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sábado, 20 de septiembre de 2008

LOS PARIENTES DEL PUEBLO DE LOS ELFOS -- LORD DUNSANY

LOS PARIENTES DEL PUEBLO DE LOS ELFOS -- LORD DUNSANY

Los Parientes del Pueblo de los Elfos.
Lord Dunsany
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1. Las Criaturas Salvajes
Soplaba el viento del norte, y los últimos días de Otoño se sucedían en tonos rojos y dorados. Sobre
los pantanos la tarde se elevó solemne y fría.
Y todo estuvo tranquilo.
Entonces la última paloma volvío a su hogar en los árboles, en la distante tierra seca, cuyas formas se
habían tornado misteriosas en la niebla.
Y nuevamente estuvo tranquilo.
Mientras la luz se desvanecía y la bruma se hacía más profunda, el misterio se arrastró desde todos
los rincones, acercándose.
Luego los verdes chorlitos llegaron trinando, y todos descendieron.
Y nuevamente todo fue quietud, salvo cuando uno de los chorlitos se elevaba y volaba un poco,
profiriendio el grito de la desolación. Y la tierra se volvió sosiego y silencio, esperando la primera
estrella. Entonces apareció el pato y la mareca, bandada tras bandada: y toda la luz del día se
desvaneció del cielo excepto una banda roja de luz. Sobre la luz aparecieron, negras e inmensas, las
alas de una bandada de gansos batiendo el viento sobre los pantanos. Ellos, también, bajaron entre los
juncos.
Y repentinamente, las estrellas aparecieron y brillaron en la calma, y luego hubo silencio en los
inmensos espacios de la noche.
Súbitamente, las campanas de la catedral del pantano estallaron, llamando a la oración vespertina.
Hace ocho siglos, en el borde de la ciénaga, los hombres habían construido la gigantesca catedral, o
quizá hace siete siglos atrás, o tal vez nueve --todo era uno para las Criaturas Salvajes.
De esta forma la oración vespertina se llevaba a cabo, y las velas se encendieron, y las luces brillaron,
a través de las ventanas, rojas y verdes en el agua, y el sonido del organo atravesó errante la marisma.
Pero desde los lugares profundos y peligrosos, bordeados por brillantes musgos, las Criaturas
Salvajes llegaron saltando para danzar sobre el reflejo de las estrellas, y mientras danzaban las luces
del pantano se elevaban y caían sobre sus cabezas
Las Criaturas Salvajes son, en apariencia, de alguna forma humanas, sólo que todas marrones de piel
y de apenas dos pies de altura. Sus orejas son puntiagudas como las de las ardillas, sólo que lejos más
grandes, y saltan hasta alturas prodigiosas. Viven todo el día bajo las charcas profundas de las
ciénagas mas solitarias, mas por la noche salen y danzan. Cada Criatura Salvaje tiene una luz del
pantano sobre su cabeza, que se mueve cuando la Criatura Salvaje se mueve; ellas no tienen alma, y
no pueden morir, y son parientes del pueblo de los Elfos.
Danzan toda la noche en las marismas pisando sobre el reflejo de las estrellas (pues la superficie
desnuda del agua no las sostiene por sí misma); pero cuando las estrellas comienzan a palidecer, se
sumergen, una a una, en los estanques de su hogar. O si acaso se demoran más tiempo, sentadas sobre
los juncos, sus cuerpos se desvanecen a la vista así como palidecen los fuegos del pantano en la luz, y
durante el día nadie puede ver a las Criaturas Salvajes, parientes del pueblo de los Elfos. Ni siquiera
de noche puede alguien verlos, salvo aquellos que nacieron, como yo mismo, en la hora del
crepúsculo, justo en el momento que la primera estrella aparece.
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Quiero tener un Alma
En la noche que relato, una pequeña Criatura Salvaje se había arrastrado por el yermo, hasta llegar a
los mismos muros de la catedral y danzó sobre las imágenes de los coloridos santos que yacían en el
agua junto al reflejo de las estrellas. Mientras brincaba en su fantástico baile, vio a través de las
ventanas pintadas hacia el lugar donde la gente oraba, y escuchó el órgano vagabundeando sobre la
ciénaga. El sonido del órgano erraba por los pantanos, pero las canciones y plegarias de la gente fluía
desde la torre más alta de la catedral como finas cadenas de oro, y llegaban hasta el Paraíso, y los
ángeles del paraíso subían y bajaban hasta la gente, y desde la gente hacia el Paraíso nuevamente.
