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lunes, 18 de abril de 2011

Oscar Alfaro, príncipe de la poesía para niños -- CUANDO MARCHABAN LAS MONTAÑAS






CUANDO MARCHABAN LAS MONTAÑAS
Un tremendo ejército de gigantes había invadido las tierras del incario. Era tan
numeroso que una punta se hallaba en lo que hoy se llama el Estrecho de Bering y la
otra punta tocaba ya la Tierra del Fuego.
Todo el continente indio temblaba ante el paso de estos monstruos que cubrían
íntegramente la costa del gran mar conocido hoy como Océano Pacífico.
El inca estaba entonces a orillas del Lago Titicaca, tomando baños. Esto lo
supieron los invasores y dividieron su ejército en dos formidables columnas que
cercaron completamente la meseta altiplánica. El resto del ejército siguió adelante,
hasta tocar, como dijimos, la punta sur del continente.
Los jefes de las legiones invasoras, vestidos con toda la pompa oriental, iban
montados sobre hermosos camellos blancos, cuajados de pedrería que brillaba al sol.
Habían pasado de otro continente, hoy desaparecido, y estaban dispuestos a
someter a eterna esclavitud a los hijos del incario.
El soberano indio, completamente ajeno al peligro que corría su imperio,
navegaba tranquilo sobre una barca de oro, dirigiéndose a la isla donde se levantaba el
Templo del Sol, cuando los invasores llegaron a la orilla del lago.
Algunos de los gigantes se lanzaron al Titicaca para apresar la barca real. Estos
hombres eran tan grandes que podían cruzar a pie el lago, sin que sus cabezas se
perdieran bajo las olas. Ya estaban cerca de la barca... Ya estiraban sus manos enormes
para apresar al soberano... cuando ocurrió algo extraordinario: un volcán reventó en el
fondo del lago. El horizonte se llenó de llamaradas. Rocas ardiendo volaron hasta el Sol.
Todo el continente pareció romperse en mil pedazos. El lago íntegro fue suspendido
hasta alturas increíbles. Y los ejércitos invasores quedaron petrificados.
Cuando todo volvió a la calma se vio que la columna de gigantes que se extendían
de extremo a extremo de la América se había transformado en una cadena de montes.
Allí estaban los colosos de piedra, amarrados los unos a los otros, todavía
forcejeando, pero sin poder separarse. Formaban una cordillera de hombresmontanas
que poco a poco se fueron inmovilizando.
Los monstruos que iban a coger la barca real fueron transformados en islas que
todavía tienen la forma de cabezas saliendo del agua y adornan el Lago Titicaca.
Desde entonces se levanta en la América la Cordillera de los Andes, en cuyas cumbres
brillan aún los cabellos blancos cuajados de pedrería.
A veces la cordillera se estremece como si los gigantes quisieran seguir su marcha, pero
ya no pueden, pues hoy las montañas no caminan. Y estos colosos encadenados son
eternos prisioneros del Nuevo Mundo

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