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lunes, 18 de abril de 2011

Oscar Alfaro, príncipe de la poesía para niños -- EL CUENTO DEL HILO DE AGUA






EL CUENTO DEL HILO DE AGUA
Era un hilo de agua que saltó de la roca y comenzó a corretear cuesta abajo. Un
pájaro bajó a bebérselo y él dijo:
—No me tomes todavía, que soy muy pequeño y me consumirás todo.
—¿Pero qué más quieres? Así te llevaré volando por el aire, mientras que,
arrastrándote como gusanillo, nunca llegarás a ninguna parte.
—Llegaré. Ahora mismo estoy en camino hacia el mar.
—¡Pero qué optimismo! No comprendes que el mar está a miles de kilómetros de
aquí, que hay que atravesar montañas, desiertos, en fin, casi toda la tierra?
—No importa, ya llegaré.
El pájaro no quiso escuchar más y echó a volar.
El hilo de agua siguió arrastrándose centímetro a centímetro. En todo el día sólo
logró avanzar unos metros y luego la tierra se lo chupó.
Sin embargo, él siguió tironeando hacia arriba para salir a la superficie. Tuvo que
humedecer el camino, que era el tributo pagado a la tierra, para que lo dejara seguir
adelante.
Así fue hilvanando el camino con reflejos plateados. Una puntada aquí y otra más
allá. Tenía que aprovechar las noches para caminar con mayor soltura.
Ya pasaba un mes que andaba por el camino, ya había crecido bastante, aunque
estaba tan delgado por el esfuerzo, que en algunas partes se cortaba. Un día encontró en
el campo a otro hilo de agua, que se detuvo a preguntarle:
—¿A dónde vas tan apurado?
—Voy al mar.
—¿Cómo te atreves a pensarlo siquiera? Si eres tan pequeño...
—Llegaré.
Iba a seguir adelante, cuando se detuvo y le dijo:
—¿Por qué no me acompañas tú? Unidos seremos más fuertes y llegaremos más
pronto.
El nuevo hilito, después de unas cuantas vacilaciones, se unió. Y los dos continuaron el
camino. De pronto, retrocedieron, espantados, al borde de un precipicio.
—¡Cuidado, que nos desbarrancamos!...
—¡Adelante, que no hay otro camino!
—¡Entonces no voy contigo...!
—Ya es tarde..., ¡salta!
En efecto, ya era tarde. Y los dos hilos de agua, abrazados y temblando de susto,
cayeron barranca abajo, hasta tocar el fondo. Allá se quedaron toda la tarde, tratando
de encontrar una salida. Por fin la hallaron y se lanzaron al campo abierto.
Caminaron un día más y de pronto vieron un nuevo hilo que se adelantaba
tímidamente hacia ellos.
—¿Adonde es el viaje? —le dijeron.
—Vengo de la hacienda, perseguido por las ovejas, que me beben y no me dejan
seguir adelante.
—Te hemos preguntado adonde te diriges.
—A cualquier parte, pero quiero viajar...
—Pues no lo pienses dos veces y vente con nosotros.
Ahora eran tres y formaban una pequeña corriente. Más allá encontraron una
ciénaga negra.
—¿Qué haces aquí, perezosa?
—Me eché a descansar hace algunos años y no tengo deseos de ir a ninguna parte.
—Mira que por falta de actividad te estás quedando paralítica.
—Y te estás pudriendo en vida. Ven con nosotros, que la vida no es estancamiento
sino lucha y actividad.
Después de mucho esfuerzo, por fin movieron agua estancada, que se puso en
camino lentamente.
—¡Pero qué sucia estás y qué maloliente...! —le dijeron al poco de andar.
—Eso es por haber estado tanto tiempo ociosa.
Pero a medida que caminaban, el agua estancada se iba poniendo más ligera y pura,
pues dejaba todas las suciedades en el camino.
—Ahora veo que el trabajo purifica el espíritu —admitió ella.
Al otro día hallaron a todo un arroyo, que se dedicaba a saltar por entre las peñas.
—Si convencemos a éste de que nos acompañe, seremos invencibles.
Y el arroyo juguetón no se hizo de rogar para unirse a los viajeros. Y después del
arroyo vino un pequeño río. Luego otro más grande y otro más. Ahora formaban una
corriente colosal que pasaba rugiendo por los campos. De pronto todos los viajeros
lanzaron un grito:
—¡¡El mar!!...
Y era el mar soberbio y majestuoso.
—¡Éste es el triunfo soñado! —dijo el hilito inicial—. ¿Dónde estará ahora el pájaro que
se burló, cuando aprendía a caminar?
—Estoy aquí y confieso mi error —dijo el ave, apareciendo en el cielo—. Pero tienes
que reconocer que, sin unirte a los otros, jamás hubieras llegado,
—Claro que no. Sólo la unión hace las grandes cosas. Esto lo saben los hombres más
que yo —dijo el hilo de agua y se lanzó al mar.

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