Entonces algo parecido al descontento perturbó a la Criatura Salvaje, por primera vez desde la
creación del pantano; y ni el fango gris y suave, ni la frescura de el agua profunda parecieron ser
suficientes, ni la primera llegada desde el norte de los tumultuosos gansos, ni el salvaje regocijo de
las aves silvestres, cuando todas las plumas de sus alas cantan, ni la maravilla de la serena helada que
llega cuando el cazador se va, y adorna los juncos con escarcha y viste al silencioso yermo con una
niebla misteriosa donde el sol se vuelve rojo y débil. Ni siquiera la danza de las Criaturas Salvajes
durante la noche maravillosa. Y la pequeña Criatura Salvaje anheló tener un alma, e ir a adorar a Dios.
Y cuando la oración vespertina hubo terminado y las luces se extinguieron, se devolvió llorando
donde sus parientes.
Pero la noche siguiente, en cuanto las imágenes de las estrellas aparecieron en el agua, se fue
brincando de estrella en estrella hasta el extremo más lejano de las tierras pantanosas, hasta un gran bosque donde vivía la más Antigua de las Criaturas Salvajes.
Y encontró a la más Antigua de las Criaturas Salvajes sentada bajo un árbol, protegiéndose de la luna.
Y la pequeña Criatura Salvaje dijo: "quiero tener un alma para adorar a Dios, y conocer el significado
de la música, y admirar la belleza interna de la ciénaga y poder imaginar el Paraíso".
Y la más Antigua de las Criaturas Salvajes le dijo: "¿Qué tenemos nosotras que ver con Dios? Sólo
somos Criaturas Salvajes, parientes del pueblo de los Elfos.
Mas sólo contestó: "Quiero tener un alma".
Entonces, la más Antigua de las Criaturas Salvajes dijo: "No tengo ningún alma para darte; pero si tuvieras un alma, algún día tendrías que morir, y si conocieras el significado de la música
comprenderías el significado del dolor, y es mejor ser una Criatura Salvaje y no morir".

Dándole vida a un alma
Sin embargo, ellas, que pertenecían a la parentela del Pueblo de los Elfos sentían compasión por la pequeña Criatura Salvaje; y a pesar de que las Criaturas Salvajes no podían lamentarse por mucho
tiempo, no teniendo almas con las que lamentarse, sintieron por un instante una amargura en el lugar
donde sus almas debieron estar, cuando vieron el dolor de su camarada.
De esta forma, la parentela del Pueblo de los Elfos salió por la noche para crear un alma para la
pequeña Criatura Salvaje. Y anduvieron por los pantanos hasta llegar a las tierras altas, entre las
flores y las hierbas. Y allí recogieron una gran pieza de telaraña que había tendido la araña al
atardecer; y estaba cubierta de rocío.
Sobre este rocío habían brillado todas las luces de los largos bancos del cielo abovedado, cuando
todos los colores cambian en los placenteros espacios de la tarde. Y sobre él había resplandecido la noche maravillosa con todas sus estrellas.
Entonces las Critaturas Salvajes bajaron hasta el límite de su hogar con su telaraña cubierta de rocío.
Y allí reunieron un poco de la bruma gris que se posa por las noches sobre las marismas. Y a ella le
agregaron la melodía del yermo que es llevada al atardecer por los pantanos sobre las alas del dorado
chorlito. Y también le agregaron las lastimeras canciones que los setos se ven obligados a entonar
ante la presencia del arrogante Viento del Norte. Y entonces, cada una de las Criaturas Salvajes
entregó alguna apreciada memoria del antiguo pantano, "porque podemos prescindir de ella", dijeron.
Y a todo esto le agregaron unas cuantas imagenes de las estrellas que reunieron de las aguas. Sin
embargo, el alma que los parientes del Pueblo de los Elfos estaban creando no tenía vida.
Entonces le agregaron los susurros de dos amantes que paseaban solos, tarde en la noche. Y luego,
esperaron el amanecer. Y la majestuosa aurora apareció, y las luces del pantano sobre las Criaturas
Salvajes palidecieron en el resplandor, y sus cuerpos se desvanecieron a la vista; y aún seguían
esperando en el margen del pantano. Y hasta ellas que esperaban llegó, sobre campos y marismas,
desde el suelo y fuera del cielo, el canto de las aves.
