Mitos y Leyendas
en forma de Cuento
La caja de Pandora
Mucho antes de que los hombres
llenáramos el mundo con nuestras endebles disputas y discusiones ya había vida
en la tierra. Desde las nieblas del tiempo se nos muestra un pasado anterior a
la era humana.
Si nos fijamos bien, podemos
todavía ver el resultado de las furiosas batallas entre los Titanes y los
Olímpicos. Las montañas cayeron y se destruyeron bajo los pies de los feroces
Titanes. Los rayos agujerearon el cielo y el relámpago coronó las olas del mar.
Todos los días traían la
victoria o la derrota para las fuerzas involucradas en la lucha. Durante edades
innumerables la batalla continuó. En aquellos tiempos anteriores al hombre
ningún bando tenía la victoria segura, a pesar de ser inmortales los dioses
albergaban dudas.
Finalmente los Olímpicos
vencieron y la tierra se calmó. Zeus y su familia habían ganado la guerra y se
repartieron la tierra cual vencedores.
Poseidón, el hermano de Zeus,
recibió el dominio sobre el mar y sus criaturas. Ese fue un alto honor, pues el
mar cubría la mayor parte de la tierra. Muchas veces Zeus observaba desde el
Olimpo y veía a su hermano bailando sobre las olas que lanzaba hacia la tierra.
Parecía que organizaba tempestades para su diversión. Pero Zeus sabía que
Poseidón enviaba tormentas sobre las aguas para mantener sus habilidades,
entrenándose en caso de que sus enemigos reaparecieran.
A su hermano, Hades, le dio el
Averno Éste era el fin de todas las criaturas y por el se consideraba que era
muy importante aunque triste y oscuro. Y hasta el mismo Zeus tenía problemas
para ver en la oscuridad constante que reinaba allí. Zeus se estremecía cuando
oía los lamentos de las almas perdidas que gemían su pérdida de vida y amor,
pero sabía que su hermano estaba satisfecho y eso era lo importante.
Con cada uno de sus parientes
satisfecho la vida se hizo maravillosa para los inmortales. Cada placer buscado
era un placer ganado. Todo lo que querían era suyo e incluso más.
Tanto como habían deseado la
tranquilidad y serenidad de esta vida otra parte de ellos añoraba los cambios
de los tiempos de confrontación. No teniendo ningún deseo de resucitar a sus
enemigos Zeus buscó otra manera de divertir a sus hermanos y hermanas.
De la arcilla de la tierra creó
la primera criatura que podría razonar. Tripule, lo llamó. El ser creado le
pidió otro nombre y Zeus concedió que se llamase Epimeteo.
Epimeteo se parecía a los
dioses. La enfermedad y la muerte le eran desconocidas. Estaba satisfecho y por
consiguiente sus acciones se hicieron predecibles.
Desde su alto asiento en el
Olimpo Zeus observó a Epimeteo y quiso su felicidad. Zeus le dio el dominio
sobre la tierra y sus criaturas. Epimeteo respondió alabando a Zeus, quien
saboreó su alabanza.
Pero la alabanza interminable,
con el tiempo, se vuelve tan aburrida como su falta. Y Zeus decidió ayudar su
criatura dándole una compañera. El dios llamó a sus hermanos y hermanas y les
contó su plan
-Debemos hacer otra criatura,
una mujer, para que sea a la vez igual a Epimeteo y todo lo contrario de él.
Una vez pusimos lo mejor de todos nosotros y creamos al hombre, esta mujer debe
ser diferente.
-¿Qué quieres decir con
diferente? Preguntó su hermano.
-Poseidón, dijo Zeus
-Esta criatura debe ser en
todos los sentidos diferente al hombre. Donde el hombre es duro, ella será
suave. Donde el hombre es fuerte ella será débil. Donde el hombre es necio,
ella será sabia. Donde el hombre es valiente, ella será tímida.
Donde el hombre se asusta, ella
será valiente.
-¿Pero, cuándo los dos combinen
sus talentos no nos rivalizarán a nosotros? Dijo Poseidón.
-Claro, pero nosotros no se lo
diremos, contestó Zeus sonriendo.
-Tú lo sabes mejor, hermano.
¿En qué podemos contribuir nosotros? Preguntó el dios del mar mientras sus
barbas se secaban a la brisa.
