Os deseo unos ratos
agradables,
ENID BLYTON
CAPÍTULO
PRIMERO
UN GRAN
PLAN PARA LAS VACACIONES
–Mamá nos reserva una
sorpresa –anunció Jorge Mannering–. Estoy seguro de ello. Se ha vuelto
la mar de misteriosa.
–Sí –asintió su
hermana Dolly–. Y cada vez que le pregunto lo que vamos a hacer estas
vacaciones, sólo me
contesta: “¡Aguarda y verás!” ¡Como si fuéramos unas criaturas de diez años!
–¿Dónde está Jack? –quiso
saber Jorge–. A ver si sabe él lo que le ocurre a mamá.
–Ha salido con Lucy –le
contestó su hermana–. ¡Ah! ¡Oigo chillar a “Kiki”! ¡Ahora vienen!
Jack y Lucy Trent
entraron juntos, muy parecidos en el cabello rojizo, los ojos verdes y las
pecas
a docenas. Jack
sonrió.
–¡Hola! Os hubiera
gustado estar con nosotros hace un momento. Un perro ladró a “Kiki”, y él se
posó en una valla y maulló.
¡En mi vida vi perro más sorprendido!
–Salió huyendo con el
rabo entre las piernas –dijo Lucy rascándole la cabeza al loro.
Éste se puso a
maullar otra vez al darse cuenta de que los niños hablaban de él. Luego siseó y
escupió como un gato
enfurecido. Los muchachos se echaron a reír.
–Si le hubieras hecho
eso al perro, se hubiese muerto de asombro –dijo Jack–. ¡Buen pájaro,
“Kiki”! Nadie puede
aburrirse mientras andes tú
por los alrededores.
“Kiki” empezó a
balancearse de un lado a
otro, haciendo el mismo
ruido que si se arrullase.
Luego prorrumpió en
una de sus tremendas
carcajadas.
–Ahora no haces más
que exhibirte –dijo
Jorge–. No le hagamos
ningún caso. Empezará a
escandalizar y
entrará mamá corriendo.
–Y eso me
recuerda..., ¿por qué se ha vuelto
tan misteriosa mamá? –inquirió
Dolly–. Lucy,
¿te has dado cuenta
tú?
–Pues sí...; tía
Alisan sí que obra como si nos
tuviese algo guardado
–asintió Lucy, pensativa–.
Algo así como suele
hacer poco antes del
cumpleaños de alguno.
Yo creo que tiene un
plan para las
vacaciones de verano.
Jack exhaló un
gemido.
–¡Troncho! También yo
tengo un plan
perfecto. Un plan
verdaderamente estupendo.
Más valdrá que
proponga yo el mío antes de que
tía Allie exponga el
suyo.
–¿Cuál es el tuyo? –inquirió
Dolly, con
interés. Jack siempre
tenía planes maravillosos,
aunque pocos de ellos
llegaban a realizarse.
–Pues veréis... se me
había ocurrido que
podíamos salir todos
juntos en bicicleta,
llevándonos una
tienda de campaña... y acampar en un sitio distinto cada noche. Resultaría
magnífico.
Los otros le miraron
con desdén.
–Eso lo sugeriste el
verano pasado, y el anterior también –dijo Dolly–. Mamá dijo que no
entonces, y no es
fácil que diga sí ahora. Sí que es un buen plan marcharnos así solitos... pero
desde
que hemos tenido
tantas aventuras, mamá no quiere ni oír hablar de él siquiera.
–¿No podría vuestra
madre venir con nosotros? –preguntó Lucy, esperanzada.
–Ahora eres tú la que
está siendo boba –le contestó Dolly–. Mamá es muy buena; pero las
personas mayores son
demasiado quisquillosas y andan con demasiadas precauciones y
miramientos.