Esto también agregaron las Criaturas Salvajes al pedazo de niebla que habían cogido en las marismas, y lo envolvieron todo en su telaraña cubierta de rocío. Y el alma vivió.
Y allí se encontraba, en las manos de las Criaturas Salvajes, no mayor que un erizo; llena de
maravillosas luces, verdes y azules que cambiaban constantemente, moviéndose de aquí para allá, y en el centro gris brillaba un resplandor púrpura.
Y a la noche siguiente fueron donde la pequeña Criatura Salvaje y le enseñaron el alma chispeante. Y
le dijeron: "si debes tener un alma e ir a adorar a Dios, y convertirte en mortal y morir, pon esto sobre tu pecho, a la izquiera, un poquito por encima del corazón, y entrará y tu serás humana. Sin embargo,
si la tomas no podrás jamás deshacerte de ella a no ser que te la arranques y se la des a otro; y
nosotras no la tomaremos, y la mayoría de los humanos ya tiene un alma. Y si no puedes encontrar a
un humano sin alma algún día morirás, y tu alma no podrá ir al Paraíso porque sólo fue creada en el
pantano.
En la distancia la pequeña Criatura Salvaje divisó la catedral y sus ventanas iluminadas para la
oración vespertina, y el canto de la gente elevándose al Paraíso, y los ángeles yendo de arriba a abajo.
Entonces se despidió con lágrimas y agradecimientos de las Criaturas Salvajes, parientes del Pueblo
de los Elfos, y se alejó saltando hacia las tierras verdes y secas, sosteniéndo el alma en sus manos.
Y las Criaturas Salvajes lamentaron que se hubiera ido, pero no pudieron lamentarlo por mucho
tiempo porque no tenían almas.

Volviéndose humana
En en límite del pantano la pequeña Criatura Salvaje observó por algunos instantes sobre el agua,
hacia donde los fuegos del pantano saltaban de arriba a abajo, y luego oprimió el alma contra su
pecho, a la izquiera, un poquito por encima de su corazón.
Instantáneamente se convirtió en una hermosa mujer que se encontraba helada y asustada. De alguna
manera se cubrió con un atado de setos, y se dirigió hacia las luces de una casa que se encontraba
cerca. Y empujó la puerta y entró, y encontró a un granjero y a su esposa sentados frente a su cena.
Y la esposa del granjero llevó a la pequeña Criatura Salvaje con el alma del pantano hacia su cuarto,
y la vistió y trenzó su pelo, y la condujo abajo nuevamente, y le dio la primera comida que había
comido. Y luego la esposa del granjero le hizo muchas preguntas.
- ¿De donde has venido?-le dijo.
- Desde el pantano.
- ¿Desde cuál dirección? -dijo la esposa del granjero.
- Sur -dijo la pequeña Criatura Salvaje con su nueva alma.
- Pero nadie puede venir por el pantano desde el sur -dijo la esposa del granjero.
-No, no pueden hacerlo -dijo el granjero.
- Yo vivía en el pantano.
- ¿Quién eres tú? -le preguntó la esposa del granjero.
- Soy una Criatura Salvaje, y he encontrado un alma en el pantano, y somos parientes del pueblo de los Elfos.
Conversando al respecto posteriormente, el granjero y su esposa acordaron que ella debía ser una gitana que había estado perdida, y que se mostraba extraña por el hambre y la exposición.
Esa noche la pequeña Criatura Salvaje durmió en la casa del granjero, mas su nueva alma se mantuvo despierta toda la noche, soñando con la hermosura del pantano.
Tan pronto como el amanecer llegó al yermo y brilló sobre la casa del granjero, miró desde la ventana hacia las aguas brillantes, y vio la belleza interna de la ciénaga. Porque las Criaturas Salvajes sólo aman el pantano y sólo lo conocen por sus vagabundeos, pero ahora ella percibía el misterio de sus
distancias y el glamour de sus peligrosos estanques, con sus hermosos y mortales musgos, y sintió el
milagro del Viento del Norte, que llega dominante desde desconocidas tierras heladas, y la maravilla
de las mareas de la vida cuando el ave silvestre trina al atardecer en las tierras pantanosas, y al
manecer pasan hacia el mar. Y supo que sobre su cabeza, sobre la ventana del granjero, se extendía el
Paraíso, donde tal vez Dios estaría, en ese momento, imaginando el amanecer, mientras los ángeles
tocaban bajito sus laúdes, y el sol venía elevándose sobre el mundo a sus pies, para alegrar los
campos y las marismas.
