y preparan un pequeño fuego
¡Y tal vez ansían un té!
Quizás su concha es gruesa,
Parece dormir; pero Él es veloz,
Y ahora flota en el mar,
Engañosamente.
Y cuando Él oye sus pies que golpean,
O nota tenuemente el súbito calor,
Con una sonrisa,
Se sumerge,
Y dándose la vuelta prestamente
Los arroja fuera y se ahogan en lo más profundo,
Y pierden sus tontas vidas
Para su sorpresa.
¡Sed prudentes!
Hay muchos monstruos en el mar,
Pero ninguno tan peligroso como Él,
El viejo y córneo Fastitocalon,
Cuya progenie poderosa ya se ha ido,
El último de los antiguos peces-tortuga.


De modo que si deseáis salvar vuestra vida
Entonces os advierto:
Prestad atención al saber de los antiguos navegantes,
¡No pongáis pie en orillas desconocidas!
O mejor aún,
¡Cumplid vuestros días en la Tierra Media
En paz y regocijo!


XII
Gato
El gato gordo en el felpudo
Parece soñar
Con hermosos ratones suficientes
Para él, o con crema;
Pero él, tal vez, camina libremente
Con pensamientos ligeros, orgulloso,
Donde rugió alto o luchó
Su parentela, delgada y magra,
O donde en cuevas profundas
En el este se dio banquetes con bestias
Y con hombres tiernos.
El león gigante con una garra de hierro
En su zarpa,
Y grandes y crueles dientes
En la ensangrentada mandíbula;
El leopardo, cubierto de oscuras estrellas,
De pies veloces,
A menudo con suavidad desde lo alto
Salta sobre su comida
Donde los bosques se entrevén en la oscuridad-
Lejos están ahora,
Fieros y libres,
Y domesticado está él;
Pero el gato gordo en el felpudo
Retenido como mascota,
No los olvida.


XIII
La novia de la sombra
Había un hombre que vivía solo,
Mientras pasaban el día y la noche
Se sentaba tan quieto como una piedra esculpida,
Y no arrojaba ninguna sombra.
Los búhos blancos se posaban sobre su cabeza
Bajo la luna de invierno;
Se frotaban los picos y lo creían muerto
Bajo las estrellas de junio.
Llegó una dama vestida de gris
Brillando en el crepúsculo:
Permaneció quieta un instante,
Con flores entrelazadas en su pelo.
Él despertó, como surgido de la piedra,
Y rompiose el hechizo que lo retenía;
La abrazó deprisa, ambos de carne y hueso,
Y ella arremolinó su sombra alrededor de él.
Ella no anda más por sus caminos
Con sol, luna o estrellas;
Mora abajo, donde no existe día
Ni noche alguna.
Pero una vez al año, cuando bostezan las cavernas
Y despiertan las cosas ocultas,
Bailan juntos hasta el amanecer
Y no proyectan más que una sombra.


XIV
El tesoro
Cuando la Luna era nueva y el Sol joven
De plata y oro cantaban los Dioses:
Derramaban plata en la verde hierba,
Y llenaban las blancas aguas con oro.
Antes de que se excavara el Abismo o se abriera el Infierno,
Antes de que fueran criados los Enanos o nacieran los Dragones,
Existían los Elfos de antaño, y poderosos hechizos
Bajo verdes colinas y huecos valles
Cantaban mientras forjaban muchos objetos hermosos,
Y las brillantes coronas de los Reyes Élficos.
Pero su destino les alcanzó, y su canción declinó,
Golpeados por el hierro y encadenados por el acero.
Su avaricia no cantaba, ni sus bocas sonreían,
Apilaron su riqueza en agujeros oscuros,
Plata cincelada y oro grabado:
Las sombras cayeron sobre el Hogar de los Elfos.
Un viejo enano vivía en una cueva oscura,
Sus dedos se habían aficionado al oro y a la plata;
Con martillo y tenazas y yunque
Trabajó con sus manos hasta despellejarlas,
Hizo monedas, y collares de anillos,
Y pensó en comprar el poder de los Reyes.
Pero sus ojos estaban oscurecidos y sus oídos eran débiles
Y su piel amarilla sobre el viejo cráneo;
Con su tenaza huesuda, de pálido resplandor
Las piedras preciosas pasaban sin ser vistas.