Tendríamos que ponernos el impermeable en cuanto cayese una gota de lluvia, y
los
abrigos si se ponía
el sol, y nada me sorprendería que nos obligase a llevar un paraguas a cada
uno,
sujeto al manillar de
la “bici”.
Los otros se echaron
a reír.
–Entonces, supongo
que no resultaría invitar a tía Allie también –dijo Lucy–. ¡Qué lástima!
–¡Qué lástima, qué
lástima! –asintió inmediatamente “Kiki”–. ¡Límpiate los pies y cierra la
puerta! ¿Dónde tienes
el pañuelo, malo, más que malo?
–No anda
desencaminado “Kiki” –observó Jorge–. Ésas son las cosas que dicen hasta las
personas mayores más
simpáticas, ¿verdad, “Kiki”, amigo?
–Bill no es así –intervino
Lucy–. Bill es una gran persona.
Todos se mostraron de
acuerdo, Bill Cunningham, o Hill Smugs, como les dijera llamarse al
principio de
conocerles, era muy buen amigo, y había compartido con ellos todas sus
aventuras. A
veces le habían
arrastrado ellos a la aventura, otras había sido lo contrario, siendo él quien
se
metiera en ella,
siguiéndole luego los muchachos. A veces parecía que, en efecto, la señora
Mannering tenía razón
al decir que siempre surgían aventuras donde Bill y los niños se encontraran.
–También yo tenía una
idea para este verano –anunció Jorge–. Pensé que sería muy divertido
acampar junto al río
y buscar nutrias. Nunca he tenido una nutria en casa entre mis favoritos. Y son
la mar de hermosas.
Pensé...
–Claro, a ti tenía
que ocurrírsete una cosa así –observó Dolly, medio enfadada–. Por el mero
hecho de que estás
loco por toda clase de bichos, desde las pulgas hasta... hasta...
–Los elefantes –sugirió
Jack.
–Desde las pulgas
hasta los elefantes, te crees que a todo el mundo le pasa igual –dijo Dolly–.
¡Qué veraneo más
horrible andar buscando nutrias mojadas y limosas... y tener que aguantarlas en
la tienda de campaña
por la noche, supongo... y toda otra serie de cosas horribles...!
–Cállate, Dolly –dijo
Jorge–. Las nutrias no son horribles. Son hermosas. ¡Hay que verlas nadar
debajo del agua! Y, a
propósito, a mí no me entusiasman las pulgas. Ni los mosquitos. Ni los
tábanos. Me parecen
interesantes, pero no puedo decir que haya tenido nunca cosas así como
favoritas.
–¿Y esos ciempiés que
tuviste una vez... y que se escaparon de esa jaulita tan estúpida que les
hiciste? ¡Ah! ¿Y ese
escarabajo domesticado? ¿Y ese...?
–¡Troncho! ¡Ya nos
hemos disparado! –exclamó Jack, viendo que se iniciaba una de las riñas
habituales entre
Jorge y la impulsiva Dolly–. ¡Supongo que vamos a tener que escuchar una lista
interminable de los
bichos favoritos de Jorge ahora! Sea como fuere, aquí viene tía Allie. Podemos
preguntarle qué opina
de nuestras ideas de veraneo. Suelta tú la tuya primero. Jorge.
La señora Mannering
entró con un folleto en la mano. Les dirigió una sonrisa a los cuatro, y
“Kiki” irguió la
cresta para darle, encantado, la bienvenida.
–Límpiate los pies y
cierra la puerta –dijo, con tono amistoso–. Uno, dos, tres, ¡va!
Imitó la detonación
de una pistola al decir “¡va!”, y la señora Mannering dio un brinco de
sobresalto.
–No te asustes,
mamá... Se empeña en hacer eso desde que asistió a las carreras y otros
deportes
del colegio, y oyó al
arbitro gritarnos y disparar la pistola para que arrancáramos –rió Jorge–. Una
vez imitó la
detonación cuando estábamos todos en línea, preparados para empezar... ¡y
salimos
todos corriendo antes
de tiempo! ¡Lo que se rió “Kiki” al verlo, el muy travieso!