Y todo lo que el cielo pensaba, el pantano lo pensaba también; pues el azul de la ciénaga era como el
azul del cielo, y las formas de las grandes nubes del cielo se convertían en las formas del pantano, y a
través de ambos corrían momentáneos río de púrpura, vagabundos entre los bancos de oro. Y los

resueltos ejércitos de setos aparecieron desde la penumbra, con todos sus pendones ondeando, hasta
donde la vista alcanzaba. Y desde otra ventana vio la vasta catedral reuniendo su ponderosa fuerza, elevándola en torres que se alzaban desde los pantanos. Y dijo, "jamás dejaré la ciénaga".
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El Pastor Murnith
Una hora después se vistió, con gran dificultad, y bajó a comer la segunda comida de su vida. El
granjero y su esposa eran gente amable, y le enseñaron cómo comer.
- Supongo que los gitanos no tienen cuchillos ni tenedores -le dijo uno al otro, posteriormente.
Después del desayuno el granjero salió y visitó al pastor, que vivía cerca de la catedral, e
inmediatamente regresó, y de nuevo volvió a la casa del pastor con la pequeña Criatura Salvaje y su nueva alma.
-Esta es la dama -dijo el granjero-. Este es el Pastor Murnith.
Y luego se fue.
-Ah -dijo el pastor- entiendo que estuvo perdida la otra noche en el pantano. Fue una noche terrible para estar perdida en la ciénaga.
- Yo amo el pantano -dijo la pequeña Criatura Salvaje con su nueva alma.
- ¡Por supuesto! ¿Cuántos años tiene? -dijo el Pastor.
- No lo sé -contestó ella.
- Debería saber qué edad tiene -dijo él.
- Oh, cerca de noventa -dijo ella-, o más.
- ¡Noventa años! -exclamó el Pastor.
- No, noventa siglos -dijo ella-, soy tan vieja como el pantano.
Entonces contó su historia -de cómo había anhelado ser humana y adorar a Dios, tener un alma y
contemplar la belleza del mundo, y cómo todas las Criaturas Salvajes le habían hecho un alma de
telaraña y bruma y música y extrañas memorias.
- Pero si esto es verdad -dijo el Pastor Murnith-, está muy mal. Dios no podría haber tenido el
propósito que usted tuviera un alma. ¿Cuál es su nombre?
- No tengo nombre -respondió.
- Debemos encontrar un nombre cristiano y un apellido para usted. ¿Cómo le gustaría que la
llamaran?
- Canción de los Juncos -dijo ella.
- Eso no servirá -dijo el Pastor.
- Entonces me gustaría llamarme Terrible Viento del Norte, o Estrella de las Aguas -dijo ella.
- No, no, no -dijo el Pastor Murnith- eso es totalmente imposible. Si le agrada podríamos llamarla
Señorita Rush. ¿Qué le parece Mary Rush? Tal vez sería mejor que tuviera otro nombre--digamos Mary Jane Rush.
De esta forma, la pequeña Criatura Salvaje con el alma del pantano tomó los nombres que le
ofrecieron, y se convirtió en Mary Jane Rush.
- Y debemos encontrar algo que pueda hacer -dijo el Pastor Murnith-. Mientras tanto podemos darle
un cuarto aquí.
- Yo no quiero hacer nada -replicó Mary Jane-; yo quiero adorar a Dios en la catedral y vivir junto al pantano.
Y luego apareció la señora Murnith, y durante el resto de aquel día Mary Jane se quedó en la casa del Pastor.
Y allí, con su nueva alma, percibió la belleza del mundo; pues éste llegó gris y nivelado desde las
distancias brumosas, y se extendió por los pastizales y los sembradíos hasta el antiguo pueblo
provisto de gabletes; y solitario en la distancia se erguía un antiguo molino de viento, y sus honestas
aspas hechas a mano giraban y giraban en los libres vientos del Este Inglés. En las cercanías, las casas de gabletes se inclinaban hacia las calles, plantadas hermosamente sobre los robustos maderos
que crecían en los tiempos antiguos, glorificándose entre ellas de su hermosura. Y sobre ellas,
contrafuerte tras contrafuerte, creciendo y elevándose, subiendo torre por torre, se erguía la catedral.