Zeus se levantó del trono y
caminó entre ellos. Con una mirada dura en su cara marmórea, les dijo,
-De cada uno de vosotros yo
quiero los contrarios en el mundo. Cuando le demos el don del amor a la mujer,
le daremos también el don de los celos.
Donde nosotros pongamos la
debilidad en la criatura, también le daremos la fuerza. Tendrá la belleza
Afrodita, pero su inseguridad le causará vanidad. Con el tiempo se combinarán
todos los elementos contrarios que nosotros queramos.
-¿Cómo se llamará esta mujer?
preguntó Hades
-La llamaré Pandora.
-Entiendo, Pandora quiere decir
todo. Muy bien.
Entonces los dioses se
separaron y cada uno recogió sus propiedades. Atenea le dio una mente
inteligente y una curiosidad aplastante. Zeus le preguntó a su hija por qué
había elegido tal pareja.
Atenea contestó,
-Aunque estos dos atributos no
parecen ser contrarios, lo son en verdad. Tanto como la curiosidad puede llevar
al conocimiento, la curiosidad lleva en el futuro a la pérdida de ese mismo
conocimiento. Mientras el conocimiento es bueno y fuerte, puede debilitarse por
la necesidad de saber demasiado.
Una nube pasó por el su
semblante de Zeus, pero después sonrió.
-Comprendo, Atenea, pero ¿la
sutileza se perderá en estas criaturas?
-Quizás. Quizás. Pero nosotros
debemos darles la oportunidad de pasar más tiempo juntos que separados. ¿Estás
de acuerdo, padre?
-Sí, lo estoy, respondió Zeus
disipando las nubes y calentando todos los corazones con la luz de su sonrisa.
Cuando Epimeteo encontró el
regalo de Zeus su corazón se alegró. Pandora era diestra con sus dedos y podría
hacer muchas de las cosas que a él le preocupaban. Nunca en toda su existencia
el hombre había conseguido la paciencia necesaria para tejer las hojas formando
un cuenco para beber el agua pura que fluía de la tierra. La mujer dominó el
arte casi inmediatamente y Epimeteo tuvo cuidado especial en agradecer a los
dioses por su regalo maravilloso.
Pero la complacencia del Olimpo
pronto se tornó en fastidio y cansado de oírse alabado día tras día Zeus llamó
a Hades y le dijo,
-Escucha, quiero que vayas a
los lugares oscuros que tan bien conoces y recojas lo que encuentres. Quiero
los espíritus de la enfermedad, del hambre, la desesperación, la crueldad, y el
resto. Mételos en una caja fuerte y tráemelos"
-¿Para qué, hermano?
-Hades, tengo mis razones. Por
favor haz cuanto te digo.
El sol resplandecía
brillantemente y el rocío de la mañana había pasado dejando el mundo lujuriante
y verde. Juntos Pandora y Epimeteo se sentaban bajo un olivo y saborearon una
vez más del sabroso fruto de Atenea. Por el camino vieron acercarse a un hombre
que transportaba una caja muy pesada. Juntos corrieron hacia él para ofrecerle
su ayuda.
Pandora preguntó,
-¿Podemos ayudarte a llevar su
carga?
Los ojos del viajero parecían
profundos y en ellos se reflejaba cierta tristeza,
-Sí, por favor, contestó.
Entre Epimeteo y Pandora
recogieron la gran caja la llevaron a la sombra del olivo. Pandora se apresuró
a sacar un poco de agua clara. Rápidamente formó un cuenco con cañas y trajo la
bebida fresca al extraño.
Con un suspiro, el hombre
aceptó su regalo y bebió profundamente de la sangre de la tierra. La mirada
dura en su cara empezó a aliviarse y finalmente dijo que debía continuar su
camino.
-Si no fuera demasiado pedir
¿podría dejar mi carga durante algún tiempo aquí? Debo darme prisa para
alcanzar mi destino.
Epimeteo examinó al joven y
sonrió,
-Por supuesto. Tu caja estará
segura con nosotros. Ven a recogerla cuando quieras, aquí estará.
-Escuchad, Epimeteo y Pandora,
-dijo el joven- No debéis intentar abrir mi caja. Podría haber consecuencias
terribles si lo hacéis.