–¡Lorito malo, pobre
torito, qué lástima, qué lástima! –dijo “Kiki”.
Jack le dio un golpe
en el pico.
–Cállate. A los loros
se les ha de ver y no oírseles. Tía Allie, estábamos hablando de planes para
las vacaciones. A mí
me pareció una idea estupenda que nos dejara marchar en bicicleta... ir adonde
quisiéramos y acampar
durante la noche. Ya sé que dijo usted que no cuando se lo preguntamos en
otras ocasiones,
pero...
–Y digo que no otra
vez –anunció la señora, con firmeza.
–Bueno, mamá, pues,
¿podremos ir entonces al río y acampar allí? Quiero aprender algo más de
las nutrias –dijo
Jorge, sin hacer caso del fruncido entrecejo de Dolly–. Es que...
–No, Jorge –contestó
la madre, con la misma firmeza de antes–. Y tú sabes muy bien por qué no
quiero dejarte hacer
excursiones de esa clase. A estas horas ya debieras haber renunciado a
preguntarme nada
siquiera.
–Pero, ¿por qué no
quiere usted dejarnos ir? –gimió Lucy–. No correremos ningún peligro.
–Lucy, de sobra sabes
que en cuanto os pierdo de vista un instante durante las vacaciones, os
falta tiempo... sí,
os falta tiempo para embarcaros en las aventuras más horripilantes que
imaginarse
pueden –la señora
hablaba con verdadera ferocidad–. Y estoy completamente decidida a que estas
vacaciones no vayáis
a ninguna parte solos, conque es completamente inútil que me pidáis permiso.
–Pero, mamá, eso es
injusto –observó Jorge, consternado–. Hablas como si fuéramos nosotros
buscando aventuras. Y
eso no es verdad. ¿Querrás decirnos, mamá, en qué aventura podemos
meternos yendo a
acampar junto al río? ¡Si hasta podrías venir tú misma a vernos tan tranquilos
todas las tardes!
–Sí, y la primera
tarde que fuese me encontraría con que habíais desaparecido todos, y que
andabais por Dios
sabe dónde, entre ladrones o espías o granujas de alguna especie –repuso la
madre–. Acordaos de
algunos de vuestros veraneos... empezasteis por perderos en una antigua mina
de cobre en una isla
desierta... Otra vez os hicisteis encerrar en las mazmorras de un castillo, y
anduvisteis mezclados
con espías...
–Ooooh, sí –asintió
Lucy, recordando–. Y otra vez nos equivocamos de aeroplano y se nos
llevaron al Valle de
la Aventura. Fue entonces cuando descubrimos todas aquellas estatuas raras,
robadas, escondidas
en cavernas... ¡cómo les brillaban los ojos cuando las vimos! Yo creí que
estaban vivas, pero
no lo estaban, claro.
–Y al verano
siguiente nos fuimos con Bill a las islas de las aves –dijo Jack–. Fue
magnífico.
Tuvimos dos
frailecillos mansos, ¿recuerdas, Jorge?
–“Soplando” y “Bufando”
–dijo “Kiki” a continuación.
–Justo, pájaro; justo
–asintió Jorge–. “Soplando” y “Bufando” se llamaban. Eran un encanto.
–Iríais a buscar
pájaros; pero os encontrasteis con toda una carnada de bribones –dijo la madre–.
¡Contrabandistas de
armas! Peligrosos a más no poder.
–Bueno, mamá, ¿y el
verano pasado? –observó Dolly–. ¡Por poco te viste tú en esa aventura!
–¡Horrible! –exclamó
la señora, estremeciéndose–. Esa montaña horrenda, con sus extraños
secretos... y el loco
Rey de la Montaña... Por poco no salís de allí. No... os digo, definitivamente,
que nunca más iréis
solos a ninguna parte. ¡Voy a ir yo siempre con vosotros!