No oyó los pies, aunque la tierra temblaba,
Cuando el joven dragón apagó su sed,
Y humeó el arroyo frente a su oscura puerta..
Las llamas silbaban en el suelo húmedo,
Y murió solo en el rojo fuego;
Sus huesos se volvieron cenizas en el barro caliente.
Había un viejo dragón bajo la roca gris;
Sus ojos rojos parpadeaban mientras yacía en soledad.
Su alegría se terminó y su juventud había pasado,
Estaba nudoso y arrugado, y sus miembros se curvaron
En los largos años que pasó encadenado a su oro;
En el horno de su corazón se había apagado el fuego.
Al limo de su vientre se habían adherido fuertemente las gemas,
Oro y plata olfateaba y lamía:
Conocía el sitio del más ínfimo anillo
Bajo la sombra de su negra ala.
En su dura cama pensaba en ladrones,
Y soñaba con alimentarse de su carne,
Hacer crujir sus huesos, y beber su sangre:
Inclinó las orejas y respiró pesadamente.
Sonó una cota de malla. No la oyó.
Una voz hizo eco en la gruta profunda:
Un joven guerrero de brillante espada
Lo desafió a defender su tesoro.
Sus colmillos eran dagas, y de cuerno su piel,
Pero el hierro le arañó, y murió su llama.
Había un viejo rey en un alto trono:
Su larga barba caía sobre rodillas de hueso;
Su boca ya no saboreaba la carne ni la bebida,
Ni sus oídos la música; sólo podía pensar
En su gran cofre con la tapa tallada
Donde se ocultaban gemas pálidas y oro
En secreta tesorería bajo el suelo oscuro;
Sus fuertes puertas estaban forradas de hierro.
Las espadas de sus caballeros estaban cubiertas de herrumbre,
Su gloria caída, su dominio derribado,
Sus salas vacías y sus cenadores fríos,
Pero el rey estaba hecho de oro élfico.
No oía los cuernos en los pasos de la montaña,
No olía la sangre en la hollada hierba,
Pero sus salas habían ardido, su reino se había perdido;
En un frío pozo se arrojaron sus huesos.
Hay un antiguo tesoro en una oscura roca,
Olvidado tras puertas que nadie puede abrir;
Ningún hombre puede traspasar ese horrendo umbral.
En el terraplén crece la verde hierba;
Allí pastan las ovejas y vuelan las alondras,
Y el viento sopla desde la orilla del mar.
La noche guardará el viejo tesoro,
Mientras la tierra aguarda y los Elfos duermen.


XV
La campana del mar
Caminaba junto al mar, y vino a mí,
Como un rayo de luz estelar en la húmeda arena,
Una concha blanca como una campana;
Temblando fue a parar a mi mano mojada.
En mis agitados dedos pude oír como despertaba
Un sonido en su interior, como una boya balanceándose
Junto a la barra de un puerto, una llamada que sonaba
Sobre mares infinitos, ahora lejana y débil.
Entonces vi un bote flotando en silencio
En la marea nocturna, vacío y gris.
¡Es muy tarde! ¿Por qué esperar?”
Salté a bordo y grité: “¡Llévame lejos!”
Me llevó lejos, húmedo de rocío,
Envuelto por la niebla, herido por el sueño,
A una playa extraña, en una tierra extraña.
En el crepúsculo más allá del abismo
Oí una campana balancearse en la marejada,
Sonando, sonando, mientras rugían los rompientes
En los ocultos dientes de un peligroso arrecife;
Y llegué por fin a una extensa orilla.
Blanca centeallaba, y el mar hervía
Con estrellas espejeantes en una red de plata;
Riscos de piedra pálidos como huesos
En la espuma lunar lanzaban destellos de humedad.
Arena brillante se deslizaba por mi mano,
Polvo de perlas y joyas pulverizadas,
Caracolas de ópalo, rosas de coral,
Flautas verdes de amatista.
Pero bajo el alero de los riscos se abrían lóbregas cuevas,
Con cortinas de maleza, oscuras y grises;
Un aire frío agitó mis cabellos,
Y la luz se desvaneció, mientras yo me alejaba.
Un verde riachuelo bajaba la colina;
Bebí sus aguas para alivio de mi corazón.