Y vio a la gente moviéndose en las calles, pausada y lentamente; e invisibles entre ellos, susurrándose
unos a otros, sin ser escuchados por los hombres y preocupados sólo por las cosas pasadas, se
arrastraban los espíritus del pasado. Y dondequiera que las calles corrieran hacia el este, dondequiera
que hubieran huecos entre las casas, siempre allí se abría la vista a la imagen del grandioso pantano,
como un compás de música extraña y espectral que persiste en una melodía, elevándose una y otra
vez, interpretada en el violín por un único músico, que no toca ningún otro compás, y que es de
cabellos oscuros y lacios y tiene barba al rededor de los labios, y su bigote cuelga largo y bajo, y
nadie conoce la tierra de donde proviene. Todo esto eran cosas buenas de ver para un alma nueva.
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Te amo
Entonces el sol se puso sobre los verdes campos y sembradíos y vino la noche. Una a una las alegres
luces de las joviales ventanas iluminadas tomaron su lugar en la noche solemne.
Luego tocaron las campanas, lejos, en la torre de la catedral, y su melodía cayó sobre los tejados de
las antiguas casas y se posó sobre sus aleros hasta que las calles estuvieron repletas, y luego fluyó
sobre los campos verdes y las sembradíos hasta que llegaron al recio molino y trajeron al molinero
para la oración vespertina, y lejos hacia el este y hacia el mar el sonido resonó sobre las remotas
ciénagas. Y todo fue como ayer para los viejos espíritus en las calles.
Entonces la esposa del Pastor llevó a Mary Jane a la misa vespertina, y ésta vió trescientas velas
colmando el pasillo de luz. Sin embargo, los fuertes pilares se elevaban allí en la vastedad oscura,
gigantescas columnas perdiéndose en la penumbra, donde mañana y tarde, año tras año, hacían su
trabajo en la oscuridad, sosteniendo el techo de la catedral. Y estaban más inmóviles que los pantanos
cuando la helada ha llegado y el viento que lo ha traído ha cesado.
Repentinamente, el sonido del organo se precipitó sobre esta calma, rugiendo, y de inmediato, la
gente oró y cantó.
Mary Jane ya no podía ver sus oraciones ascendiendo como delgadas cadenas de oro, pues eso era
sólo una tendencia élfica, pero imaginaba claramente, en su nueva alma, a los serafines pasando por
los caminos del Paraíso, y a los ángeles cambiando de guardia para cuidar al Mundo por la noche.
Cuando el Pastor hubo terminado el servicio, el señor Millings, un cura joven, subió al púlpito.
Habló de Abana y Pharpar, los río de Damasco; y Mary Jane se alegró que existieran ríos con tales
nombres, y escuchó maravillada sobre Nínive, la gran ciudad, y sobre muchas cosas extrañas y
nuevas.
Y la luz de las velas brilló sobre el cabello claro del cura, y su voz bajó por el pasillo, y Mary Jane se alegró de que él estuviera allí.
Pero cuando su voz se detuvo sintió una repentina soledad, como jamás había sentido desde la
creación de la marisma; ya que las Criaturas Salvajes jamás están solas y nunca son infelices, sino
que bailan toda la noche sobre el reflejo de las estrellas, y como no tienen alma no desean nada más.
Después de realizada la colecta, antes de que nadie se moviera para marcharse, Mary Jane caminó por
el pasillo hacia el señor Millings.
- Te amo -le dijo.
segunda parte
Todo allí era horrible
Nadie simpatizó con Mary Jane. "Qué infortunio para el señor Millings", decían todos; "un joven tan prometedor".
Mary Jane fue enviada a una gran ciudad manufacturera de las Midlands, donde se le había hallado
trabajo en una fábrica textil. Y en ese pueblo no había nada bueno que un alma pudiera ver. Porque la
ciudad no sabía que la belleza era ser deseada; así que hizo muchas cosas maquinalmente y se volvió
apresurada en todas sus maneras, y se vanangloriaba de su superioridad por sobre las otras ciudades y se hizo rica y más rica, y no había nadie para compadecerla.