Hubo silencio tras
estas palabras. Los cuatro niños le tenían mucho afecto a la señora Mannering,
pero les gustaba
poder pasar parte de cada veraneo sin personas mayores.
–Bueno... tía
Allie..., si Bill nos acompañase, ¿te parecería bien entonces? –inquirió Lucy–.
Yo
siempre me siento
segura con Bill.
–Tampoco puede
contarse con que Bill no se meta en una aventura –respondió la señora
Mannering–. Es una
gran persona, ya lo sé, y me fiaría de él más que de ninguna otra persona del
mundo. Pero, en
cuanto vosotros y él os juntáis, no hay manera de saber lo que va a ocurrir.
Conque
estas vacaciones he
trazado un plan muy seguro... y Bill no figura en él; conque quizá logremos así
mantenernos fuera de
peligro y alejados de todo suceso extraordinario.
–¿Cuál es tu plan,
mamá? –preguntó Dolly, nerviosa–. No digas que vamos a ir al hotel de una
playa o cosa por el
estilo. No admitirían a “Kiki”.
–Os voy a llevar a
todos a hacer un crucero en un barco muy grande –anunció la señora
Mannering, sonriendo–.
Sé que eso os gustará. Será la mar de divertido. Haremos escala en la mar
de sitios y veremos
toda clase de cosas raras y emocionantes. Y os tendré a todos bajo mi vista en
un solo sitio todo el
tiempo... El barco será nuestra casa durante una temporada, y si saltamos a
tierra en los puertos,
lo haremos todos juntos y en grupo. No habrá ocasión de correr ninguna
aventura.
Los cuatro niños se
miraron unos a otros. “Kiki” les observó. Jorge fue el primero en hablar.
–Sí que suena
emocionante, mamá... ¡de veras que sí! Nunca hemos estado en un barco
verdaderamente grande
antes. Claro está que echaré de menos el no tener animales.
–¡Oh, Jorge!, ¿es que
no puedes pasarte sin tu eterno parque zoológico? –exclamó Dolly–. Por
mi parte, confieso
que sentiré un gran alivio sabiendo que no llevas escondidos ratones por entre
la
ropa, ni lagartijas,
ni escincoideos. Mamá, a mí me suena estupendo. Gracias por haber pensado en
algo tan emocionante.
–Sí, suena de primera
–asintió Jack–. Veremos la mar de pájaros que no he visto yo aún.
–Jack se siente feliz
mientras esté en un sitio donde pueda ver pájaros –dijo Lucy, riendo–. Con
la locura que tiene
Jorge por toda clase de animales, y la pasión de Jack por los pájaros, menos
mal
que nosotros no le
hemos cogido afición desmedida a nada. Tía Allie, su plan es lo mejor de lo
mejor. ¿Cuándo
marchamos?
–La semana que viene –contestó
la señora–. Así tendremos tiempo de sobra para prepararlo todo
y hacer el equipaje.
Hará mucho calor durante el crucero, conque hemos de equiparnos de ropa de
verano en abundancia.
La blanca es preferible... no absorbe tanto el calor. Y tendréis que llevar
todos algo que os
proteja la cabeza contra el sol, conque no empecéis a quejaros de que os obligo
a
llevar sombrero.
–¿No va a ir Bill? –preguntó
Jorge.
–No –respondió la
madre, con firmeza–. Me siento un poco mezquina por no invitarle, porque
acaba de rematar el
caso que estaba investigando y necesita unas vacaciones. Pero esta vez no viene
con nosotros. Yo
quiero unas vacaciones tranquilas, sin aventuras de ninguna clase.
–¡Pobre Bill! –dijo
Lucy–. Sin embargo..., posiblemente, se alegre de poderse ir de vacaciones
sin nosotros por una
vez. Oíd... va a ser divertido, ¿no os parece?