Epimeteo asintió con la cabeza
y sonrió,
-No te preocupes. Nada
perturbará tu caja.
Pandora manifestó su acuerdo,
pero sus ojos no se apartaron de la caja cuidadosamente decorada.
Cuando el joven partió para
continuar su viaje. Epimeteo sonrió suponiendo que él debía de haber sido uno
de los inmortales.
Pasaban los días y la caja
permanecía donde el extraño la había puesto. A menudo Pandora miraba los
delicados diseños tallados en su superficie y se maravillaba. Ella pensó que
quienquiera que hubiera creado tal belleza en el exterior de un recipiente
debía tener algo muy especial escondido dentro.
La semilla de la curiosidad que
Atenea había plantado en Pandora empezó a crecer. Pronto la mujer se despertaba
al alba para examinar la caja. Aunque no sabía leer, intuía que había palabras
escritas en oro sobre la caja. Los preciosos labrados de figuras masculinas y
femeninas le fascinaban y los contemplaba durante horas rozándolos con sus
dedos, mientras su curiosidad crecía.
Un día, cuando Epimeteo estaba
lejos, Pandora acercó su oreja a la caja con la esperanza de que cualquier
sonido se escapara. Entonces una voz tan débil que podría haber sido el soplo
del viento le dijo así,
-Ayúdanos. Por favor, Pandora,
abre la caja y revélanos.
Se apartó el pelo negro y largo
y puso su oreja desnuda contra la caja para escuchar mejor. Débil, pero más
claramente que antes la voz le susurró,
-Pandora, revélanos.
Necesitamos ser libres.
Con gran vacilación decidió
atisbar dentro para ver quién era que le pedía ayuda y saber si su aspecto era
el de alguien a quien a ella le gustaría ayudar. Cuando rozó el cordón que
sostenía la tapa cerrada, Pandora se sorprendió pues el nudo se deshizo en sus
dedos. Posó las manos en los bordes de la tapa. Miró a su alrededor para ver si
Epimeteo podía verla. Él estaba lejos. Débilmente las voces lloraron de nuevo.
Con una imperiosa resolución, Pandora empezó a alzar la tapa. La caja, se abrió
fácilmente.
Pandora esperaba poder ver
quién la había llamado, pero las criaturas de la caja volaron en un torbellino
alrededor de la mujer. Sólo se detenían para morderla y picarla. Eran unas
criaturas odiosas y rencorosas. Ella intentó cerrar la tapa para detener su
prisa por la libertad pero ya habían escapado. Después de haberla torturado un
largo rato salieron volando en busca de Epimeteo.
-¿Qué he hecho?, se dijo
Pandora
La mujer lloró silenciosamente
sentada en el césped verde bajo el sol pálido y se apoyó contra la caja. Las
lágrimas mancharon su cara bonita y ella bajó la cabeza avergonzada. Aunque las
criaturas no se habían identificado, algo en ella intuyó quiénes eran.
Los gritos de Epimeteo a quien
también los males estaban atacando sin misericordia aumentaron sus amargas
lágrimas. Finalmente cuándo sus lamentos se iban apagando, Pandora oyó una voz
débil que dulcemente preguntaba
-¿Pandora, por favor, puedes
soltarme?
-¿Para qué?- contestó ella
-¿No has visto quiénes eran?
-Son mis hermanas, pero puedo
asegurarte que yo soy como ellos.
Pandora que sentía que todo
estaba tristemente perdido abrió la caja. Una hermosa hada con las alas de
mariposa voló brillando débilmente en la luz del sol. El hada voló rozando a
Pandora y posándose sobre sus heridas la fue curando. Después voló sobre
Epimeteo y lo sanó por completo.
Pandora se sentó sobre la caja
y meditó. Y entonces supo que el nombre de aquella pequeña hada era Esperanza
Al cabo de un rato, la mariposa
descansó exhausta en el hombro de Pandora. La mujer vio como la criatura se
introducía sin dolor en su carne y se posaba en su corazón.
Entonces comprendió el don de
la esperanza, aunque no pudiera borrar el dolor que sus hermanas habían traído
al mundo, podría hacer ese dolor más fácil.
Pandora apuntó una leve sonrisa
al saber que siempre existirá la esperanza.
FIN
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