En esta ciudad habían hallado alojamiento para Mary Jane, cerca de la industria.
A las seis de aquellas mañanas de noviembre, a la hora que, lejos de la ciudad, el pájaro silvestre se levanta de la tranquilidad del pantano y pasa a los turbulentos espacios del mar, a las seis la fábrica
prorrumpía en un largo aullido y reunía a los trabajadores, y allí trabajaban, guardando dos horas para
comer, durante el día completo y hasta la oscuridad, hasta que la campana diera las seis nuevamente.
Allí trabajaba Mary Jane con otras muchachas, en un cuarto largo y deprimente, donde unos gigantes
demenuzaban la lana en largas tiras de hilo con sus chirriantes manos de acero. Y a lo largo de todo el
día se sentaban a hacer su trabajo desalmado. Sin embargo, el trabajo de Mary Jane no estaba con
ellos, sólo su rugido estaba siempre en sus oídos mientras sus ruidosos miembros de metal se movían
adelante y atrás.
Su labor era atender una criatura menor, pero infinitamente más astuta.
Ésta tomaba la tira de lana que los gigantes habían hilado, y la enrollaba y enrollaba hasta que la
había torcido, convirtiéndola en una hebra resistente y delgada. Entonces tomaría en su garra de
dedos de acero la hebra que había unido, y la llevaría, contonéandose, aproximadamente 5 yardas
más allá y regresaría con más.
Esas criatura ya había dominado toda la sutileza de los habilosos trabajadores, y gradualmente los
había desplazado; había sólo una cosa que no podía hacer, no era capaz de tomar las puntas de una
hebra cortada, para amarrarla nuevamente. Para esto se necesitaba un alma humana, y esa era la tarea
de Mary Jane: tomar las puntas cortadas; y al momento que ella las unía, la ocupada criatura sin alma las ataba por sí misma.
Todo allí era horrible; incluso la lana verde que se enroscaba, que no era ni el verde de la hierba ni el
verde de los juncos, sino que un triste y lodoso verde que era propio de una ciudad lóbrega, bajo un cielo sombrío.
Cuando miraba hacia los tejados del pueblo, también allí había fealdad; y las casas lo sabían bien,
porque, con un espantoso estuco, imitaban en una grotesca mímica a los pilares y los templos de la
antigua Grecia, pretendiendo ser aquello que no eran. Y saliendo y entrando de aquellas casas, y
viendo la pretensión de la pintura y el estuco, año tras año hasta que se descascaraba, las almas de los
pobres dueños de aquellas casas buscaban ser otras almas, hasta que se aburrían de ellas.
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Una Canción Salvaje
Al atardecer Mary Jane regresaba a su alojamiento. Sólo entonces, cuando la oscuridad había caído,
podía el alma de Mary Jane percibir alguna belleza en aquella ciudad, cuando las lámparas se
encendían y aquí y allá brillaba alguna estrella a través del esmog. En ese momento ella hubieria
salido al campo a observar la noche, sin embargo, la vieja mujer a la que había sido confiada no la
hubiera dejado hacerlo. Y los días se multiplicaron por siete y se convirtieron en semanas, y las
semanas pasaron, y todos los días eran lo mismo. Y durante todo el timpo el alma de Mary Jane
clamaba por cosas hermosas, y no encontraba ninguna, salvo los domingos, cuando iba a la iglesia, y al dejarla, encontraba la ciudad más gris que antes.
Un día decidió que era mejor se una Criatura Salvaje de las solitarias marismas que tener un alma que
clamaba por cosas hermosas y no encontraba ninguna. Desde ese día tomó la determinación de
deshacerse de su alma, y le contó su historia a una de las muchachas de la fábrica, diciéndole:
- Las otras muchachas visten pobremente y realizan un trabajo desalmado; seguramente alguna de ellas no tiene alma y podría tomar la mía.
Pero la muchacha de la fábrica le dijo: "Todos los pobres tienen alma. Es todo lo que tienen".
Entonces Mary Jane observaba a los ricos cada vez que los veía, y en vano buscó alguno que no
tuviera alma.