–¡Divertido! –dijo “Kiki”,
interviniendo, con un aullido de excitación–. ¡Divertido, divertido,
divertido!
CAPÍTULO
II
A BORDO
DEL “VIKING STAR”
Desde luego, era
divertido ponerse a prepararlo
todo; comprar ropa
casi transparente y sombreros
enormes, rollos y más
rollos de película para las
máquinas
fotográficas, guías y mapas. Había de ser un
crucero largo, y
tocaría la nave en Portugal, Madeira, el
Marruecos francés,
España, Italia y las islas del Mar
Egeo. ¡Qué viaje más
maravilloso!
Por fin quedó todo
preparado. Los baúles estaban
llenos y sujetos con
correas. Habían llegado los
pasajes. Tenían los
pasaportes y todos habían aullado
de consternación al
ver lo horribles que estaban en las
fotografías de dichos
documentos oficiales.
“Kiki” aulló también,
nada más que por no dejar de
participar en el
jaleo. Le encantaba chillar, gritar y aullar, pero no veían con buenos ojos que
lo
hiciese; conque,
cuando todos gritaban y chillaban, aprovechaba la ocasión para desahogarse.
–Cállate, “Kiki” –dijo
Jack, quitándoselo del hombro de un empujón–. ¡Mira que gritarme al
oído de esa manera!
Es como para dejarme más sordo que una tapia. Tía Allie, ¿necesitará
pasaporte “Kiki”?
–Claro que no –respondió
la señora Mannering–. Ni siquiera estoy segura de que le permitirán
acompañarnos. Jack la
miró, contornado.
–Pero... ¡es que yo
no puedo ir si no va “Kiki”! No puedo dejarle atrás. Se consumiría de tristeza.
–Bueno, ya escribiré
preguntando si puedes llevarle. Pero si la respuesta es negativa, no quiero
que armes jaleo,
Jack. Me he tomado la mar de molestias para arreglar este viaje, y no puedo
permitir que lo eches
a perder por culpa del loro. No veo yo cómo van a permitirle que vaya... Estoy
segura de que los
pasajeros se quejarían de un pájaro tan escandaloso como éste.
–Sabe ser la mar de
callado cuando quiere –dijo el pobre Jack.
“Kiki” escogió aquel
momento para ponerse a hipar. Lo hacía muy bien, y el ruido le molestaba
siempre a la señora
Mannering.
–Basta ya, “Kiki” –ordenó.
El loro calló y miró
con expresión de reproche a la señora. Empezó a toser, con una tosecilla
hueca que le había
oído al jardinero.
La señora Mannering
intentó no reírse.
–¡Es un pájaro tan
tonto! –exclamó–. Loco de atar. Bueno, y ¿dónde he puesto la lista de cosas
que tengo que hacer
antes de que nos marchemos?
–¡Uno, dos, tres, va!
–gritó “Kiki”.
Jack le contuvo a
tiempo, antes de que imitase la detonación. La señora salió del cuarto y el
niño
le habló con
solemnidad al loro.
–“Kiki”, tal vez
tenga que marcharme sin ti. No puedo descabalar todos los planes de los demás
en el último instante
por tu culpa. Pero haré cuanto pueda, ¡ánimo!
–¡Dios salve al rey! –dijo
“Kiki”, decidiendo que debía tratarse de una ocasión solemne por la
expresión que veía en
el rostro de su amo–. ¡Pobre lorito, lorito malo!
Los últimos días
transcurrieron lentamente. Lucy se quejó de ello.
–¿Por qué será que el
tiempo va siempre tan despacio cuando una quiere que suceda algo aprisa?
Es repugnante. ¡No
llegará nunca el jueves!
Jack no estaba tan
excitado como los otros, porque había llegado una carta diciendo que no
podían llevarse loros
a bordo. Los cuatro niños lo sintieron mucho, y Jack se puso angustiadísimo.