Subí su escalera, hasta un hermoso país
De eterna vigilia, lejos del mar,
Salté por los prados de sombras palpitantes;
Allí yacían flores como estrellas caídas,
Y en un estanque azul, frío y vidrioso,
Nenúfares como lunas flotantes.
Los alisos dormían, y los sauces lloraban
Junto a un lento río de hierbas onduladas;
Espadas de lirio guardaban los vados,
Y verdes lanzas y flechas de caña.
El eco de una canción sonó toda la tarde
Abajo en el valle; Muchas cosas
Corrían aquí y allá: Liebres blancas como la nieve,
Ratones que surgían de agujeros; Polillas aladas
Con ojos brillantes; En una tensa quietud
Los tejones miraban fijamente desde oscuras puertas.
Oí canciones allí, música en el aire,
Pies apresurados en el verde suelo.
Pero a donde quiera que fuese ocurría lo mismo:
Los pies huían, y todo quedaba tranquilo;
Nunca un saludo, sólo las fugaces
Cañas, las voces, y cuernos en la colina.
De hojas de río y gavillas de juncos
Me hice una capa de verde enjoyado,
Una larga vara, y un dorado estandarte;
Mis ojos brillaban como brillan las estrellas.
De flores coronado me subí a un montículo,
Y de modo penetrante, como el canto del gallo
Grité orgullosamente: “¿Por qué os ocultáis?
¿Por qué nadie habla, a donde quiera que voy?
Aquí estoy ahora, Señor de esta tierra,
Con mi espada de lirio y mi maza de caña.
¡Contestad a mi llamada! ¡Venid todos!
¡Habladme con palabras! ¡Mostradme vuestras caras!”
Llegó una nube negra como una mortaja nocturna,
Fui a tientas como un oscuro topo,
Caí al suelo, mis manos se arrastraban
Con los ojos ciegos y la espalda doblada.
Subí a un árbol: se alzaba silencioso
Con las hojas muertas; desnudas estaban sus ramas.
Allí debí sentarme, dejando vagar mi ingenio,
Mientras los búhos roncaban en su hueco hogar.
Me quedé allí un día y un año:
Los escarabajos golpeaban las ramas putrefactas,
Las arañas tejían, en el musgo levantaban
Bejines que asomaban en mis rodillas.
Finalmente llegó la luz en mi larga noche,
Y vi como mi cabello colgaba gris.
¡Aunque esté encorvado, debo encontrar el mar!
Me he perdido, y no conozco el camino,
¡Pero partiré!” Entonces tropecé;
La sombra cayó sobre mi como un murciélago cazador;
En mis oídos sopló un viento errante,
E intenté cubrirme con ropas andrajosas.
Mis manos estaban rotas, mis rodillas cansadas,
Y los años pesaban sobre mi espalda,
Cuando la lluvia en mi cara trajo un sabor salado,
Y pude oler el aroma de los pecios del mar.
Los pájaros llegaron navegando, aullando, lamentándose,
Oí voces en frías cuevas,
Focas ladrando, el gruñido de las rocas,
Y el mugir de las rocas en los acantilados.
El invierno pasó veloz; me sumergí en la niebla,
Llevé mis años hasta el fin del mundo;
La nieve estaba en el aire, el hielo en mis cabellos,
La oscuridad se extendía en la última orilla.
El barco aún esperaba a flote,
Llevado por la corriente, sacudiendo la proa.
Cansado yací en él, mientras me llevaba,
Saltando las olas, cruzando los mares,
Pasando junto a viejos cascos, repletos de gaviotas
Y grandes buques repletos de luz,
Que llegaban a puerto, oscuros como cuervos,
Silenciosos como la nieve, en la noche profunda.
Las casas estaban cerradas, el viento sigiloso las rodeaba,
Las calles estaban vacías. Me senté junto a una puerta,
Y donde una suave lluvia cayó en un desagüe
Arrojé todo cuanto llevaba:
En mi apretada mano algunos granos de arena,
Y una concha marina silenciosa y muerta.
Nunca escuchará mi oído el sonido de esa campana,
Ni hollarán mis pies aquella orilla
Nunca más, ya que en una callejuela triste,
En un callejón ciego, o en una larga calle
Camino furioso. Me hablo a mi mismo;
Porque siguen sin hablar, aquellos a quienes encuentro.


XVI
El último barco
Fíriel miró afuera cuando el reloj dio las tres:
La noche gris se iba;
En la lejanía un gallo dorado
Cantaba, claro y penetrante.
Eran oscuros los árboles, y pálido el amanecer,
Los pájaros, ya despiertos, piaban,
Soplaba un viento frío y delicado
Que hacía crujir las oscuras ramas.
Ella contempló el resplandor creciente en la ventana,
Hasta que la intensa luz centelleó
En la tierra y en las hojas; abajo, en la hierba
Brillaba el rocío gris.
Sus blancos pies se deslizaron por el suelo,
Bajaron la escalera,
Avanzaron danzando por la hierba
Salpicados de rocío.
Su vestido llevaba joyas en el borde,
Mientras ella corría hacia el río,
Y se inclinaba sobre una raíz de sauce,
Y contemplaba el temblor del agua.
Un Martín Pescador se zambulló como una piedra
Descendiendo en un relámpago azul,
Las cañas dobladas volaron suavemente,
Hojas de lila se desparramaron.
Una música repentina llegó a ella,
Mientras permanecía allí centelleando
Con el cabello suelto en el fuego de la mañana
Flotando en su espalda.
Sonaban arpas allí, y se rasgaban arpas,
Y se oía sonido de canciones,
Voces como viento, sutiles y jóvenes
Y campanas lejanas repicando.
Un buque con pico y remos dorados
Y blancos maderos llegó deslizándose;
Cisnes navegaban ante él,
Guiando su alta proa.
Hermosa gente de Elfinesse
Remaban, vestidos de plata gris,
Y ella vio a tres coronados que allí se erguían
Con los brillantes cabellos flotando al viento.
Con arpas en la mano cantaron su canción
Balanceando lentamente los remos:
Verde es la tierra, largas las hojas,
Y los pájaros cantan.
Más de un día de dorado amanecer
Iluminará esta tierra,
Más de una flor se desplegará,
Mientras los campos de maíz se vuelven blancos.”
¿a dónde os dirigís, hermosos barqueros,
Deslizandoos río abajo?
¿Al crepúsculo y al secreto cubil
Oculto en el gran bosque?
¿A islas del norte y a orillas de piedra
Con poderosos cisnes volando,
Para morar solitarios junto a las frías olas,
Donde se lamentan las gaviotas?”
¡No!”, contestaron, “Muy lejos
Viajamos por el último camino,
Dejando los Puertos Grises Occidentales,
Haciendo frente a los Mares Sombríos,
Volvemos al Hogar de los Elfos,
Donde crece el Árbol Blanco,
Y la estrella brilla sobre la espuma
Que fluye en la última orilla.
Decimos adiós a los campos mortales
De la Tierra Media abandonada!
En el Hogar de los Elfos, una clara campana
Se agita en la alta torre.
Aquí la hierba se marchita y caen las hojas,
El sol y la luna se apagan,
Y hemos oído la lejana llamada
Que nos ordena viajar hasta allá.”
Los remos se detuvieron. Ellos dieron la vuelta:
¿Escuchas la llamada, Doncella de la Tierra?
¡Fíriel! ¡Fíriel!” Gritaron.
Nuestro barco no está al completo,
Sólo a uno más podemos llevar.
¡Ven! Porque tus días pasan veloces.
¡Ven! Doncella de la Tierra, élfica belleza,
Presta atención a nuestra última llamada.”
Fíriel miró desde la orilla,
Dio un audaz paso;
Hundió profundamente su pie en el barro,
Y se detuvo mirando fijamente.
Con lentitud el buque élfico se alejaba
Susurrando a través del agua;
¡No puedo venir!” la oyeron gritar.
¡Nací hija de la tierra!”
No brillaban joyas en su toga,
Mientras volvía del prado
Bajo el techo y la puerta oscura,
Bajo la sombra de la casa.
Se quitó su blusón marrón rojizo,
Trenzó su largo cabello,
Y volvió a su labor,
Pronto se desvaneció la luz del sol.
Los años aún pasan veloces
En los Siete Ríos;
Pasan las nubes, brilla el sol,
Tiemblan las cañas y los sauces
En la mañana y la tarde, pero nunca más
Los barcos que van al occidente han navegado
En aguas mortales, como antes,
Y su canción se ha apagado.
***