Un día, a la hora en que las máquinas descansaban y los seres humanos que las atendían descansaban también, cuando el viento venía de la dirección de los pantanos, el alma de Mary Jane se lamentó
amargamente. Y mientras se encontraba fuera de las puertas de la fábrica, su alma la urgió
irresistiblemente a cantar, y una canción salvaje salió de sus labios alabando la ciénaga. Y a su
canción se agregó clamando, su añoranza del hogar y del sonido del Viento del Norte, tiránico y
orgulloso, con su adorada dama la nieve; y cantó acerca de los cuentos que los juncos murmuraban
unos a otros, cuentos que el trullo y la vigilante garza conocían. Y sobre las calles repletas su canción
se alejó llorando, la canción de los lugares desolados y de las tierras salvajes y libres, llenas de
maravillas y magia, porque en su alma de factura élfica ella tenía el cantar de las aves y el rugido del órgano en la marisma.
Justo en ese momento, el Signor Thompsoni, el conocido tenor inglés pasaba por ahí con un amigo.
Ambos se detuvieron y escucharon; todos se detuvieron y escucharon.
- En toda Europa no ha habido nada como esto en mi vida -dijo el Signor Thompsoni.
Y así llegó el cambio a la vida de Mary Jane.
Toma mi alma
La gente se había anotado para esto, y finalmente se arregló que ella tomara la parte principal en la Opera del Convent Garden, en pocas semanas.
Así que fue a Londres para aprender.
Tanto Londres como las lecciones de canto eran mejores que la Ciudad de las Midlands y aquellas
terribles máquinas. Sin embargo, Mary Jane aún no era libre para ir y vivir como ella deseaba, junto a
los pantanos, y aún estaba determinada a deshacerse de su alma, pero no podía encontrar a nadie que
no tuviera la propia.
Un día le dijeron que los Ingleses no la escucharían siendo la Señorita Rush, y le preguntaron por
cuál otro nombre más apropiado le gustaría ser llamada.
- Me gustaría llamarme Terrible Viento del Norte -dijo Mary Jane- o Canción de los Juncos.
Cuando le dijeron que eso era imposible y le sugirieron Signorina Maria Russiano, ella accedió al
momento, tal como había accedido cuando se la llevaron de la parroquia; no sabía nada sobre las
formas de los humanos.
Finalmente el día de la Opera llegó, un frío día de invierno.
Y la Sognorina Russiano se presentó al escenario frente a un teatro lleno.
Y la Signorina Russiano cantó.
Y en la canción iban todas las añoranzas de su alma, el alma que no podía ir al Paraíso, sino que sólo
podía adorar a Dios y conocer el significado de la música, y la añorazan invadió aquella canción
italiana como el misterio infinito de las colinas, que se eleva junto al sonido de los cencerros de las
ovejas. Entonces, en las almas que estaban en aquel teatro repleto, se elevaron pequeñas memorias de
hace un buen tiempo que desde entonces estaban completamente muertas, y que vivieron nuevamente
OOOmientras duraba aquella maravillosa canción.
Y un extraño frío recorrío la sangre de todos los que escuchaban, como si estuvieran en el borde de las desoladas marismas y el Viento del Norte soplara.
Y a algunos los movió al dolor y a otros al arrepentimiento, y a otros a una inmensa alegría, y
entonces la canción repentinamente se alejó gimiendo, como los vientos del invierno en el pantano, cuando la Primavera aparece desde el Sur.
De esa forma concluyó. Y un gran silenció cayó como la bruma sobre toda aquel teatro, que se
quebrara al final en una conversación parlanchina que Celia, la Condesa de Birmingham, disfrutaba con una amiga.
En un silencio mortal la Signorina Russiano se precipitó del escenario; apareció nuevamente
corriendo entre la audiencia, y se abalanzó sobre Lady Birmingham.
- Tome mi alma -le dijo- es una alma hermosa. Puede adorar a Dios, y conocer el significado de la
música y puede imaginar el Paraíso. Y si va con ella a los pantanos podrá ver cosas hermosas;
hay un atiguo pueblo cosntruído de adorables maderos, con espíritus en sus calles.
Lady Birmingham la miraba. Todo el mundo estaba de pie.
- Mire -dijo la Signorina Russiano- es un alma hermosa.
Y escarbó en su pecho, a la izquiera un poquito más arriba del corazón, y allí estaba el alma,
brillando en sus manos, las luces verdes y azules moviéndose y el resplandor púrpura en el medio.
- Tómela -dijo- y podrá amar todo lo que el bello, y conocer los cuatro vientos, cada uno por su
nombre, y las canciones de las aves al amanecer. Yo no la quiero, porque no soy libre. Póngala en su
pecho, al lado izquierdo, un poquito por encima de su corazón.