Pero no gruñó por eso
ni molestó a la señora Mannering. Ella se compadeció de él, y ofreció
arreglar las cosas
para que una mujer del pueblo cuidase a “Kiki”.
–Tuvo en otros
tiempos un loro –le dijo–. Conque supongo que le gustará tener a “Kiki”.
–No, gracias, tía Allie.
Ya arreglaré yo algo –le contestó el niño–. ¡No hablemos de ello!
Conque la señora
Mannering no volvió a mencionar el asunto y aún cuando al sentarse todos a la
mesa a tomar el té, “Kiki”
se comió todas las pasas del pastel antes de que se diera cuenta nadie, no
dijo una palabra.
El miércoles
marcharon todos en el coche de la señora Mannering a Southampton, seguidos de
otro vehículo que
transportaba el equipaje. Se hallaban en un estado de excitación enorme. A
todos
se les había
encomendado alguna cosa, y Lucy no hacía más que mirar con ansiedad su paquete
para
asegurarse de que aún
lo llevaba.
Iban a alojarse
aquella noche en un hotel y embarcar a las ocho y media de la mañana para
aprovechar la marea.
Estarían ya navegando a las once en dirección a Francia. ¡Qué emoción!
Comieron bien en el
hotel, y luego la señora Mannering propuso que fueran a un cine. Estaba
segura de que ninguno
de los niños se dormiría si les mandaba a la cama a la hora acostumbrada.
–¿Le importa que vaya
a buscar a un compañero de colegio, tía Allie? –preguntó Jack–. Vive en
Southampton y me
gustaría darle la sorpresa de hacerle una visita.
–Bueno; pero no
quiero que vuelvas tarde. ¿Quieres tú irle a ver también, Jorge?
Pero Jack estaba ya
fuera de la habitación, y su respuesta resultó ininteligible.
–¿Qué ha dicho? –preguntó
Jorge.
–Pareció algo así
como “Porky” –respondió Dolly.
–¿Porky? ¿Qué querrá
decir? Será alguno que esté chiflado por los pájaros. Bueno, iré al cine.
Me gustará ver la
película, porque creo que salen en ella animales salvajes.
Marcharon al
cinematógrafo sin haber vuelto a ver a Jack. Le encontraron en el hotel cuando
regresaron, leyendo
una de las guías que había comprado la señora Mannering.
–¡Hola! ¿Viste a
Porky? –inquirió Jorge.
Quedó extrañado al
observar que por toda contestación Jack le miraba frunciendo el entrecejo.
¿Qué estaba urdiendo
Jack? Cambió inmediatamente de tema, y se puso a hablar de la película que
habían visto.
–Ahora a la cama –dijo
la señora Mannering–. Deja de hablar. Jorge. Andando todos... y no
olvidéis que a las
siete en punto tenéis que estar en pie.
Todos se despertaron
mucho antes de las siete. Las niñas hablaron entre sí, y los muchachos
estuvieron charlando
también. Jorge le interrogó a Jack acerca de la noche anterior.
–¿Por qué me hiciste
callar cuando te pregunté por Porky? –quiso saber–. Y, a propósito, ¿quién
es Porky?
–Ese chino que se
llama Hogsney –contestó el otro–. Le pusimos Porky de apodo. Dejó hace
tiempo el colegio.
Siempre andaba queriendo que le prestara el loro, ¿no te acuerdas?
–Ah, sí, Porky,
claro. Casi me había olvidado de él. Jack, ¿qué pasa? ¡Pareces estarte haciendo
la
mar de reservado!
–No me hagas
preguntas, porque no quiero contestarlas.
–¡Cuánto misterio! –exclamó
Jorge–. Yo creo que se trata de algo relacionado con “Kiki”. Nos
diste largas a todos
cuando te preguntamos qué habías hecho del loro. Creímos que estarías
disgustado por tener
que separarte de él, y no insistimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario