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miércoles, 10 de junio de 2009

SHIVA;UN CUENTO DE DRAGONES PARA MAYORES

SHIVA

Luis Valero de Bernabé

Shiva respiraba pesadamente. Había salido a cazar durante el día consiguiendo un gordo y suculento grifo. Estaba contenta, últimamente la comida escaseaba cerca de su hogar y había llegado a pensar que debería abandonarlo en busca de mejor caza. La idea de cambiar de morada no le hacía mucha gracia, ello significaba no sólo encontrar un nuevo sitio donde vivir sino también tener que transportar de nuevo sus pertenencias. En el transcurso de los años había amontonado una buena cantidad de oro, más de lo que sería capaz de gastar. Pero Shiva era muy desconfiada, no quería que nadie le robara una sola moneda de su fortuna. Ya habían venido antes a intentarlo pero ella sabía defenderse. Al principio ponía trampas para atrapar a los ladrones, ahora confiaba mas en su intuición. "Me estoy volviendo vieja y confiada, no debería sobrestimarme tanto" pensó. De repente escuchó un ruido, su fino oído le advirtió de que por uno de los corredores cercanos había movimiento. "No pueden ser esos orcos cobardes, no". Shiva recordó que en los primeros días cuando se trasladó a este lugar se encontró un par de veces con grupos de estas criaturas. Pero esos torpes habían aprendido rápido que Shiva no debía ser molestada. Los pasos se acercaban, casi podía oler a sus enemigos. Shiva estaba de buen humor y con una palabra se volvió invisible. Jugaría un poco con esos estúpidos ladrones antes de darles su merecido…

- Meredith, ¿estás seguro de que no nos hemos perdido? - preguntó Kayl.

El joven guerrero ya estaba harto de vérselas con orcos, su cobardía le producía nauseas. El soñaba con grandes hazañas: matar a un dragón, rescatar a una princesa, llevarse el tesoro… Su padre nunca había confiado en él, por ello decidió marcharse de casa: para recorrer mundo y hacerse famoso, para protagonizar batallas y conseguir riquezas. En su sueño aventurero le acompañaban Meredith, el mago, Tara, una hermosa mentalista que había capturado su corazón, Wendall, el ladrón aventurero y Buba el bárbaro de las frías estepas de Hyperborea.

- Según el mapa que le arrebatamos a ese jefe orco, la caverna de Los Tesoros Que Deslumbran se haya al final del pasillo. - Respondió el hechicero sin apartar la vista del pergamino.

Aunque la lengua orca era muy difícil de pronunciar, su escritura tenía normas muy simples y era fácil de comprender. Además como la mayoría de ellos no sabían leer, aquellos que escribían adornaban profusamente el manuscrito con dibujos indicadores de lo que querían decir. Según el papiro, el salón enano de los tesoros estaba al alcance de sus manos.

- Mirad chicos, este pasillo termina en callejón sin salida. - Comentó Wendall, el ladrón.

Con cuidado se acercó hasta el final del corredor y aproximó la antorcha a la pared. No, no era un callejón sin salida, alguien se había molestado en traer piedras para tapar el pasillo. Los demás se acercaron y Keyl, Tara y el bárbaro Buba empezaron a retirarlas. Meredith aprovechó un rato para reestudiar sus conjuros y Wendall retrocedió unos pasos en la oscuridad para ver si alguna criatura les había seguido. Tras un rato quitando rocas, por fin vieron el otro lado. Wendall se acercó y, después de que Meredith le hiciera invisible, entró por la estrecha abertura.

- ¡Aaaagh!. - Un grito de dolor llegó de la otra habitación a través de las piedras.

Sin perder el tiempo Tara y Buba quitaron el resto de las rocas y entraron en la cámara. Era una sala fabulosa, tan alta que no se veía el techo, elegantemente adornada con vistosos tapices de épocas pasadas. El suelo de piedra estaba cubierto de alfombras de los imperios del sur, y una fragancia oriental perfumaba el ambiente. Pero lo mas increíble de todo era la monumental montaña de oro, joyas y piedras preciosas que refulgía con luz propia iluminando levemente la habitación con un brillo dorado.

- Dios bendito. - Meredith encontró una mancha fresca de sangre en el suelo y levantó su vista.

Ahí estaba Wendall, colgado boca abajo por los pies, con una impresionante herida que le recorría el torso. La sangre le manaba a borbotones, le recorría el cuerpo hasta la cara, se deslizaba por sus largos cabellos negros y finalmente caía al suelo como inhumanas gotas de lluvia.

- No hay tiempo que perder, todavía vive. Descuélgalo Tara - Ordenó Kayl.

Tara se puso una mano en la frente y de inmediato Wendall, movido por una fuerza invisible que brotaba del cerebro de la psíquico, se elevó librándose de los ganchos que tenía clavados por los pies. Después fue bajando lentamente. De improviso el cuerpo del malherido ladrón cayó al suelo. Al mismo tiempo, Tara se dobló sobre sus rodillas con los ojos fuertemente cerrados y todo su cuerpo comenzó a temblar.

- Tara, por todos los santos. ¿Que te pasa? - Kayl agarró una mano de su amada mientras miraba atemorizado a su alrededor.

Era en momentos como este en los que odiaba el oficio de aventurero. Si hubiera hecho caso a su padre ahora sería el nuevo duque de Waissmon. Pero no, él era demasiado soñador. Demasiado orgulloso como para recibir consejos de su padre, el duque. Si salía con vida de esta prometía volver a casa y reconciliarse con él. Si salía con vida de esta… El problema es que presentía que nadie iba a salir con vida de esta.

Tara mientras tanto se debatía en una lucha interna en la que iba perdiendo. Alguien se había metido en el interior de su mente y ese alguien (o algo) era un hábil psíquico y quería su muerte. Un dolor de un millón de agujas atravesó todos sus músculos y empezó a sangrar a través de los oídos y de los ojos.

En esos momentos, Meredith concluyó su hechizo. Consciente de que había un enemigo invisible entre ellos había conjurado disimuladamente un sortilegio con el que podría verle. Y en verdad lo que vio le dejó helado. Un majestuoso dragón se alzaba arrogante justo delante de ellos, protegiendo el oro como una madre protege a sus crías. Su color era rojo como las llamas y en sus ojos había un brillo que no podía decir si era de cólera o de hilaridad. El dragón estaba jugando con ellos y Meredith lo sabía. Shiva se dio cuenta entonces de que el pequeño humano le había visto y dejó de jugar con Tara. Se hizo visible y la mentalista, habiendo perdido mucha sangre, cayó al suelo junto a Wendall.

- Monstruo, acabaré con tu vida. - Con los ojos nublados por las lágrimas, Kayl se abalanzó sobre la bestia.

Meredith se puso delante del caballero y del bárbaro frenándoles el paso. Entonces el mago se dio la vuelta y se dirigió al dragón.

- Sentimos humildemente haber turbado su sueño, majestad. Confundimos el palacio de su cruel alteza con otro de los refugios de los orcos. Debimos habernos dado cuenta de qué clase de morador vivía aquí con solo ver el gusto exquisito en la decoración. Solo un alma sensible puede tener la elegancia que vos habéis demostrado.

¿Alteza? ¿alma sensible? ¿elegancia?, ese mago empezaba a caerle bien. La verdad es que hacía tiempo que no se encontraba con nadie tan inteligente que supiera observar sus grandes cualidades. Pero aunque Shiva se sentía halagada, no era ninguna tonta. Sabía que lo que el mago quería era que les permitiera escapar con sus compañeros heridos. Pero la dragona no estaba dispuesto a ello, no después de ver el brillo de codicia en los ojos de esos humanos. Si hubieran venido minutos antes, cuando aun estaba de caza, habrían encontrado la cueva (su "palacio") desprotegida. Entonces les hubiera dado igual que este fuera un refugio orco o la morada de un dragón. Se habrían llevado todo lo que hubieran podido de su tesoro "real".

Con una sonrisa maliciosa que mostraba sus largos colmillos, Shiva abrió la boca para decir algo pero lo único que brotó de esta fue un ardiente chorro de gas que derretía hasta el metal. Por suerte, pensó, sus alfombras y tapices estaban protegidos mágicamente por ella misma contra su mortal aliento…

En otro lugar de las cavernas los orcos festejaban la muerte de los incursores humanos. La bebida corría con tanta facilidad como las risas y las canciones. Tener a un dragón tan cerca tenía sus inconvenientes pero también sus ventajas. (La verdad es que era una suerte que Shiva odiara la carne de orco, prefería morir antes que tomar tan repugnante comida). Una de las ventajas era que cada vez que venían humanos a sus cavernas se las arreglaban para enviarles a la sala del dragón. Esta vez les contaron que aquella era la cámara del tesoro de un imperio enano que existió aquí antes de que vinieran ellos. Pero una antigua superstición decía que si algún orco pisaba alguna vez aquel lugar los ejércitos enaniles se levantarían de sus tumbas y arrasarían el poblado. Por supuesto (les contaron) ellos tenían "muchísimo miedo" de los muertos y preferían dejar que descansaran en paz… Todo mentira. Al fin y al cabo el instinto de supervivencia podía volver astuto al mas zoquete.

FIN

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