Todavía todos se encontraban de pie, y Lady Birmingham se sentía incómoda.
- Por favor, ofrézcasela a alguien más -dijo.
- Pero todos ellos ya tienen almas -dijo la Signorina Russiano.
Y todos siguieron de pie. Y Lady Birmingham tomó el alma en su mano.
- Quizá me traiga suerte -dijo.
Sintió que quería rezar.
Con los ojos casi entrecerrados dijo, "Unberufen". Y puso el alma sobre su pecho, a la izquierda, un poquito por encima de su corazón, esperando que la gente se sentara y la cantante se fuera.
Instantáneamente una pila de vestidos se desplomó delante de ella. Por un momento, en la sombra
entre los asientos, aquellos que habían nacido en la hora del crepúsculo pudieron haber visto una
pequeña cosa marrón, brincando libre de las vestiduras, y luego saltar a la luz brillante del recibidor,
y hacerse invisible a cualquier ojo humano.
Avanzó por un instante, luego halló la puerta, e inmediatamente se econtró en las calles iluminadas.

Danza sobre las estrellas
Aquellos que nacieron en la hora del crepúsculo quizá la vieron brincando rápidamente dondequiera
que las calles corrían hacia el norte y hacia el este, desapareciendo a la vista humana al pasar bajo las
lámparas y reapareciendo más allá de ellas, con una luz del pantano sobre su cabeza.
Hubo un perro que la percibió y la persiguió, y fue dejado atrás.
Los gatos de Londres, que han nacido todos a la hora del crepúsculo, maullaban temerosamente
cuando pasaba.
Inmediatamente llegó a las calles más humildes, donde las casas son más pequeñas. Entonces se
dirigió derecho hacia el nor-este, saltando de techo en techo. Y así, en pocos minutos, llegó a
espacios más abiertos, y luego a las tierras desoladas, donde crecen los jardines del mercado, que no
son ni pueblo ni campo. Hasta que finalmente, los buenos y negros árboles aparecieron, con sus
formas demoníacas en la noche, y la hierba estaba fría y húmeda, y la bruma nocturna flotaba
sobre ella. Y un gran búho blanco apareció, subiendo y bajando en la oscuridad. Y de todas estas cosas la pequeña Criatura Salvaje se regocijó de manera élfica.
Y dejó Londres atrás, enrojeciendo el cielo, y ya no pudo distinguir su desagradable estruendo, sino que nuevamente pudo oír los ruidos de la noche.
Y ahora pasaría por una brillante aldea, cómoda en la noche; y luego nuevamente hacia los oscuros y
húmedos campos abiertos; y adelantó a más de un búho mientras se arrastraba por la noche, una
pariente del pueblo de los Elfos. Algunas veces cruzaba anchos ríos, saltando de estrella en estrella;
y, eligiendo su camino, evitando los caminos escabrosos y llegó antes de la medianoche a las tierras Inglesas del Este.
Y allí escuchó el grito del Viento Norte, dominante y furioso, mientras guiaba hacia el sur a sus
aventureros gansos; mientras los setos se inclinaban ante él, cantando débil y quejumbrosamente, cual
remeros escalvos de algún fabuloso trirreme, doblándose y meciéndose bajo las ráfagas del látigo,
todo el tiempo entonando una lastimera canción.
Y sintió el agradable aire húmedo, que por las noches cubre a las tierras Inglesas del Este, y
nuevamente llegó a algún peligroso y antiguo estanque donde el musgo verdre crecía, y allí se
sumergió más y más abajo dentro del agua oscura, hasta que sintió nuevamente la familiar emanación
subiendo a través de los dedos de sus pies. Y de este modo, desde el adorable hielo que es el corazón
del rezumadero, emergió renovada y regocijante para danzar sobre las imágenes de las estrellas.
Yo tuve la suerte de encontrarme esa noche en el extremo del pantano, ovidando de mi mente los
asuntos de los hombres; y observé los fuegos del pantano saltando desde todos los lugares peligrosos.
Y durante toda la noche llegaron por grupos hasta formar una gran multitud para perderse danzando através del pantano.
Y yo creo que toda esa noche reinó una gran alegría entre los parientes del Pueblo de los Elfos.


FIN